Manuel Outumuro (Ourense, 1949) es uno de los mejores fotógrafos de moda y retratista de este país con una larga trayectoria profesional. Saltó de la dirección de arte a la imagen casi por casualidad. Desde 1990 hace fotografías que se han podido ver en la mayoría de revistas de moda pero también sus retratos de destacados personajes contemporáneos forman ya parte de la historia que cabalga entre finales del siglo pasado y principios de este. Ha trabajado para las grandes cabeceras nacionales e internacionales, ( Telva, Fotogramas, Woman, La Vanguardia, El Mundo, Elle, El País y especialmente Marie Claire), pero también ha documentado la historia de la indumentaria en este último cambio de siglo. Cuenta con un archivo de moda de más de 10.000 negativos y una gran cantidad de material digital. Recientemente ha sido comisionado por el Ministerio de Cultura y la Fundación Balenciaga para fotografiar los trajes históricos del nuevo Museo Cristóbal Balenciaga. Este artista, que reivindica la fotografía como "el octavo arte", también ha retratado, desde hace 25 años, a las figuras más importantes el cine, de la cultura, de la ciencia y del deporte.

¿Cómo pasa usted del diseño gráfico y de la dirección de arte a la fotografía?

Por casualidad, tenía un estudio de diseño gráfico y dirección de arte muy centrado en el mundo de la moda y he tenido la suerte de trabajar con los mejores fotógrafos del momento pero nunca me fijé en cómo disparaban porque nunca pensé en ser fotógrafo. Lo que sí llevaba bastante bien estructurado era la dirección de arte, con storyboard y bocetos de lo que iba a ser cada sesión. En una de estas el fotógrafo, que venía de París, no llegó. Decidí hacer la sesión yo mismo con la cámara que usaba para los making-off. Disparé y aquello fue una revelación, lo primero que pensé es que lo hacía la cámara. Eso fue un vuelco y en seguida empecé a funcionar.

Fijándose en su trabajo se diría que lo prepara y estudia todo al milímetro.

Sí, esa es la deformación y la formación que me viene de la dirección de arte. Mis sesiones van muy estructuradas, si quieres atrezo hay que preverlo, si es moda tienes que ver antes la colección, analizar la ropa, soy un gran amante de la indumentaria. Cuando voy al Prado me fijo siempre en los trajes de los cuadros y pienso que Goya, con esas pinceladas, sabía lo que era la indumentaria y se recreaba. De eso aprendí el respeto hacia la indumentaria, también porque he comisionado alguna exposición sobre la historia de la moda, aunque lo llamaría de la indumentaria. Llega un momento en que la moda pasa de moda, pero las grandes piezas que han marcado una época puede que pasen a un museo como está ocurriendo ahora con Balenciaga.

Usted ha sido testigo directo de la evolución de la moda de este país en los últimos 25 años. ¿Cómo ha cambiado?

Antes eran pocos los muy buenos y ahora hay muchos muy buenos.

¿Hemos ido a mejor?

Sí, pero también son todos muy iguales y esto es aplicable a la fotografía, no solo a la moda. Antes había genios de ambas cosas. Ahora hay muchos que hacen buenas fotos pero muy pocos que veas que hayan desarrollado un lenguaje fotográfico. Todos los fotógrafos jóvenes están mediatizados por las publicaciones y por los directores de arte y marketing de empresa. No hay lugar para que un nuevo valor fotográfico acabe de desarrollar por completo su propio lenguaje. Antes nos daban un poco más de libertad en ese aspecto.

Usted también ha retratado a los personajes más reconocidos del mundo de la cultura, el cine y el deporte, entre otros. ¿Cambia su mirada en estos trabajos?

Es totalmente distinto y eso me lo enseñó Carmen Maura en una sesión para Fotogramas. No es lo mismo retratar a una modelo que a una actriz. Le dije que fuera ella misma y me contestó que era el papel más difícil de su vida. Al final cambiamos el estudio por otra localización y todo el planteamiento de la sesión para que se sintiera más cómoda.

Uno de los soportes de la fotografía es el papel, pero parece que va a menos.

Estamos perdiendo ese soporte y eso arrastra a una forma distinta de ver la fotografía, como objeto. Pierde valor y ganan la redes, que son muy efectistas ya que trabajan con una luz que deslumbra y para eso una foto en papel tiene que ser muy buena.