¿Es A Coruña una ciudad monárquica o pesa más su reciente tradición republicana? ¿Qué hay en el gen de muchos coruñeses que les hace lanzarse a la calle cada vez que visita la urbe algún monarca? Innegable es la fuerza singular constituida por los republicanos coruñeses y su influencia en la extensión del sistema en Galicia y en España. Innegable es también que tres reyes son los responsables de los principales puntos de giro en la historia de la ciudad previa al siglo pasado; siglo que comenzó con el multitudinario recibimiento a Alfonso XIII hace cien años.

Después del pregonado octavo centenario de la ciudad, quedó recuperada para el imaginario coruñés la figura de Alfonso IX, rey de Galicia y León, que le otorgó la Carta Puebla en 1208 y que convertió así a los coruñeses en "ciudadanos libres de cualquier vasallaje nobiliario y eclesiástico", según expresaba el alcalde Losada. Durante las celebraciones de 2008, los actuales mandatarios de la ciudad quisieron ver en el hecho histórico una parte del germen del espíritu liberal de sus habitantes y sus futuras decisiones políticas individuales y como comunidad.

La Carta Puebla supuso la fundación y el despegue urbano de A Coruña en el siglo XIII. Bajo el protectorado del rey leonés se reconstruyeron sus calles, se rehabilitaron sus iglesias y el territorio habitado se prolongó y multiplicó más allá de las murallas del casco medieval. Fue una auténtica resurrección de una urbe cuyo rol de puerto estratégico marcó su devenir hasta el siglo XV.

La ciudad quedó bajo el amparo de las sucesivas casas reales y, en 1563, Felipe II trasladó de Santiago de Compostela la Audiencia, la Gobernación y la Capitanía General, para evitar que perdiese población y protegerla como enclave estratégico de comunicación marítima. Esta condición capitalina definiría el estatus de A Coruña hasta el siglo XIX y sería determinante para tener la capacidad de repeler a Drake. Del asalto nacerían dos heroínas, según explica el catedrático Alfredo Vigo. Una carnal, María Pita, y una espiritual, la Virgen del Rosario, que relevaría a San Juan como patrona.

La tercera decisión real clave en la larga película de ochocientos años tiene la firma de Carlos III, que hizo que A Coruña emergiese fuerte e ilustrada en la época borbónica. En 1764, el monarca establecía en la ciudad la sede de los Correos Marítimos de las Indias, de forma que el puerto coruñés era el único autorizado para el transporte de efectos postales con las colonias americanas.

La navegación y el comercio libre desde la dársena herculina catapultaría el desarrollo empresarial, comercial, social y cultural de la urbe. La población superó por primera vez los diez mil habitantes. El censo aumentaba también con una importante cuota foránea de comerciantes e industriales llegados de otras partes de España, Europa y el otro lado del charco. Desde el Real Consulado como institución impulsora de la Ilustración, se promovió la rehabilitación de la gran seña de identidad de la ciudad, la torre de Hércules.

Su condición portuaria y de ciudad real la hizo escenario de numerosos monárquicos invitados. Juana la Loca y Felipe el Hermoso pasaron un mes en A Coruña cuando llegaron de Flandes para tomar posesión del reino. Catalina de Aragón partió del puerto coruñés para contraer matrimonio con el príncipe de Gales. Salió de la dársena un Felipe II todavía príncipe para desposarse con María Tudor.

Carlos V celebró aquí unas cortes y durante quince días convirtió la ciudad en capital de España, desde donde conseguir dinero para viajar a Alemania y ser coronado. Y siglos después: el niño Alfonso XIII desembarcaba en La Marina acompañado de su madre, en la primera de las tres visitas que realizaría el monarca. La segunda de ellas, ya en posesión de la corona, fue hace cien años.

Si en 1900 llegó por mar, el ferrocarril fue su medio de transporte en 1909 después de realizar la ofrenda al Apóstol en la catedral compostelana. Según describe Jesús María Reiriz en sus numerosas publicaciones sobre la historia de la ciudad, fue en la Estación del Norte donde el rey tuvo conocimiento del percance que las tropas españolas habían sufrido el día anterior en Marruecos. Su tercera visita fue en 1927, acompañado de su mujer para inaugurar las obras del tren que unió Zamora y la sala capitular del Concello.