Bicentenario de la batalla de Elviña

¿Quién recibió a la liebre y al galgo?

La ciudad a la que llegaron ingleses y franceses para enfrentarse en Elviña tenía 8.200 familias, un pueblo capaz de vitorear la Constitución de Cádiz y quemarla en el plazo de unos meses

Ana Rodríguez | A Coruña

El primer día de julio de 1808, las autoridades acordaban celebrar una novena para que la Divina Providencia ayudase a sus soldados en su levantamiento contra el invasor francés y sacar en procesión a la patrona para reforzar la plegaria. A Coruña era la menor provincia del Reino, en extensión y en población: 87 kilómetros cuadrados y algo más de 8.200 familias. Una ciudad pequeña, pero matona, protagonista activa de la agitada alborada del siglo XIX. Una ciudad pequeña, pero contradictoria. Es un pueblo capaz de manifestarse un 30 de mayo ante la Capitanía y obligar a las autoridades, con Sinforiano López al frente, a constituir la primera Junta de Galicia y declarar la guerra a los franceses. Y es el mismo pueblo capaz, en abril de 1814, de ir en procesión por las calles apedreando casas de burgueses y lanzando proclamas a favor del rey absoluto. Es el mismo pueblo capaz de vitorear la inauguración de una lápida a favor de la Constitución de Cádiz y pedir la misma lápida para quemar sobre ella la Carta Magna. ¿Cómo era realmente el pueblo con el que se encontraron franceses e ingleses cuando se enfrentaron hace 200 años?

El presidente de la Real Academia, Xosé Ramón, Barreiro, versa el humus social que convirtió a la ciudad en protagonista durante aquellos años, una población repartida entre la Ciudad Alta amurallada, el istmo de la Pescadería, dos núcleos en Santa Lucía y Riazor y un cordón de aldeas en Monelos, Elviña, Vioño y Peruleiro. El catedrático de Historia describe una parte de la población fiel al ideario liberal, comenzando por los burgueses, "dispuestos a relevar a la hidalguía y al clero en la dirección del país". En segundo lugar está la intelectualidad, de diversa procedencia y capacidad económica. En tercero, Barreiro habla de los oficiales del Ejército, que ya no tenían que ser necesariamente nobles, pero sí con cierta capacidad económica.

Se sumaban los profesiones liberales -médicos, boticarios, abogados- que convivían ideológicamente con los burgueses y remataban esta base liberal los empleados públicos de una ciudad que era capital administrativa y judicial de Galicia. "Sólo quedaban tres grupos sociales irreductibles: el clero, la Real Audiencia y una hidalguía débil y poco numerosa pero dispuesta a seguir ejerciendo el poder local", afirma Barreiro en torno a los bastiones antiliberales.

¿Y el pueblo? "Si analizamos con mesura eso que llamamos pueblo resulta que está constituido por grupos humanos, entre sí escasamente homologables", explica el catedrático. Una buena parte estaba formada por los oficios: herreros, albañiles, pintores, carpinteros, calafates, armeros, faroleros... que trabajaban en pequeñas empresas en el puerto o que eran autónomos. Había asalariados de las fábricas de salazón y las cigarreras de la fábrica de tabacos. Empleadas de hogar, lavanderas... y marineros, un grupo muy definido, "siempre de escasos recursos, siempre sobreviviendo exclusivamente del mar".

Era A Coruña una ciudad a la que el cónsul galo de la época, Charles-Louis de Fourcroy -que acabó con sus huesos en el castillo de San Antón tras el levantamiento contra las tropas napoleónicas el 31 de mayo de 1808-, le auguraba un "pésimo futuro" comercial por la falta de espíritu emprendedor de sus empresarios. La única manufactura que le parece digna de mención es la textil y destaca la fábrica real de lienzos, donde se realizaban todos los paños y manteles de mesa para las casas reales.

Menciona también la existencia de dos fábricas de sombreros finos. Indica que operan en la ciudad unos 120 telares y una "cordonería estupenda, preparada para fabricar con cuerdas todo lo que se puede desear", escribe el diplomático. "A Coruña, excepto algunas sardinas conservadas en sal, no ofrece productos que los navíos franceses puedan llevar con ellos", comunica a sus superiores en París.

Ésa era la levantada mirada francesa de Fourcroy a escasos meses de que la población coruñesa comenzase a preparar la llegada del Ejército inglés al mando de Moore que se dirigía con sus tropas diezmadas por el duro invierno, agotadas y hasta alcoholizadas para embarcar en la Royal Navy con los galos en los talones. El galgo cazó a la liebre en Elviña pero la liebre consiguió escapar casi intacta para reponer fuerzas en su isla y volver para acabar con el ansia imperialista de Napoleón.

Lo relató Henry Crabb Robinson, Old Crabb, al que el periódico The Times envió a A Coruña como corresponsal para la guerra y que, además de convertirse en autor de las primeras crónicas de guerra contemporánea, dio cuenta en sus escritos de alguna de las inmutables esencias de la vida coruñesa: "Por la tarde todo está vivo y activo. Las calles están llenas, especialmente las que se dirigen a la bahía. Hay una felicidad física que hace superflua la búsqueda de ninguna otra".

Daba tiempo a pasear y daba tiempo a prepararse para ayudar al amigo inglés. Así lo recogen las actas municipales desde el 6 de enero de 1809, cuando ingleses y franceses se hayan por la zona de Villafranca y se espera la llegada de las tropas locales. "Que se acopien harinas, granos, ganados y más comestibles en la mayor proporción posible y que no solo las milicias estén prontas para tomar las armas, sino que hagan lo mismo todos los vecinos de cualquier estado y consideración", afirma una directriz. Se transporta el grano, las luces de las ventanas permanecen encendidas por las noches por orden municipal, se preparan zapatos y uniformes para los soldados y se manda alojar a los ingleses en San Francisco y en A Palloza.

Aunque en los pueblos gallegos los ingleses no fueron bien recibidos -en muchas ocasiones se comportaban como hordas de tragaldabas y bebedores- en A Coruña sí tuvieron una calurosa bienvenida, donde fueron alojados en las casas de los vecinos. Old Crabb relataba cómo encontró en la urbe una animación y un espíritu de lucha contra el gabacho que no halló en las otras partes de España: "En casi todas las calles de A Coruña se podían ver grupos de vecinos, adornándose con los colores nacionales y mostrando su lema favorito de vencer ou mourir pour el rey Fernando VII".

Con ese espíritu recibió la ciudad a los ingleses que participarían en una batalla sin vencedores ni vencidos y que partieron de las aguas coruñesas casi con el mismo número de soldados con los que consiguieron llegar al noroeste, sin su finado general pero con las llaves de la ciudad en sus maletas, que no han sido devueltas. Tras la marcha de los británicos la ciudad capituló al poder francés, Soult a la cabeza, cuyos efectivos se quedaron unos seis meses y a los que la urbe les hizo cuatro mil pares de zapatos y les tuvo que dar un ternero semanal. De su convivencia poco se sabe, como poco se sabe de bajas civiles coruñesas durante el enfrentamiento entre los dos ejércitos o cuáles fueron los daños, como los que sufrió en su empresa un cordelero que le reclamó al poder local una indemnización para reparar los desperfectos causados por una de las bombas lanzadas.

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