No se disfrazan, que se revisten. No cargan, que portean. No son encapuchados, que son penitentes. Una gran paleta de colores litúrgicos, cristos que consuelan, que oran, que yacen, vírgenes con dagas en el corazón, que se duelen, que se sienten solas, santos que guían, santas que restañan sufrimientos... La enciclopedia de la semana grande de la Iglesia Católica tiene una tonelada de páginas en las que A Coruña ocupa un lugar, por el momento, chiquitito. Los años setenta y ochenta dejaron a la ciudad viuda de procesiones y ritos que tienen sus primeras manifestaciones documentadas en la Edad Media y que vivieron un momento de esplendor a mediados del siglo XX. A principios de la década las salidas de pasos en la urbe eran sólo tres. Pasados ocho años ya son once los cortejos religiosos que recorren la Ciudad Vieja, Pescadería y Ensanche. Parece que A Coruña siga un camino inverso a una sociedad del tercer milenio imparablemente pagana.

El relato de estos siglos de tradición lo hace Salvador Peña en un capítulo dedicado íntegramente a la ciudad en La Semana Santa en Galicia, tres volúmenes editados por Hércules Ediciones y presentados esta semana. Peña es el impulsor de la recuperación y renovación de las celebraciones en A Coruña como responsable máximo de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y el Santo Entierro ligada a la Venerable Orden Tercera, templo de donde salen en este momento hasta seis procesiones diferentes.

Peña programa la máquina del tiempo para la Edad Media para disertar sobre los antecedentes. Habla de las dos órdenes mendicantes instaladas en la ciudad en la época, los dominicos y los franciscanos, que impulsaron las representaciones plásticas indoor y también a cielo abierto como método pedagógico de evangelización. De ahí nacieron tradiciones como el Santo Encuentro, el Desenclavo y el Santo Entierro.

El cofrade bucea entre papeles y archivos eclesiásticos, que le aportan nuevos descubrimientos. El último, una cofradía consagrada a Nuestra Señora de la Humildad. Se trata de una revelación "inédita" que se une a las agrupaciones medievales conocidas hasta el momento como la que conformaba el gremio de los Mareantes (marineros) y la llamada Hermandad de la Vera Cruz.

"Según algunos historiadores de la ciudad, ya celebraba la antiquísima función del Desenclavo", -explica Salvador Peña- con un conjunto escultórico desaparecido y un crucificado articulado que podría formar parte de una imagen que ha llegado al día de hoy, el Cristo del Buen Consuelo, al que se le rezan cuarenta credos para hacer más liviano el sufrimiento de los enfermos agonizantes.

Tomó el testigo de la Vera Cruz la Venerable Orden Tercera de Penitencia de Nuestro Padre San Francisco, que instituye la procesión de la Virgen de la Soledad de Viernes Santo, esa que hoy se conoce como Os Caladiños y cuya figura principal preside durante el año el retablo de la iglesia de la plaza Carlos I. Era 1674 cuando se dictaba que la Cruz de Palo tendría que ir delante, acompañada por "una campanilla muy sonora" y todos los hermanos "con túnicas y capuces negros y achas ensendidas". "Sin que se puedan escusar y menos de enfermedad o ausencia", marcaban los estatutos.

La talla que representa a la Soledad es italiana, vestida con un traje tradicional típico de la alta burguesía del XVIII. Tiene en su haber muchas batallitas para contar, como, cuando durante la invasión napoleónica, una mujer de la Orden Tercera se la llevó a su casa de la calle Damas, donde la emparedó para evitar que los franceses la decapitasen, una mala costumbre que el invasor galo había adquirido contra la religión del invadido español. Salvador Peña manifiesta que la popularidad de esta virgen era tal en el siglo XIX, que los registros de bautizos de aquellos tiempos estaban superpoblados de niñas soledades.

Ajuares y milagros

La otra diva de la Semana Santa coruñesa salió el pasado viernes ante la mirada de miles de fieles. Es la Dolorosa, de quien se dice que salvó a la ciudad de una epidemia de cólera en 1854 y se hizo por tal milagro tan querida y famosa que diez mil personas la siguieron en procesión aquel año. Entre su ajuar cuenta con una valiosa corona de oro y platino donada por el infante Jaime de Borbón en 1929. La pieza, conservada en una entidad bancaria, tiene 1.065 brillantes, 82 perlas, 7.033 diamantes, un rubí, un topacio y cincuenta amatistas.

Salió en procesión en 1674. Era demasiado pesada y por ello, hace exactamente doscientos años, encargaron realizar una réplica ligera: una estructura con cabeza y manos que se intercambiaría ropa y aderezos con la primera y que evitaría el deslome de los fieles porteadores. Hoy es el centro de la congregación más antigua y más numerosa de la ciudad y salió en procesión el pasado viernes.

