Eran chavalillos en el fin de siglo. Mocetones pobres con papás que no tenían 2.000 pesetas para poder librarlos de ir a luchar a colonias. Muchos no volvieron y los que volvieron asustaban por su rostro cadavérico deambulando por las calles coruñesas. Al puerto de la ciudad arribaron numerosos barcos con soldados hacinados cual sardinas, algunos muertos, algunos vivos, todos derrotados por el enemigo y buena parte derrotados por las enfermedades. La guerra siempre es negocio y unos pocos aumentaron su patrimonio en el ir y venir de naves, en la costosa repatriación desde Cuba hacia Oza, donde la soldadesca estaba obligada a permanecer en cuarentena. Por toda esa zona de la ciudad reposan o han reposado los cuerpos de los que no resistieron la contienda y el regreso.

No resistieron tampoco el rodillo del olvido de un país que, después de enviar a miles de hombres a la lucha entre vítores de patriotismo, apostó por la lobotomía colectiva. Ni una placa ni una calle ni intención de localizar las fosas comunes que pueden albergar cientos de cadáveres. La intención sí existe en Cuba, después de que una empresa de arqueología zaragozana, auspiciada por el Ministerio de Defensa, realizase un listado de todos los que allá murieron y localizase algunas de sus sepulturas. Un gran número de nombres de esa lista son gallegos.

Y es que la tercera parte de los tripulantes de la Armada española -la más poderosa del planeta con la inglesa y la estadounidense- que se fueron a Filipinas y a Cuba eran gallegos. Y la cuarta parte de los dos mil marineros de la orgullosa Flota del Atlántico, que fue desintegrada en un solo día en Santiago de Cuba, eran coruñeses, especialmente de la comarca de Ferrol, donde todavía se recuerdan coplas contra Estados Unidos que cantaban las Pepitas y que se convirtieron en el gran hit tabernero de aquel año 1898.

El punto de arranque de la investigación en Cuba es, precisamente, la búsqueda de los restos de los marinos de la escuadra española que murieron en el combate naval del 3 de julio, un proyecto denominado Regreso con honor que levantó el arqueólogo zaragozano Javier Navarro. En una primera fase se elaboró un listado definitivo de bajas. Después se localizaron los posibles lugares de enterramiento y se llevó a cabo una prospección con georradar para delimitar las zonas de búsqueda de los restos inhumados en las playas. La última fase, la del sondeo arqueológico, para localizar restos óseos, fue interrumpida hace más de un año por falta de recursos económicos. En un principio, el Ministerio de Defensa apoyó el proyecto pero, según relata Navarro, cambiaron las personas y los criterios para la concesión de ayudas -se celebró el bicentenario de la guerra de Independencia- y finalizó el soporte económico público para poder continuar con las prospecciones en la isla caribeña.

Pero el proyecto sigue ahí, pendiente de financiación, que también se solicitó a la Xunta de Galicia, dado el elevado número de gallegos que allí perdieron su vida aquel 3 de julio de 1898. La Flota del Atlántico había zarpado del puerto de A Coruña, procedente de su base en Ferrol, pero jamás regresó. El objetivo era casi imposible y la tercera parte de sus tripulantes fallecieron en el intento desesperado de hacer frente al enemigo americano. Y muchos de los que regresaron, con destino también a la dársena coruñesa, perecieron en la travesía o ya en tierra, internados en el lazareto de Oza, sin poder sobrevivir a las heridas y a las peligrosas enfermedades que contrajeron durante la guerra.

Históricamente, los lazaretos se establecieron en distintos puntos de la costa española con el objetivo de albergar a los buques llegados de países en los que reinaban enfermedades epidémicas y contagiosas. Los pasajeros permanecían en ellos en cuarentena antes de dirigirse definitivamente al puerto consignado. La Revista de Obras Públicas, la decana de las publicaciones de Ingeniería Civil, definía el lazareto en 1854 como "el guarda de la salud pública" y el primer punto que visitaban tanto las clases bajas como gentes "de elevada categoría".

El lazareto de San Simón en Vigo fue uno de los primeros que se construyó en España y empezó a prestar servicio en 1842. Otros lugares con instalaciones "guardas de la salud pública" -y guardas de la prosperidad portuaria- eran Cádiz, Mahón (Menorca) y Pedrosa (Santander). El lazareto de Oza comenzó a funcionar en 1889. Este tema fue en su tiempo un aliento más a la rivalidad histórica entre norte y sur de Galicia, porque la existencia o no de un sanatorio para viajeros llegados de tierras extrañas condicionaba el punto de arribada de los buques.

