El cementerio de San Amaro custodia más de veinte mil sepulturas. Un recorrido por el camposanto es un recorrido por la historia de la ciudad. Allí descansan ilustres coruñeses y miles de historias de vecinos anónimos escondidas en el laberinto de tumbas, ceniceros y grandes mausoleos.

Entre sus muros reposan las plumas de Manuel Curros Enríquez, que fue custodiado hasta allí por miles de coruñeses, Eduardo Pondal, Manuel Murguía y el primer cronista de la ciudad y primer biógrafo de María Pita, el astorgano Andrés Martínez Salazar, a los que todos los años rinde homenaje la Real Academia Galega.

Los nichos de los alcaldes Alfonso Molina y Linares Rivas se comunican, al igual que lo hacen las avenidas que llevan sus nombres. Otros regidores descansan en el camposanto, como Alfredo Suárez Ferrín, Canuto Berea o Antonio Pérez Dávila. También Federico Tapia, pero separado de sus predecesores y antecesores, en la parte civil del cementerio coruñés.

Un monolito de dos metros recuerda a Claudio Sanmartín, asesinado por los Grapo en 1988, y guerrilleiros y resistentes como Foucellas o Pepín el de la Lejía dieron con sus huesos en San Amaro tras ser eliminados por el régimen. Entre los artistas, el compositor Marcial del Adalid y el pintor Francisco Lloréns.

Tres son las zonas en las que se divide el cementerio: la religiosa, la civil y la británica, ocupado, principalmente, por un batallón británico diezmado en el transcurso de la batalla de Elviña y que el ex alcalde, sir Francisco Vázquez, llamaba el "pequeño Gibraltar" de A Coruña, ya que está cerrado al público y la llave está en manos exclusivas del cónsul británico en la ciudad.

Hasta la pasada década el camposanto también custodiaba los cadáveres de soldados, en su mayoría procedentes de la Alemania nazi, que fallecieron durante la Segunda Guerra Mundial. Pero hace diez años fueron trasladados a Cádiz a un lugar destinado especialmente a los militares que murieron en territorio español durante la contienda.

Historia emotiva es la de la sepultura del niño de once años Juan Fernández Darriba, que rescató de morir ahogada entre el fuerte oleaje a otra pequeña de menor edad, Josefa Fernández, en 1896. Salvó a la niña pero murió en su hazaña. Nunca faltan flores en su lápida como homenaje. Un siglo después, los hijos y los nietos que pudo tener aquella mujer gracias a su héroe se acercan con frecuencia al lugar para cuidar el nicho.

En el cementerio civil, una placa recuerda a un número indeterminado de ciudadados de religión islámica enterrados en el cementerio de San Amaro. Las lápidas no son individuales y la placa que los distingue está casi escondida, colocada detrás de un árbol.

La parte no católica del camposanto municipal coruñés tiene un porcentaje de nichos no identificados más elevado que en su cementerio vecino. Se suceden las largas hileras de números que sustituyen a las cruces de las lápidas cristianas.

Epitafios ordinarios y epitafios singulares conviven en el lugar. Está el que quiso incluir el escudo del Deportivo al lado del tradicional crucifijo en una lápida para hacer valer su amor por el club y el fútbol. También hay alguien que quiso vengarse del médico que atendió a su finada progenitora: "Dulce y amadísima madre mía, torturada y muerta por la medicina, nos rompieron la vida. La sangre de los mártires caerá sobre ellos", lamenta una de las lápidas de San Amaro.