Ya en el siglo XIX Salvador Peña destaca la procesión del Santo Entierro, centrada en el Cristo Yacente que hoy se conserva en la iglesia de la Orden Tercera. De allí salía la comitiva fúnebre. Eran seis caballos "totalmente enlutados con plumachos negros" quienes trasladaban la urna en un armón de artillería, un carro de transporte de munición. Los seguían "largas colas de niños vestidos de ángeles con coronas de flores en sus cabezas y portando todos los símbolos de la Pasión, al igual que los niños vestidos de nazarenos".

Como ocurre en la actualidad, los niños ya tomaban parte de las celebraciones de Pascua en la ciudad. Y como las devociones se transmiten de generación en generación, la Orden Tercera tiene cofrades que cuentan con tan sólo meses de vida. Otros que ya fueron creciendo dentro de la entidad, se encargan, por ejemplo, de los tambores y las cornetas de la procesión. Es el caso de Sheila, Fátima, Pilar y Quique, de entre 9 y 13 años, que estos días pasados apuraban los últimos ensayos en la Venerable Orden Tercera para no confundirse en paso y melodía.

Los hay benjamines y los hay veteranos. Salvador Peña recuerda a una cofrade casi centenaria que falleció el pasado año. En su persona se reflejaba la memoria de un siglo XX con más de una decena de procesiones. El responsable de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Santo Entierro describe cómo era la Pascua coruñesa en los cincuenta.

"A Coruña siempre fue ajena a tópicos relacionados con la Semana Santa que hablan del profundo aroma a flores primaverales mezclado con el olor inconfundible de la cera", mantiene Salvador Peña en el volumen La Semana Santa en Galicia, que habla y fotografía celebraciones curiosas y tradicionales, fiestas menores y mayores, como las de Viveiro y Ferrol, las únicas gallegas declaradas de Interés Turístico Nacional.

La identidad coruñesa

Peña compara y explica que la ciudad nunca fue "escenario de vistosos desfiles procesionales" con tallas de "incalculable valor" ni tampoco se ha distinguido "por ver discurrir por sus calles largas filas de cofrades vestidos con hábitos multicolores". "Más bien todo lo contrario", prosigue, "la Semana Santa coruñesa constituía, en los años cincuenta, un estadio en la vida cotidiana, una parón en el inicio de cada primavera". El cofrade señala que se vivía con "recogimiento" y con "una religiosidad serena", algo que, según Salvador Peña, caracteriza todavía hoy a la Pascua de A Coruña, como ciudad "poco proclive a manifestaciones religiosas públicas".

Tan poco proclive que en los años setenta y ochenta sufrió un gran achaque del que casi no se recupera. Las diferentes procesiones fueron desapareciendo hasta que, en 1983, un grupo de jóvenes coruñeses organiza de nuevo la antigua procesión de Nuestra Señora de la Soledad desde la Orden Tercera. La incorporación del sexo femenino más allá de la mantilla y el rosario fue fundamental para la supervivencia puesto que la mayoría de los efectivos voluntarios con los que cuenta la Iglesia Católica -más allá de sacerdotes, religiosos y religiosas- responden a nombres de mujer.

La cofradía se formaría tres años después, sumándose a la Venerable y Real Congregación del Divino Espíritu Santo y María Santísima de los Dolores, aquella fundada en 1673 en torno a la virgen sanadora de costosa diadema, cuya procesión preside siempre el arzobispo de Santiago de Compostela. También a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa se gesta la cofradía de San Jorge, llamada De la Pasión del Señor y Nuestra Señora del Mayor Dolor.

Con la llegada del nuevo siglo, la vida más allá de la Pescadería incorporó el fervor religioso de Semana Santa con sus propias manifestaciones callejeras. En 2006 nacía la Cofradía de la Divina Pastora cuando la iglesia de los Capuchinos agregó a su patrimonio la imagen de Jesús entrando en Jerusalén ante aclamaciones, palmas y olivos para festejar el Domingo de Ramos. Los costaleros son feligreses, un total de doce, que van hasta la plaza de Vigo, donde se procede a bendecir las ramas. El párroco, Rosendo Pérez, tomó la idea de la talla de otra ciudad en la que ejerció, Vigo.

Cada vez que llegaba Domingo de Ramos le prometía a los feligreses que tendrían su borriquita. Al terminar la bendición de 2001, una familia de la parroquia se le acercó: "Para el año que viene, tendrá usted su borriquilla". Y de un taller de imaginería zaragozano llegó el animal, pasando antes por Olot (Girona), como epicentro español de la fabricación y distribución de santos.

Este rito se reproducirá hoy, a partir de las once de la mañana. La imagen partirá de Padres Capuchinos, para recorrer la plaza de Vigo, donde se bendecirán olivos y palmas, y regresar a su residencia habitual. Por la tarde, se celebra la primera de las seis procesiones organizadas por la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad desde la Orden Tercera: el Ecce Homo Cautivo acompañado por San Juan. Es a las ocho de la tarde.

La última incorporación a la plantilla piadosa de la ciudad es la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, que debutó el pasado año y que recorre las calles del entorno de Cuatro Caminos el Viernes Santo, a las seis.