Una familia que convive con una treintena de vacas y que no tiene quien lleve a los hijos al colegio, un anciano viudo que debe recorrer varios kilómetros para tomar un café en un bar o para hacer la compra y un hombre solitario que necesita llamar a un taxi cada vez que quiere ir al médico son algunos de los habitantes de la comarca que viven en núcleos aislados y que carecen de vecinos.

Los habitantes de la comarca que se encuentran en esta situación son los únicos representantes de zonas que han quedado despobladas con el paso de los años. A pesar de las dificultades y del aburrimiento que supone no tener a nadie cerca con quien poder hablar, dicen sentirse felices y no están dispuestos a abandonar las casas en las que casi todos residen desde la infancia.

"Yo no quiero dejar esta casa, porque vivo en ella desde el año 1928. Antes tenía cinco vecinos, pero todos se marcharon porque creían que esto no era forma de vivir", explica Jesús Casal, el único habitante del lugar de Ludiña, ubicado en la parroquia carralesa de San Vicente de Vigo.

Aunque contentos con su forma de vida independiente, estos vecinos de la comarca no ocultan su insatisfacción con el trato que, en ocasiones, reciben de los ayuntamientos de los que dependen.

"Cuando pedí en el Ayuntamiento que pusiera un transporte para que uno de mis hijos fuera al colegio, me contestaron que no iban a sacrificar a otros niños por el mío. Nosotros vivimos aquí solos, pero pagamos los impuestos como el resto de la gente", protesta Xiomara Peña, una mujer que convive con su marido y sus dos hijos en el núcleo de Folgueira, un lugar situado en la parroquia arteixán de Monteagudo.

Las críticas son menos entre los individuos que viven completamente solos, sin familia ni vecinos. Los que pertenecen a este grupo coinciden al presentarse como personas autosuficientes, capaces de salir adelante sin ayuda y, en algunos casos, trabajando sus propias tierras.

"Estoy solo. Tengo familia y a veces vienen a visitarme, pero aquí no vive nadie más. Voy a Carral a hacer la compra y, como no tengo coche, llamo un taxi. Estoy bien y el único trabajo que tengo que hacer es cocinar la comida", explica orgulloso de su modo de vida Jesús Casal, a cuya vivienda se accede por un camino lleno de baches que discurre en uno de sus tramos bajo la autovía y que pone a prueba la suspensión de cualquier vehículo cuyo conductor se aventura a circular por ella.

Los ancianos como este hombre que habita en Ludiña lamentan el progresivo proceso de despoblación que confirman los datos del Instituto Nacional de Estadística. Cada vez es más frecuente que las personas de avanzada edad pasen los últimos años de su vida en casas de sus familiares o en residencias y casi ningún joven está dispuesto a permanecer en lugares donde la agricultura y la ganadería son la única forma de ganarse la vida.

Resulta llamativo comprobar cómo la visita de un periodista o la simple llegada del cartero son acontecimientos importantes para los únicos supervivientes de lo que hace décadas eran alegres aldeas en las que se celebraban fiestas y banquetes.

La soledad que sienten en determinados momentos es quizás la contrapartida a la posibilidad de vivir sin tener que rendir cuentas a ningún vecino y en un entorno sin contaminación acústica rodeado por la naturaleza.

"Es muy aburrido y, en invierno, aún es peor. Por lo menos tengo un perro que me hace compañía. Me lo trajo mi hermana", comenta con un gesto triste el único residente del lugar de Ludiña.

Los que se han quedado solos en sus aldeas y los que residen en terrenos rurales en los que únicamente existe una casa, sin embargo, afirman que viven en esa situación porque quieren y siempre destacan las ventajas por encima de los que algunos de ellos califican como "pequeños inconvenientes".

"Yo no discuto con nadie", explica un hombre que vive completamente solo en una aldea arteixán con cuatro casas llamada Corteo de Arriba.

El precio por la independencia de la que disfrutan y de la que presumen estos vecinos incluye también la necesidad de recorrer varios kilómetros para realizar cualquier gestión ajena a las tareas del hogar o al trabajo de la tierra.

"Para ir al médico tenemos que ir a Arteixo, que está a 6 kilómetros y media hora en coche", comenta Xiomara Peña, la madre que comparte con su esposo, dos niños y diversos animales domésticos una vivienda del lugar Folgueira.

El mismo problema tiene Jesús Casal, que tiene que desplazarse en taxi al municipio de Carral cada vez que quiere comprar comida. En este caso, las dificultades de los taxistas para encontrar la única vivienda del lugar de Ludiña son una dificultad añadida.

Las declaraciones de los ancianos que se han quedado sin vecinos adquieren tintes melancólicos cuando se refieren al futuro de las aldeas a las que tanto aman. Estos mayores, que todavía tienen fuerzas para trabajar sus tierras o para cuidar animales, reconocen, sin mencionar de forma explícita la muerte o la enfermedad, que los núcleos en los que residen no tardarán en quedarse completamente vacíos.

