Ciudad y cultura
Profetas en su tierra
El español Roger Ibáñez, una de las estrellas de la editorial Dargaud gracias a su personaje ´Jazz Maynard´ critica la precaria situación que sufren los creadores nacionales
Luis P. Ferreiro | A coruña
Lograr el éxito con un producto de calidad no es fácil en ninguna disciplina artística. En muchas ocasiones, creadores con talento se ven obligados a hacer las maletas y buscarse otros horizontes para, poco tiempo después, volver convertidos en estrellas.
Ése ha sido el caso del dibujante Roger Ibáñez y el guionista Raule, que han logrado un gran éxito en el complicado mercado francés con su serie Jazz Maynard. Ambos artistas estuvieron ayer en Viñetas desde o Atlántico, en compañía del director de la exposición Clásicos de prensa, Jaume Vaquer.
Ibáñez recordó las dificultades sufridas en España antes de encontrar su hueco en el mercado francés: "En los años 90, los editores no pagaban por publicar material propio. En la última década empezaron a pagar, pero no lo suficiente para ganarse la vida".
Estas estrecheces son, según el ilustrador catalán, causa directa del tipo de cómic que se edita en este país. "Los autores se ven forzados a preocuparse por el guión y no invertir tanto en la parte gráfica —reflexionó—. El dibujo goza de poco tiempo de inversión, porque no nos resulta rentable, y hay que probar suerte en un mercado mejor pagado". Y esos mercados mejor pagados son, por un lado, el norteamericano, y por otro, el francobelga, e Ibáñez, seguidor del cómic europeo desde niño por influjo paterno, tuvo clara su decisión.
Otro problema que se encontró el ilustrador fue que, para pulir su estilo y madurar como dibujante, necesitaba foguearse y publicar lo máximo posible. Para lograrlo tuvo que recurrir a una picante fuente de ingresos. "Tuve que compaginar los trabajos por los que sí me pagaban en el cómic porno con las páginas que hacía por amor al arte —recuerda Ibáñez—. Me fogueé y se me abrieron las puertas del mercado francobelga. Y Raule y yo metimos el pie, y de allí no nos vamos a mover".
El éxito ha llegado para estos dos catalanes de mano de Jazz Maynard, una trepidante serie de género negro ambientada en Barcelona, que se ha editado en España a rebufo de su éxito europeo. "Para un editor español resulta más fácil comprar los derechos de una obra que crear una serie de la nada y desarrollarla —explicó el dibujante—. Con lo que pagan aquí, no queda más remedio que irse".
De Flash Gordon al ratón Ignatz
El comisario de la exposición Clásicos de Prensa, Jaume Vaquer, explica que, al principio, las tiras cómicas eran simplemente, "un aliciente" para la compra de un periódico. A partir de este modesto origen, a principios del siglo XX, el cómic ha avanzado hasta convertirse en un medio artístico tan respetado como cualquier otro. Pero la génesis del medio que regaló a la humanidad obras maestras como El Eternauta, Contrato con Dios —cuyos originales se pueden contemplar en la exposición de Eisner en el Palacio Municipal— y El Incal, sólo por poner tres ejemplos, está en estas modestas tiras.
La exposición, dispuesta en Palexco, y que el director de Viñetas desde o Atlántico, Miguelanxo Prado definió como "un tesoro", abarca desde 1907 hasta 1999. Comienza la instalación con un original, fechado en ese mismo 1907, del Little Nemo, de Winsor McCay. En la primera etapa del cómic, su temática era, en su práctica totalidad, humorística. Vaquer lo explica por una simple cuestión técnica: "En aquella época no había televisión, y la oferta de ocio era mucho más limitada que en la actualidad. El interés es, por lo tanto, la búsqueda del escapismo".
Pero en estas fases primigenias, anteriores incluso al nacimiento del género de aventuras que tanto marcaría a la juventud de los años 30, 40 y 50, ya se pueden ver a algunos personajes que conservan su fama hasta el día de hoy, como un original de Krazy Kat, de George Herriman, datado en la primera década del pasado siglo, y cuya asilvestrada concepción del humor —recordemos que Krazy Cat solía recibir ladrillazos en la cabeza por parte de su pretendido ratón Ignatz, lo que no hacía más que aumentar la pasión de la felina hacia su amado— no pasaría en la actualidad el filtro de la corrección política. Como tampoco lo haría la estereotipada imagen que se da de los afroamericanos en otras de las piezas de la exposición.
Este es otro de los alicientes de Cásicos de Prensa: la posibilidad de poder contemplar como avanzan las percepciones de la sociedad —estadounidense, por supuesto— con respecto a algunos temas y tabúes; poco o nada tienen que ver las atrevidas curvas con las que Russ Westover dibujó a la exhuberante Tilly the Toiler en 1945 con la desgarbada figura de Olivia, en los dos originales de Popeye (de 1935 y 1939) que se pueden contemplar en la exhibición.
Pero no sólo de humor se nutre la instalación; las historias de aventuras también provocaron la expansión del cómic en una juventud que ansiaba emociones, como recuerda el comisario de la exposición: "Ray Bradbury dijo que se gastaba su asignación semanal en el dominical del periódico en el que aparecían las historietas de Tarzán, de Harold Foster". Y sí, hay originales del Tarzán de Foster que tanto gustaba al creador de Farenheit 451. Y de Flash Gordon, por Austin Briggs. Y de Phantom, por Wilson McCoy. Y del Príncipe Valiente, también de Foster. E incluso de Snoopy.
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