La asociación coruñesa Bardo Cultural recuerda cómo en 1831 la Junta Superior de Sanidad comunicaba a la Junta Municipal de Coruña la Real Orden por la que el Rey prohibía la construcción de un lazareto en la ciudad. A pesar de ello, entre 1832 y 1841 existió un pequeño centro en los terrenos donde se hallaba la isla de los Judíos y Corralón de A Gaiteira.

El permiso no llegó a A Coruña hasta 1883. Se reformaría el desaparecido castillo de Oza para albergar el sanatorio. La iniciativa fue promovida por empresarios, navieros y banqueros de la ciudad, que crearon la Sociedad Mercantil del Lazareto de Oza. Fue en esta década cuando el colectivo comercial y empresarial de A Coruña se hacen con la totalidad de los terrenos en la franja costera del antiguo Ayuntamiento de Oza.

Como todos los lazaretos, el de A Coruña tenía dos partes. La primera, la limpia, en lo que hoy es el Sanatorio de Oza, constituida por el antiguo castillo. El resto de instalaciones estaban situadas al otro lado de la desaparecida playa de Lazareto, próxima a lo que hoy sería O Puntal. Estaban comunicados por un puente de hierro y madera de 230 metros de longitud. Los buques se dirigían a uno o a otro según la patente -limpia, sucia, sospechosa o apestada- con la que llegaran. Fueron el primer testigo de la dolorosa repatriación de los supervivientes del último capítulo del ocaso del imperio colonial español.

El historiador y arqueólogo Javier Navarro, promotor de la recuperación de la memoria y la búsqueda de fosas comunes del conflicto, narra cómo la dramática situación que se dio en España a finales del XIX "no fue sufrida igual por todas las clases sociales".

"Mientras las clases pudientes pudieron capear el temporal e incluso obtener beneficios con los múltiples negocios que acompañaron el extraordinario movimiento de tropas hacia los escenarios bélicos", argumenta, "una generación completa de jóvenes, hijos de las familias más desfavorecidas, fueron diezmados y sacrificados en el altar de la Patria".

Para los unos "los alardes patrióticos no pasaron de los salones, bares y cafeterías o de las barreras y tendidos de las plazas de toros". Para los otros fue diferente, para todos aquellos que no pudieron pagar la exención, que costaba entre 1.200 y 2.000 pesetas.

La Ilustración Americana y Española, una de las más importantes publicaciones periódicas de la segunda mitad del XIX, relata la desoladora llegada de las tropas a la ciudad de A Coruña con impresionantes fotografías de Víctor L. Riobóo y José Sellier.

El periódico habla de la llegada a la ciudad del vapor Alicante, uno de los buques hospitales que dispuso el Gobierno para que los soldados regresasen en buenas condiciones, una medida que resultó, a todas luces, insuficiente. La nave llega a A Coruña el 23 de agosto de 1898 procedente de cuba. Fallecieron 60 de los 1.000 soldados que embarcaron y otros se murieron apenas desembarcar.

"Tristísimas escenas se han desarrollado con este motivo, pues no puede verse sin profundo dolor el estado en el que el mortífero clima de Cuba y las rudas fatigas de la terrible guerra nos devuelven a muchos de los que hace poco tiempo partieron de España llenos de vida y entusiasmo a pelear por el honor a la bandera", describe La Ilustración Americana y Española.

Prosigue: "Más si es triste el espectáculo de los que vuelven enfermos, es aún más desgarrador el de los infelices que han venido a bordo luchando con la muerte, con el anhelo de llegar a la patria y, ya en sus aguas, mueren sin tener el consuelo de pisar su tierra".

Otras publicaciones son todavía más dramáticas. Un corresponsal ve "espectros más que personas vivientes. "Su cuerpo flácido y escueto cubierto con andrajos, les daba un aspecto a la vez repugnante hasta el horror y tristísimo hasta hacer derramar lágrimas", añade. Marcados de por vida, mutilados o enfermos y, como acto final, incluso mendicantes a un Estado que tardó en liquidar lo que les debía.

La asociación Bardos Cultural está realizando un listado de todos aquellos que, desde el lazareto de Oza, fueron a parar al cementerio o a fosas comunes, hoy bajo décadas de relleno y cemento. Identifican varias zonas como posible lugar de enterramientos colectivos. El primero, en la zona de la lonja antigua y la lonja nueva, en cuyas obras aparecieron esqueletos, según explica el colectivo.

