"Llamamos a la policía y no nos hicieron caso, nos dijeron que identificásemos a los vándalos. Nos dejaron vendidos porque venían tapados para hacer el mal", se queja Roberto Varela, uno de los afectados por las pintadas de la manifestación de okupas del sábado pasado y que, ayer, todavía podía tropezar con los restos del ataque.

No cuestionan sus motivos, pero los comerciantes de la calle Real y San Andrés se preguntan por qué a ellos y por qué con total impunidad. "Aquí ninguno es rico. Somos todos asalariados", contesta uno de los empleados de una empresa de comida rápida instalada en el centro.

"A mí me dijo la policía que cerrase la puerta porque los manifestantes podían entrar en la farmacia y realizar desperfectos y yo no puedo ni debo hacer eso porque este establecimiento es un servicio público. Son ellos los que tienen que protegerme a mí", dice sin entender el farmacéutico Joaquín Peñalver, cuya fachada lucía ayer por la mañana la pintada "Stop veneno".

Olga Marcote, la dependienta de la tienda Movistar que hace esquina en la calle Bailén, ni siquiera se dio cuenta de que pasaba la manifestación porque estaba atendiendo a unos clientes pero, cuando vio el escaparate, tenía pintadas en los vinilos y los cristales, como la encargada de otra tienda de la misma empresa telefónica en San Andrés. "La policía no intervino, se limitó a escoltar a los que iban con antorchas en la manifestación, ni siquiera nos avisó de que cerrásemos un momento. No hizo nada, ni siquiera nos cogió el teléfono cuando llamamos porque nos estaban tirando globos de pintura a la fachada. No me parece justo que yo pague una casa e impuestos y que no me protejan y a ellos, que no pagan nada, sí", se quejaba ayer Anna Huguet, que había cambiado el vinilo publicitario de la tienda la semana anterior y, ayer, se veía obligada a reponerlo.

José Manuel Salido pide desde hace un mes y medio en la puerta de la iglesia castrense y, el día después de la manifestación, cogió un cepillo y se pasó la mañana intentado arrancar de la piedra -como si pudiese borrarlo del pasado- el "Abajo el Ejército" que, ayer, sólo era un manchón en la fachada de la iglesia. Fue militar, se casó y lo perdió todo, así describe su historia este joven que, a falta de trabajo, volvió ayer a armarse con cepillo y cubos de agua para sacar las pintadas de la iglesia. "Yo pido aquí y no sé qué me daba ver todo esto; la iglesia no tiene la culpa", explicaba ayer mientras miraba las horas de rascado que le quedaban para convertir en una simple mancha el Nen Deus nen amo, al otro lado de la puerta de la castrense.

A uno de los curas, don Francisco, le pareció raro que los fieles entrasen y saliesen de la iglesia, que no se sentasen entre el rosario y la misa, como cada sábado, pero no le dio más importancia hasta que vio que la entrada de la iglesia estaba toda llena de pisadas de pintura. Ayer estaba limpiando el Ayuntamiento con una máquina que tiraba arena mezclada con agua contra la puerta y el cepillo de José Manuel, pero no sabía don Francisco si haría falta algo más para borrar de sus paredes el paso de la manifestación en contra de la desocupación de la Casa das Atochas; un inmueble okupado por asociaciones alternativas y en el que se realizan actividades culturales.

A Mayte, del bar O Recuncho de Mayte, no es la primera vez que le pintan la fachada del local, por lo que ayer no se había apurado todavía a intentar sacar los restos de espray de su negocio. "Todavía no sé cuánto me va a costar", aseguraba, entre café y café. "No fue muy diferente de una huelga general. La policía y el Ayuntamiento tampoco nos ayudan cuando queremos trabajar y nos echan silicona en la cerradura", se quejaba ayer Javier Hernández, de Foto Blanco, que tuvo que limpiar de su fachada la pintada "Muerte al Estado".

"A comprar se van a los centros comerciales, pero a protestar vienen a la calle Real y a nosotros, como somos autónomos, nos toca lo de siempre: pagar", se quejaba ayer Hernández; de eso y de que la policía no hubiese actuado, de que no hubiese alertado a los comerciantes de lo que podría pasar y de que hubiese permitido que los manifestantes causasen daños a sus negocios.

"Yo no sé muy bien qué nos pusieron, la verdad, era un símbolo de algo", aseguró una joven dependienta de una tienda que, ayer, se afanaba en borrar una pintada con un estropajo y agua con jabón y es que fueron muchos los empleados y los jefes que, por la mañana, antes de ponerse tras sus mostradores, tuvieron que coger cubos con alcohol, cepillos y productos disolventes para intentar volver a una normalidad que se vio alterada el sábado por la tarde.

"A mí me parece muy bien que se manifiesten y que pidan lo que tengan que pedir, pero dañar a los que estamos en un negocio ya no lo veo correcto", explica Olga Marcote, que sabe que la limpieza de la fachada no saldrá de su bolsillo, sino que será el servicio de mantenimiento de Movistar quien lo solucione. "Es que ellos no saben cómo está cada comerciante, a lo mejor una pintada de estas le fastidia todo el mes", dice.