"Tendré que dejarla algún día, porque llegará un momento en que no pueda valerme por mí mismo", comenta con tristeza Jesús Casal.

Los habitantes de las parroquias en las que se encuentran los núcleos conocen a estos solitarios vecinos, aunque rara vez llegan hasta los terrenos donde están ubicadas sus casas. Las complejas indicaciones de los residentes de las parroquias para marcar el camino a las aldeas en las que sólo habita un individuo o una unidad familiar son una prueba más del aislamiento de estos núcleos al borde de la extinción.

"El camino es muy malo, hay que tener cuidado con el coche. Además, allí sólo vive una persona", advierte un vecino de la parroquia arteixán de Monteagudo tras ser preguntado por el camino más corto y sencillo para acceder con un vehículo a la aldea de Corteo de Arriba.

Los jóvenes que no están acostumbrados a caminar por campos y senderos de tierra ni siquiera conocen que existen estas casas habitadas. "No me suenan de nada esos sitios", dice una joven acerca de los dos lugares de la parroquia de Monteagudo en los que sólo hay una vivienda habitada.

Ni siquiera los alcaldes de los municipios son capaces de mencionar, sin consultar previamente documentos con datos y estadísticas, dónde están localizados los vecinos que viven solos en antiguas aldeas o en viviendas aisladas ubicadas en el rural.

Este desconocimiento municipal es, según mencionan algunos de los vecinos que pueblan en solitario estos espacios rurales, la causa por la que, en algunos casos, no disponen de contenedores o de servicios públicos básicos.

La idea de que los gobiernos locales sólo se acuerdan de estos vecinos a la hora de cobrar impuestos municipales es una de las que más repiten los residentes que han aceptado comentar su particular situación con este diario.

Los pocos votos que pueden conseguir los políticos con mejoras en estos núcleos -en la mayoría de los casos un único sufragio- es otra de las causas por las que los vecinos de estas aldeas se sienten en inferioridad de condiciones con respecto al resto del municipio.

José Collazo, Vecino de Corteo de Arriba

"No es verdad que non venga nadie. Ayer aún vino por aquí el cartero"

José Collazo vive en el núcleo de Corteo de Arriba, ubicado en la parroquia arteixán de Monteagudo, desde que nació en el año 1929 y, aunque ahora es el único habitante de la aldea, recuerda una época en la que compartía su vida con cerca de 25 vecinos. "Vivo aquí desde que nací, en el año 1929. Antes había cinco o seis personas por casa y hay un total de cinco viviendas", explica.

Este residente, cuya mujer falleció hace un mes, dice sentirse feliz con su modo de vida, a pesar de la soledad. "Yo vivo muy bien y no me falta de nada. Voy en coche a hacer la compra, en la feria o donde se me ocurra", comenta Collazo.

A pesar de su edad, este vecino tiene todavía fuerzas para trabajar la tierra, de la que consigue buena parte de los alimentos que consume. "Trabajo la tierra. Planto patatas, nabos y berzas. El hórreo está lleno de maíz y de habas", declara orgulloso.

Su gato y su perro son los únicos que lo acompañan todos los días, aunque tiene familiares que lo visitan de forma esporádica. "Tengo un gato y un perro que me hacen compañía. Si salgo, ellos también vienen conmigo. También tengo un hermano en Caión y otro en A Coruña que a veces vienen de visita. No es verdad que aquí no venga nadie. Ayer aún vino el cartero", bromea este hombre, feliz a pesar de la soledad en la que vive.

Manuel Rodríguez, Vecino de Folgueira

"No hay contenedores y los pañales de los niños no se pueden quemar"

El agricultor y ganadero José Manuel Rodríguez vive en el núcleo de Folgueira, situado en el municipio de Arteixo, con la única compañía de su mujer, de sus tres hijos y de sus animales —una treintena de vacas, tres perros y varias gallinas—. Aunque afirma que su familia es feliz, lamenta que no haya más gente en la aldea. "Somos felices, aunque a veces nos sentimos solos. Preferiría que hubiera más gente para poder hablar", declara.

Rodríguez posee un vehículo que le facilita los necesarios desplazamientos para hacer la compra, aunque no siempre es posible realizar todas las gestiones con un solo coche. "Tengo un coche y puedo moverme sin problemas para hacer la compra o ir al médico. El único problema es que no tenemos transporte público para que los niños vayan al colegio y a veces es imposible hacer todos los recados", lamenta.

Problemas que resultan inverosímiles para los vecinos de núcleos con más habitantes, son aquí cotidianos y preocupantes. "No hay contenedores y los pañales de los niños no se pueden quemar. Nosotros vivimos aquí solos, pero también pagamos la recogida de basuras", critica.

El cabeza de familia, a pesar de estos aspectos negativos, no quiere cambiar de forma de vida y destaca la tranquilidad y la calma que reinan en los alrededores de su casa y de sus fincas.