Penamoa se despidió ayer de la primera de las familias que, tras no haberse acogido al plan especial de realojo del Concello, tiene que abandonar el poblado de manera forzosa. La hora del derribo de la chabola estaba marcada para las diez y media, pero no fue hasta las once cuando la excavadora empezó a derribar la barraca de los tres miembros de la familia Rivero Salazar, Begoña, Jesús y su pequeño de siete años.

Con esta demolición -que estuvo acompañada de gritos, lamentaciones y de un fuerte dispositivo policial-, el Concello quiso mostrar a los vecinos de Penamoa que el final está cerca y que aquello que creían que no ocurriría, está ya a la vuelta de la esquina. Antes de que llegase la excavadora a la chabola, construida hace apenas dos años con madera que el Ayuntamiento entregó a la familia para que abandonase su antigua vivienda, que interrumpía el paso de la tercera ronda, Begoña Salazar aseguraba no tener muy claro si era su casa la que iba a ser derribada. "No me dijeron nada, mira cómo estamos", decía, todavía con el pijama puesto y la bata sin abrochar.

Dice la concejal de Servicios Sociales, Silvia Longueira, que las 19 familias que quedan ahora en el asentamiento tendrán que desalojar sus casas antes de que se ejecute la sentencia que da la razón al Ayuntamiento y que prohíbe a los chabolistas residir en estos terrenos, que son de titularidad municipal. Longueira defiende que, durante años, han propuesto soluciones alternativas a este final de desalojo forzoso a los habitantes del poblado y, a pesar de que la mayoría se acogió a ellas, hay una parte de Penamoa que se quedó fuera del plan de integración y realojos.

Los hermanos de Jesús residen en viviendas normalizadas en la ciudad, también sus padres, pero sus antecedentes penales -tiene todavía condenas por cumplir- y su adicción a las drogas se convirtieron en un obstáculo para que la familia que ha creado junto a su mujer pudiese hacer el cambio de la chabola al piso.

Cuando la familia Rivero Salazar vio que ya no había escapatoria, que no sería posible una negociación con los Servicios Sociales y de que de su chabola no iban a salir con la promesa de una ayuda para alquilar un piso o para comprarlo, entonces, decidieron entrar en la vivienda, recoger cuatro cosas que quedaban dentro: un par de sillas con brazos, unos prismáticos y neumáticos, porque al pez ya se lo habían llevado antes de que el despliegue policial cercase la barraca, y se fueron en la furgoneta.

Para la edil, que tuviesen todo ya recogido es más que una prueba de que los afectados por el desalojo forzoso mienten, de que estaban tan avisados como el Ayuntamiento de que su vida en Penamoa terminaría enseguida.

"Para debajo de un puente", dijo ayer Begoña Salazar que se tendrían que ir si Servicios Sociales no les daba una alternativa mejor, pero, cuando las uralitas comenzaron a crujir con el contacto de la pala excavadora, los Rivero Salazar se fueron con su familia en dos furgonetas, en teoría, a Ferrol, con la madre de Begoña, aunque su camino acabó a pocos metros de la chabola en proceso de deconstrucción. "Tienen una familia extensa con la que, me consta, tienen buena relación", explicó ayer la edil que, ni por un momento, se creyó que los desalojados se verían obligados a vivir en la calle e, incluso, dio a entender que la infravivienda no era la residencia habitual del núcleo familiar, aunque la utilizaba como domicilio en el censo. "No sé si tienen otra vivienda o no, pero, en cualquier caso, sé que no vivían siempre en el poblado", contestó la edil.

"Venimos por la noche y nos hacemos otra chabola", gritaba Jesús antes de marcharse del poblado, entre arengas de sus vecinos y algunos de sus familiares para que quemase la casa antes de irse, para que no les "diese el gusto" de derribar lo que había sido su hogar durante los últimos dos años a los encargados de ejecutar la sentencia.

"Eso no va a suceder", contestaba tan sólo unos minutos después la concejal de Servicios Sociales a la pregunta de qué pasaría si Penamoa amaneciese con una barraca en el sitio de la demolida. "Desde el año 2007 no se han construido más infraviviendas en la ciudad", dijo Longueira, que explicó que existe una patrulla de policías que, día y noche, controla que no se levanten estas construcciones precarias.

Sobre el menor, el Ayuntamiento no quiso decir nada porque no está dentro de sus competencias lo que le ocurra -la situación de los pequeños del poblado fue denunciada ya en el Juzgado de Menores- pero la edil recalcó que esta actuación ayudará a que los que ahora son niños no se críen "en la miseria" en la que lo hicieron sus padres. "Se ha conseguido que 200 niños no vayan a pasar el resto de sus vidas en Penamoa y, sólo por eso, ya merece la pena", aseguró Longueira, que fue ayer el blanco de la mayoría de los insultos que gritaron al aire los vecinos del asentamiento.

"Sabemos que viven con sus padres, que les quieren, pero que no viven en las mejores condiciones", dijo la edil sobre la situación de los pequeños del poblado.

"Al niño lo ha cogido el eco con el miedo", aseguró ayer la abuela del menor, cuando la chabola estaba todavía en pie y el pequeño se tapaba la cara con una manta, arremolinado en el sofá, sin decir nada, sólo escuchando las voces de los vecinos y familiares que entraban con las manos vacías y salían de la casa con ellas llenas. La familia asegura que el menor está escolarizado en O Ventorrillo pero que ayer no fue a clase porque se pasó la noche sin poder dormir. Su tío Óscar, al que el Concello realojó de alquiler, afirmó que el pequeño se había hecho un escudo con un plástico para defenderse de una carga policial que nunca llegó.

Vecinos

La asociación de vecinos de O Ventorrillo aseguró ayer que se mantendrá “vigilante” para que la Justicia y el Concello cumplan con sus promesas de desmantelar el poblado chabolista de Penamoa, al que los miembros del ente vecinal denominan “gran supermercado de la droga”.

La concejal de Servicios Sociales, Silvia Longueira, aseguró ayer que no se atrevía a relacionar el fin del asentamiento con el punto y final del tráfico de la droga en la ciudad, ya que, bajo su punto de vista, este problema tiene que ver más con la educación y la prevención que con el ámbito territorial.

La asociación de vecinos de O Ventorrillo, ahora que Penamoa da sus últimos coletazos, agradece a los residentes en la zona su apoyo a la lucha contra la droga que, en algunas ocasiones, la tildan de “solitaria” por no contar con el esfuerzo de las administraciones.