"Somos un pueblo de artistas", sentencia Xurxo Souto. Y un pueblo de bailadores. Y un pueblo festeiro. Quince mil parrandas para cada una de las quince mil parroquias gallegos. A todo esto únanse las inclinaciones históricas o congénitas de los coruñeses por el bienvivir y el bienvivir, sobre todo, en la calle con el aire en la cara. "Una de las mejores virtudes de nuestra ciudad es saber relacionarnos y vivir intensamente la amistad con una cantiga en los labios, incluso en los momentos más difíciles", añade el comunicador. En una ciudad donde había guitarras en barberías y en un país donde las orquestas populares se convirtieron en el mejor de los conservatorios para los más humildes, nacieron las mil y una orquestas, algunas elevadas al olimpo de las leyendas. Los Satélites cumplen setenta años. Y con ellos, toda una época dorada para las formaciones coruñesas, que recorrieron el mundo, de A Coruña a Japón, pasando por Finlandia. Los Trovadores, la Orquesta Mallo, la Orquesta Finisterre... y un sinfín de recordados nombres fueron los protagonistas de la era del agarrado.

Xurxo Souto, en su pasión de musicólogo de las orquestas populares, reconstruye cómo, a principios de siglo, cada santo patrón se merecía, de parte de sus feligreses, una murga o una música, grupos embrionarios de las posteriores orquestas gallegas. Gaiteiros nunca faltaban, pero se reforzaron otros instrumentos como clarinetes o saxofones, más apropiados para descifrar los nuevos ritmos que no cesaban de llegar a través de los aparatos de radio, que acercaban a la Galicia esquinada los ecos del extranjero.

Familias enteras formaban parte de las músicas. Dejaban el mar o la tierra por unos momentos, se vestían de gala y se convertían en el centro de atención de sus parroquianos o de aldeas vecinas. Años más tarde, muchos pudieron prosperar y dedicarse exclusivamente a tocar. Los músicos militares mejoraron la calidad de las formaciones, según explican Xulio Cuns y Xosé María Veiga, autores del libro Orquestras Populares das Mariñas.

Tras la Ley Azaña, promulgada en el año 1931, se concedió el retiro voluntario a los militares que desearan dejar el Ejército. Muchos cambiaron sus uniformes bélicos por los uniformes de escenario y se integraron en las formaciones musicales. Tras la Guerra Civil, donde habían proliferado sobremanera las bandas castrenses, sus instrumentistas también se buscaron el pan en las agrupaciones populares.

Las comunicaciones mejoraron y algunos pudieron agenciarse coches propios, como Los Pachotes de Miño, uno de los primeros grupos de la comarca en motorizarse. Ser músico en una orquesta comenzaba a ser ya un modo de vida completo. Hay quien llegó a vender una vaca para comprar un instrumento y prosperar. "Mi abuelo", narra Souto sobre su abuelo y uno de los primeros Satélites, "trabajaba de peón, carretando arena con 14 o 15 años". La música le permitió ser menos menos esclavo que la mayoría de hombres de su tiempo.

Además de los bolos pangalaicos de campo da feira en campo da feira, en las ciudades se multiplicaban los bailes en diversos salones, hoteles y casinos, y los cafés-concierto, como el famoso Luisa Fernanda en la calle Real. Está donde hoy es el Kirs y allí tocó, por ejemplo, por primera vez en A Coruña, todo un Antonio Machín. Pero, en A Coruña, la música estaba en todas partes.

"La barbería es un clásico", explica Xurxo Souto, "otro de los conservatorios populares de Galicia". Era un verdadero lugar de reunión y tertulia y no faltaba en ellas alguien cantarín o una guitarra. En uno de estos locales estuvieron Xil Ríos o Álvaro Pita, Alvarito, que unió Os Castros con Japón y tocó delante del rey Hussein de Jordania, amante, al parecer, del merengue dominicano.

Guitarras en las paredes

Tampoco faltaban guitarras en los bares. Estaban el Varela y el Bugía, ambos en la calle del Orzán, "auténticas cátedras de la canción coruñesa", en palabras de Souto, "las dos con guitarras colgadas en las paredes, esperando por los maestros que le diesen vida". En el primero se interpretaban boleros, piezas mexicanas, tangos y otros ritmos populares y en el Varela se tenía más querencia por la música clásica.

Pero el bar imprescindible en cuando a músicas coruñesas se refiere era la Tacita de Oro. El número 55 de la calle Olmos era un edificio en la que estaba la tasca donde se hacían buena parte de los contratos y los fichajes. En el primer piso ensayaban Los Satélites, y más arriba, en la buhardilla, tocaba Perillo, el futuro batería de los Tamara.

"En la Tacita los músicos echaban la partida. Aquí dejaban los avisos cuando una orquesta necesitaba algún instrumentista. Y hasta aquí acudían las comisiones de fiestas de todas As Mariñas y Bergantiños para cerrar sus contratos", relata Xurxo Souto, que narra esta y otras historias cascarilleiras en Contos da Coruña.

Los Satélites nacieron en 1938 en una academia de baile, con Jaime Camino y del saxofonista Manuel Otero Mariñas, Lolito, al frente. Dejaron de ser una formación más después de su famoso viaje a Venezuela en 1955. La historia del primera aventura transoceánica de una formación gallega al completo es conocida. Fracasaron: intentaron llevar ritmos tropicales a la cuna de los ritmos tropicales y no salió bien. Allí lo que esperaban era algo más típicamente español, más pasodoble y menos sabrosura, que esa lección ya se la sabían.

