Nuevas camas en la Casa Cuna

La Diputación invierte un millón de euros en la creación de cuatro módulos de convivencia en el Hogar Infantil Fernando Romay

El presidente de la Diputación, ayer, juega con uno de los menores que viven en el hogar infantil. / e. vicente

El presidente de la Diputación, ayer, juega con uno de los menores que viven en el hogar infantil. / e. vicente

Gemma Malvido | A Coruña

No entienden de cifras, de citaciones judiciales ni de financiaciones, pero han hecho de la antigua Casa Cuna -el actual Hogar Infantil Fernando Romay- su casa y su lugar en el mundo. Son 36 los pequeños que, día a día, viven en el remozado hogar infantil y nueve más los que, aunque se pasan las horas de luz entre las paredes de la que fue la casa de muchos niños con problemas, se van a dormir con sus familiares.

Tienen entre tan sólo unos meses y seis años, y encima de sus camas hay muñecos; en sus armarios, fotografías y cortinas de colores. "Quisimos humanizar el centro", describió ayer el presidente de la Diputación, que visitó las instalaciones que, tras cinco años de obras y un millón de euros de inversión, han dejado de ser las paredes de la antigua Casa Cuna para convertirse en un hogar con habitaciones dobles, cocina, salas de juegos, aulas y especialistas en todas las esquinas que ayudan a estos pequeños, que llegan desde cualquier punto de Galicia por órdenes judiciales a la ciudad.

Uno de los cuatro nuevos módulos está destinado a bebés que no superan el año de edad y los otros tres serán ocupados por los niños y niñas de hasta seis años que pasan sus días y sus noches en el hogar infantil Emilio Romay.

"Es el mejor centro de sus características que hay en Galicia. Queremos desterrar ese concepto de niños hacinados y de habitaciones con literas para crear un verdadero hogar", lo definió ayer el presidente de la Diputación antes de recorrer los pasillos pintados de amarillo que conducen a las habitaciones de los pequeños que dan vida a la antigua Casa Cuna.

Piezas de un puzzle blandito que se convierten en improvisados asientos, una sala destinada sólo y exclusivamente a dormir la siesta casi a ras de suelo, una mecedora de mimbre de tamaño reducido, las canciones infantiles, los abrigos colgados en la entrada y algunos recuerdos de los más mayores colgados de las paredes son los protagonistas de este centro con vocación de casa, en el que trabajan alrededor de sesenta profesionales cada día para atender a los niños que, bien por problemas familiares, bien por problemas físicos, necesitan una ayuda extraordinaria, que viene de la mano de un juez de algún punto de la geografía gallega, en sus primeros años de vida.

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