Sentado en una butaca bajo el ventanal de la sala de estar de su casa en el Cantón Pequeño, el médico Rafael Fernández Obanza repasaba ayer, en vísperas de cumplir los 100 años, los Artificios de Borges. "Salió Borges, pero podía haber salido cualquier otro", justifica sobre la elección para la tarde de ayer de entre su amplia biblioteca. La lectura le sirve ahora como hobby, dado que prácticamente ha abandonado su ejercicio como médico. Porque de televisión no quiere ni oír hablar. Apenas la enciende, a menos que se trate de un "programa excepcional", como la muerte del papa Juan Pablo II y el posterior nombramiento de su sucesor. "No me distrae", zanja.

Y es que, en realidad, Rafael Fernández Obanza ha huido durante toda su vida de distracciones. Su labor profesional ha sido el eje principal de su existencia, y se siente especialmente orgulloso de ello. Nacido en Madrid un 20 de enero de 1910 en el seno de una ilustre familia de médicos y banqueros, se trasladó pronto hasta A Coruña, donde estudió en los Maristas. Completó posteriormente la carrera universitaria en Santiago de Compostela, donde se licenció en el año 1932. La Guerra Civil le sorprendió en el Sanatorio Marítimo de Oza, desde donde accedió a la dirección del dispensario antituberculoso de A Coruña. Agotó su permanencia en esa plaza y se acogió a la jubilación voluntaria. Desde entonces ha ejercido la medicina privada en su consulta, que también es su vivienda, situada en plenos cantones coruñeses.

Forma, mal que le pese, y por mucho que se empeñe en calificar su trayectoria como "vulgar", de la historia de la ciudad. No en vano él fue el primero en España en administrar a un paciente una dosis de penicilina. Insiste en que, de no haberlo hecho él, la habría administrado otro "compañero". Pero el caso es que fue el primero en tratar a un enfermo con este medicamento revolucionario enviado expresamente desde Gibraltar no recuerda bien si por americanos o británicos. Sin embargo, lamentaba ayer, las dosis enviadas fueron insuficientes y el enfermo de septicemia al que trató en el sanatorio San Nicolás de la plaza de Vigo finalmente falleció.

El desempeño de su carrera profesional le permitió también atender a personajes muy conocidos e influyentes. Es el caso, por ejemplo, del tenor Miguel Fleta, a quien acompañó en sus últimos días. Todo ello, sin embargo, no sirve para despertar en Fernández Obanza ningún síntoma de orgullo, tan sólo aquel que le otorga el saberse con el "deber cumplido". "Me gusta la vida tranquila, pacífica y con independencia", subraya. Hace del individualismo bien entendido una virtud a destacar en las personas, pero añora los días en que era "uno más de los que paseaba por los cantones" con sus amigos. "Lamentablemente", continúa, muchos de ellos ya se han fallecido y a su edad, asegura, resulta "difícil" hacer nuevas amistades.

Recientemente, en 2008, Fernández Obanza sufrió en su vivienda un robo, cuyos autores fueron arrestados de inmediato. De aquello no puede más que recordar el "excepcional" trato que le facilitó la policía cuando, acompañado de su hermano, presentó la denuncia.