Sin embargo, aunque dejaron a Alvarito Pita y a Pucho Boedo en tierras americanas, la orquesta llegó a Galicia con las maletas cargadas de una información que les haría totalmente diferentes a las otras formaciones de la época y marcaría una pauta a seguir para el resto. "En los campos da festa ya se escuchaba salsa veinte años antes de que en Nueva York escuchasen hablar de salsa". En el cóctel para conseguir una popularidad sin límites, hay que añadir al maestro Sierra, un "arreglista excelente", según explica Paco Lodeiro, que firma el documental Os Satélites. Unha orquestra de lenda. Amante de las big bands americanas, les dio el swing Glenn Miller. Ya en los setenta, Fixoi aporta su saber hacer en diferentes orquestas Venezolanas y Los Satélites pasan al mercado discográfico en forma de cintas de casete. "No había coche de la época que no tuviera una", asegura el productor y presentador.

Allá por los cincuenta y sesenta, no se le quedaban atrás otras agrupaciones. Una de las primeras referencias fue la Orquesta X, la más antigua de la ciudad, anterior a la Guerra Civil, con Manolito al frente, "un showman auténtico", según describe Xurxo Souto. O la Orquesta Mallo, otro nombre imprescindible de la época, fundada por tres hermanos de Feáns, virtuosos del acordeón.

Orar y emigrar

Cuando el arzobispo de Santiago decidió que la Cuaresma, al igual que la Semana Santa, no era tiempo para bailes, actuaciones y músicas demoníacas, las orquestas se quedaron sin trabajo durante dos meses al año. Acababa el Carnaval y tocaban vacaciones forzosas no remuneradas. Había que buscarse las habichuelas fuera de la tierra. Es este el origen de la "diáspora" musical gallega, describe Souto. Los caminos fueron tan largos como diversos.

Los primeros, Los Satélites. Pero no los únicos. Años después surgieron una serie de grupos con nombres, normalmente, "hiperhispánicos", dice Souto, que hasta en sus atuendos hacían notar su españolidad para conseguir contratos en Europa, Asia, África y América. Souto relata estos "periplos musicales planetarios". Cuenta como Chemari, a principios de los sesenta, idea Los Celtas de España. Recorrieron África y el Próximo Oriente y tuvieron que salir a las carreras de Irán, donde su hotel había sido asaltado durante disturbios integristas. "Tanto en vestimenta como en repertorio, acudieron a todos los tópicos hispánicos flamencos y cañís", explica el comunicador.

Entre los componentes del grupo estaba Marcelino López, o ferreiriño de Orto (Abegondo), más conocido como Candelas, que con su propio grupo, Los Españoles, que creó en Suiza, triunfó en tierras japonesas. Tras una gira de seis meses en los sesenta, volvieron para tocar en las Olimpiadas y Candelas llegó a grabar varias canciones en japonés. Recorrieron toda Europa, desde Escandinavia hasta Grecia. Cada vez que volvían a Galicia, a actuar en lugares como El Seijal, "se paraba el mundo".

Con Nat King Cole o los Beatles

En el país nipón, compartieron escenario con Louis Amstrong y Nat King Cole. Los Mayorales, con Alvarito Pita al frente, tocaron muchas noches para el rey Hussein, que resultó ser dueño de la sala de Jordania que les había contratado.

Antes, Alvarito, que se quedó en Venezuela mientras Los Satélites regresaban, había fundado Sabor Hit, con los que triunfaría, entre otros lugares, en la sala Moroco de Madrid. También Los Mayorales viajarían a Japón. Pita conoció el nacimiento de su hijo Armando durante una actuación al otro lado del mundo.

Para anécdota, la que pueden contar Los Magos de España, que tocaban en Hamburgo "muy cerca de unos rapaces que se hacían llamar los Beatles", narra Souto. Cuentan que el batería de los de Liverpool les pedía a los músicos gallegos que les dejara tocar con ellos, algo que la orquesta le negaba "porque era un escachabaquetas".

Según Souto, la "expresión más plena de las big band coruñesas" eran, además de Los Satélites, Los Trovadores, la Orquesta Mallo y la Orquesta Finisterre, creada en los cincuenta por un virtuoso clarinetista, Rogelio Rey. Los rivales por antonomasia de Los Satélites eran Los Trovadores, a los que también puso voz Pucho Boedo. En La Silva -cuna del grande que llegó a compartir tablas con Aznavour y Brel en el Olimpia de París- recuerdan las competencias entre ellos. "La verdad es que La Silva era un lugar tradicional para las grandes competencias", recuerda Álvaro Pita, Alvarito.

Las 'trovas' de Pucho

En La Silva siguen alardeando de que Pucho nació allí. Una vecina de toda la vida, Elena Gómez Rey, rememora cómo se repartían los fans entre la Silva de Arriba y la Silva de Abaixo. "Decían que a Los Trovadores le habían puesto ese nombre por las trovas (melenas) de Pucho". Cuenta cómo sus amigas elegían el lugar para ir al baile según fuese verano o invierno.

Cuando apretaba el frío, mejor en la ciudad. En La Granja, al lado de la plaza de San Agustín (actual Punto 3), en el hotel Finisterre o el Club del Mar. Hace quince años, cerró la última de las salas de baile al aire libre de la ciudad, el Liceo de Monelos. Cerraba tras quince años de funcionamiento.

Durante la época estival, a Betanzos, Sada u otros lugares de la comarca. El de más éxito, El Seijal, en San Pedro de Nós, fundado en 1934. Si tocaban alguno de los grandes, regueros de gente subían andando hasta el lugar. Los muchachos temerarios que no querían pagar, se agarraban como podían al tranvía Siboney. Después llegó el autocar y los coches, que colapsaban la carretera. Y es que, como sostiene Xurxo Souto, si la tonada era buena, "el mundo se paraba".