También se hallaron restos de un centenar de cuerpos en 1978, continúan, en el triángulo entre la Casa del Mar, la estación de ferrocarril San Diego y el antiguo muelle del Este. Otro posible yacimiento estaría próximo a la zona del lazareto sucio, en O Puntal y al actual muelle de Oza. Finalmente, otro de los enterramientos colectivos estaría en las proximidades del lazareto limpio y los cementerios de Oza.

El actual cementerio situado en Monelos -recuerda el investigador José Temprano, de Bardos Cultural- se construyó como permuta de la iglesia románica de Oza y dos cementerios, unas propiedades vendidas a la Sociedad Mercantil del Lazareto por 12.815 pesetas.

"Estos cementerios jugaron una importante función en el regreso de los combatientes de Cuba al finalizar la guerra en los años 1898 y 1899, ya que fue en el lazareto donde fueron ingresados un gran número de los enfermos y heridos en la contienda", analiza la asociación coruñesa.

La ciudad fue protagonista en la casi imposible misión de retener la última colonia pero también en la llamada de atención sobre la injusta situación de la soldadesca.

Entre las contadas voces que se levantaron en contra de la sangría destaca una manifestación que tuvo lugar en las calles de A Coruña. Cuando España estaba cegada por la exaltación patriótica, en pleno fervor, canteros de la CNT protagonizaron una marcha en la que reclamaban que no se siguiera "desangrándose a la clase obrera" en una guerra cuya paz o rendición firmaría en París una delegación encabezada por Montero Ríos. El tratado dejó tranquila a una urbe en pánico porque temía que los victoriosos estadounidense atacasen Ferrol y A Coruña, como figuraba en sus planes desde 1894. El Gobierno envió al acorazado Victoria para defender el noroeste, mientras retenes de la Cruz Roja patrullaban la ciudad.

Las Naves

A Coruña fue eufórica partida y desmoralizado regreso en la guerra de Cuba. En el entorno del lazareto de Oza permanecieron fondeados numerosos barcos. Estas son algunas de las naves más importantes ancladas en la ciudad 1898:

-'Montserrat' (28 de agosto). Llegó con 575 soldados, entre ellos, 50 enfermos graves.

-'Montevideo' (6 de septiembre). Salió de Cuba el 25 de agosto. Arribó con 2.028 soldados y 167 familiares y también tuvo que fondear en la ciudad. El buque transportaba a 80 enfermos, 20 graves. Durante el trayecto perecieron 18 soldados. Entre los días 9 y 10 de septiembre murieron otros 42.

-'San Ignacio de Loyola' (18 de septiembre). Echó el ancla con 1.386 pasajeros. Un total de 1.285 eran militares, 718 enfermos. Hasta 180 de ellos estaban considerados graves. En su travesía fallecieron 124 personas.

-'Ciudad de Cádiz' (finales de septiembre). Llegó con 180 soldados y un gran número de oficiales. Muchos fueron trasladados al lazareto santanderino de Pedrosa por falta de plazas para alojarlos en la ciudad.

-'Chateau de Laffite' (25 de noviembre). De bandera francesa con pasaje civil y 1.070 repatriados militares. En el viaje murieron 21 personas.

Durante la contienda en la isla, fallecieron 1.810 hombres oriundos de la ciudad de A Coruña. 989 murieron de enfermedades comunes; 468, de vómito negro o fiebre amarilla; 65, de heridas recibidas; 63, en el campo de batalla; y 226, por causas todavía desconocidas.

Son datos obtenidos por Javier Navarro (Arqueología y Restauración SL) que, paralelamente a sus investigaciones sobre las fosas comunes y la Flota del Atlántico que partió de A Coruña, se implicó en la elaboración de una base de datos de todos los españoles que habían fallecido en Cuba entre 1895 y 1898 y habían sido enterrados en cementerios cubanos. Completó para ello los trabajos iniciados por Raúl Izquierdo Canosa, presidente del Instituto de Historia de Cuba y de la Unión de Historiadores. Había elaborado una base de datos de 38.000 marinos.

"Faltaban datos de interés, como la unidad a la que pertenecía el soldado y el lugar de nacimiento", explica Navarro, "y me propuse completar el estudio acudiendo a las fuentes españolas: el Archivo General Militar de Madrid y la relación de fallecidos publicados en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra". El objetivo, conseguir "un estudio con base científica del coste humano que tuvo aquella contienda para España, que diezmó a una generación de jóvenes en una guerra que ni les iba ni les venía". A día de hoy han recopilado datos de 55.000 soldados.