Antes de comenzar la entrevista, el escritor, historiador y catedrático en comunicación Román Gubern explica una anécdota sobre el Congreso Mundial de Semiótica que se celebra esta semana en la Facultad de Sociología. "El día que llegué, fui a comer a un restaurante y el camarero me preguntó el motivo de mi visita a A Coruña. Le respondí que venía a un congreso sobre semiótica y el hombre se quedó de piedra. No había oído hablar de semiótica en su vida. Le expliqué que analizábamos el trabajo corporal de Obama en sus discursos, el lenguaje adolescente en la discoteca para ligar o cómo se viste la princesa Letizia. Pareció quedarse conforme con la explicación". Experto en cine, cómics, televisión, libros y pornografía, Gubern recuerda una frase que le dijo el filósofo Fernando Savater en un congreso mexicano: "La televisión funciona sin que nadie la mire, el libro requiere que lo miren y algo de colaboración".

-¿Hacia dónde nos lleva el concepto televisivo de mostrar la intimidad de las personas como un espectáculo?

-El reality es un género que se basa en una transgresión. Desde niños nos han explicado que mirar por la cerradura está mal. Entonces la televisión inventa un género que desculpabiliza y alimenta el morbo de poder espiar vidas ajenas. Eso me hace pensar en el momento en que Antonioni inventa, en los años 60, los tiempos muertos. Uno recuerda La Noche, de Antonioni, en la que había una secuencia de diez minutos en la que se veía a Jeanne Moreau paseando por las calles de Milán mientras miraba escaparates. Y no pasaba nada más. Entonces nos decíamos: 'Qué bien ha captado el espesor de la cotidianeidad prosaica'. Sus tiempos muertos han ido a parar al vertedero de Gran Hermano. Luego Televisión Española funde el reality con el concurso y crea Operación Triunfo. Por lo tanto, la televisión más que innovar, lo que suele hacer es hibridizar formas.

-¿La TDT supondrá un avance en calidad?

-La televisión se ha hecho más banal, salvo si existen grandes eventos como el 11 de septiembre. Ahora la TDT ha extendido la oferta, pero es como aquella frase de Shearer: 'Ofrecen una gran variedad de lo mismo'. Las dos formas para competir entre tanta variedad son el sensacionalismo y el raquitismo, formado por el tarot, la teletienda y todo eso.

-¿Existe algún modelo de televisión de calidad en el mundo?

-La BBC o la televisión pública canadiense hacen buena televisión. Pero lo que está subyaciendo en el diseño de la televisión es que tiene que haber una televisión de élite, la de pago, y otra televisión plebeya, gratuita. Ése es el concepto norteamericano. En la prensa pasa igual. Están los gratuitos, que se consumen en cinco minutos y una prensa de pago más analítica. La crisis ha incidido con tanta fuerza que esto también está cambiando porque periódicos gratuitos y de pago están cerrando o pasándolo mal. La opulencia comunicacional queda trastocada por el sistema. Ahora existen mil canales pero esa sobreoferta conduce a la desinformación. En internet pasa lo mismo con los blogs. Internet es un vertedero en el que vierte su opinión el catedrático de Harvard y el tonto del pueblo.

-¿El camino hacia una televisión mejor lo marcan las series de ficción americanas?

-Series como Los Soprano, Mujeres desesperadas o House son más imaginativas y maduras desde el punto de vista narrativo que el cine de consumo. También se está produciendo una migración, con series como Sexo en Nueva York o Los Simpson, que saltan a la gran pantalla. Esto refleja que vivimos en un mundo basado en la intermedialidad. Spielberg y Tarantino diseñan videojuegos y el movimiento es continuo. En definitiva, estamos creando una macroprovincia audiovisual. Si nuestros antepasados levantasen la cabeza asistirían impasibles a la pantallización de la sociedad.

-Se habla constantemente de los problemas del cine español. ¿Habrá algún día una industria sólida? ¿Importa la nacionalidad de una película?

-El cine cada vez es más transnacional y las coproducciones son algo que está a la orden del día. Respecto al cine español, hay que decir que existen varios problemas. Hay varios directores como Almodóvar, Amenábar e incluso Álex de la Iglesia que consiguen vender y tienen prestigio. Y luego hay una infantería detrás que malvive porque son productos caros y que el mercado no absorbe bien. El poder cohercitivo del cine americano también se nota. El 75% del cine que vemos es estadounidense pero creo que no es el único hándicap. Creo que el punto débil del cine español es el guión. Los guiones no tienen impacto social y eso se corrige formando guionistas.

-¿Le siguen sin convencer los directores posmodernos como Quentin Tarantino o Robert Rodríguez?

-Para muchos jóvenes la historia del cine comienza con Tarantino. Jamás han oído hablar de Renoir. He visto su última película y evidentemente no es el cine que me apasiona pero no está mal. Reconozco que es un hombre habilidoso pero no llega a la altura de clásicos actuales como Lars von Trier o David Lynch. En el cine como en el fútbol hay primera división, segunda y tercera. Wong Kar-wai es primera división en cine y García Márquez en literatura. Dentro de veinte años se hablará de Lars von Trier. De Tarantino ni media línea.

-¿La crítica de cine tiene algún tipo de valor en los tiempos que corren?

-La crítica es muy poco influyente en el público. El boca a boca es lo que realmente funciona. Últimamente ha aparecido un fenómeno, el fenómeno Boyero, que es un tipo muy estridente y escandaloso. Creo que forma parte de una estrategia por parte del grupo Prisa, más frívola y comercial. Carlos Boyero forma parte de esa política y es el único que provoca cierta polémica porque Almodóvar se molestó mucho con sus palabras. La crítica creo que no sirve de mucho a la hora de ir al cine.

-¿Internet está afectando a la industria del porno?

-Totalmente. Y eso ha supuesto que la industria esté en crisis profunda porque las parejas amateurs se exhiben en la Red. Ahora Pepito y Paquita dicen: 'Qué bien follamos' y lo comparten con el resto del planeta. Eso es un golpe muy duro para la industria del porno. Lo divertido es ver como los amateurs adaptan los encuadres del cine convencional a sus películas.

-¿Qué actriz le ha provocado una mayor sentimiento de deseo en una pantalla de cine?

-Por ejemplo, Brigitte Bardot. Ver una película de ella, en aquellos años en los que no era usual ver a una mujer así en pantalla, era algo inolvidable para un chaval de veinte años.

-¿Qué opina de los derechos de autor? ¿Cree que es un sistema que está obsoleto?

-En 1982, tras el nombramiento de Javier Solana como ministro de Cultura, me llamó y me preguntó: 'Román, ¿qué hacemos con las fotocopiadoras?'. Le dije que no se podían desinventar. Creo que lo de los derechos no es ninguna broma porque si un autor no cobra por su trabajo, deja de ser autor. Yo tengo tres libros que están escaneados en la Red sin mi permiso. Es algo que te halaga, pero por otro lado piensas en que es algo que dejas de cobrar. Es uno de los grandes temas a resolver que no se solucionará con la frase de la ministra: 'Todos somos internautas'.