El colegio de arquitectos y el colectivo Ergosfera experimentaron en Matogrande cómo los ciudadanos, al margen de las administraciones, pueden disfrutar de la posibilidad de dar utilidades públicas, incluso novedosas, a bienes a los que se les supone un propietario. Objetos procomunes, como bautizaron a su ensayo al aire libre en este barrio, convirtió mesas y sillas de plástico en piezas a disposición de los ciudadanos para que las utilizaran libremente. De cada mesa y cada silla distribuidas por Matogrande colgaba una etiqueta que advertía del carácter procomún del elemento. Los promotores de la prueba detallaban en ella el tipo de objeto y el "uso principal (no exclusivo)" que se le podía dar, aunque animaba a los usuarios a sentirse "libres de usarlo, moverlo, fijarlo, pintarlo y transformarlo de cualquier manera". Únicamente imponían unas condiciones, señaladas con iconos individuales: "este objeto no puede ser propiedad, ni privada ni pública"; "no es susceptible de apropiación por un tiempo mayor de 24 horas"; "si se altera o transforma, su uso principal no puede perderse"; y "no puede utilizarse para fines comerciales".