Las Esclavas reinventan el colegio
El centro inaugura sus nuevas aulas ubicadas en las antiguas cocinas de la comunidad religiosa. Acogerá quince alumnos de menos de un año el próximo curso

Alumnos de 2 años, con personal del centro y la general de las Esclavas, en el centro, portando un cartel. / v. e.
Gemma Malvido | A Coruña
Dicen que cada vez hay menos religiosas y más niños, así que comenzaron a reinventar el colegio. Fue "hace poco más de un año" cuando decidieron que el espacio que ocupaban las antiguas cocinas de la comunidad se convirtiesen en aulas y gimnasios para los más pequeños. El colegio de las Esclavas, cuatro meses de obras y muchos papeles después -las reformas de los colegios concertados han de aprobarlas la orden religiosa a la que pertenecen-, inauguró ayer sus nuevas dependencias.
"Tenemos que esperar a que Vicepresidencia nos dé el visto bueno de las obras. Esperemos que sea esta semana", dice resignada la ex alumna del centro y arquitecta encargada de la remodelación del colegio, además de madre de ex alumnas de las Esclavas, María José Cifuentes.
Si la Xunta aprueba la obra, el próximo curso el centro contará con quince alumnos más, que serán bebés de, como máximo, un año de edad. La obra cuenta con seis nuevas dependencias, entre aulas de guardería, salas multiusos, servicios, gimnasio, vestuarios y, la estrella de la reforma, el patio de juegos infantil.
"Contamos con 425.000 euros, de presupuesto, puestos por la orden, aunque si alguien nos quiere ayudar puede hacerlo", dice la hermana administradora del centro, que asegura que, las obras "a diferencia de lo que pueda parecer" no han sido subvencionadas.
La inauguración de las nuevas dependencias -con bendición religiosa incluida- se desarrolló ayer coincidiendo con la visita que la general de los institutos de las Esclavas del Corazón de Jesús, Inmaculada Fukasawa, realizó al centro coruñés.
Es el mismo terreno, pero redistribuido para que, en lo que antes era un espacio infravalorado, que ya no se utilizaba por la falta de religiosas y la inexistente necesidad de hacer la comida en cocinas industriales, se construyesen seis nuevas aulas para los más pequeños -una clase para los nuevos alumnos de cero a un año; otra multiusos y cuatro para los escolares de hasta cinco años-, un gimnasio con sus vestuarios y un patio para que los alumnos de Educación Infantil tengan su espacio -mitad cubierto, mitad al aire libre-.
Aseguran que, con esta reforma el colegio amplía tan solo en quince las plazas que oferta al público, pero que, a cambio, consigue más espacios, más amplitud para la realización de actividades relacionadas con materias como la Educación Física y la Informática.
"Mira, esa puerta es de la antigua carbonera y los niños le llamaban cabronera", se ríe una de las religiosas, que llegó al centro de A Coruña cuando tenía veinte años y, desde entonces, ha ido y venido infinidad de veces.
"Ahora estoy aquí, después me cambiarán, me volverán a traer o no, o a lo mejor ya me quedo por el mundo", dice mientras baja unas escaleras y reconoce en las nuevas aulas el lugar en el que, cuando llegó por primera vez, las religiosas guardaban las patatas y hacían de comer para todas las hermanas de la comunidad.
"No, no somos menos. Cuando yo llegué, hace cuatro años, éramos once religiosas, ahora somos catorce, aunque también es cierto que estábamos divididas en dos: unas eran del colegio y las otras de la residencia. Ahora estamos juntas", explica una de las encargadas de la portería del centro, que llegó desde Burgos a A Coruña.
Fukasawa recibió de los más pequeños un mural con sus manos impresas gracias a las témperas de colores; hubo besos, abrazos, saludos al estilo japonés -de donde procede la general- y algún que otro llanto al recibir el agua bendita que quedó impregnada en las paredes de las nuevas aulas del centro.
No fueron los más pequeños los únicos que dieron la bienvenida a Fukasawa, sino también algunos de los miembros de Primaria que interpretaron para la religiosa el clásico A saia da Carolina. "Llevan ensayando sólo tres días y mira que bien lo han hecho", dice orgullosa una de las profesoras del cuarto curso de Secundaria de sus alumnos que bailaron una muiñeira para la Esclava del Sagrado Corazón de Jesús quien, para entonces, ya había recibido de otros escolares banderas blancas con un punto rojo en el medio y un ramo de flores.
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