Los miembros de la Asociación de Discapacitados Independientes de A Coruña (Adincor) no se quejan de las obras, se quejan de que nadie en el Concello haya querido escuchar su consejo, de que nadie les haya consultado cómo podrían hacer las reformas para que las nuevas infraestructuras sean accesibles para todos. "Que sean buenas para nosotros no quiere decir que sean malas para los demás. Pedimos para todos", explica Gelines Patiño, la tesorera de la asociación, que recorre las calles subida a una silla de ruedas especial.

No pueden cruzar los pasos de peatones porque la canalización de las aguas en superficie hace que se les atasquen las ruedas de las sillas en los canalones; la remodelación de la plaza de España les condena a no poder cruzar de los quioscos a la calle San Juan sin ayuda y la plaza de Pontevedra es una zona a la que no pueden ir si no es con los cinco sentidos puestos en los desniveles de la acera, en los triángulos que hace la baldosa en las bajadas y que se convierte en una trampa sin tener por qué.

Nadie les escucha, se quejan, y aseguran que se cansan de llamar al Ayuntamiento, de pedir citas que les solucionen, cuando menos, alguno de los problemas que les atenazan cada día, al salir de casa y no encuentran más que las palabras de comprensión de los que, como ellos, viven en primera persona las consecuencias de los obstáculos que sólo molestan a unos pocos.

Cosas que para los que van corriendo a todos sitios y se suben al vuelo a un bus urbano no tienen interés, pero que para los que dependen de un motor para moverse y de unas ruedas en perfecto estado para llegar a su destino, se convierten en barreras que les impiden llevar una vida normal, un día a día en el que no tengan que pedir ayuda para llamar al timbre de una puerta o en el que no teman que la silla les vuelque porque el pavimento está en malas condiciones o porque a alguien se le ocurrió que unas esquinas bien pronunciadas en las rampas de los pasos de peatones eran más efectivas que la curvatura de la acera.

La asociación se queja de que los timbres habilitados para las personas con movilidad reducida de los autobuses urbanos no funcionan, de que las plataformas no pueden desplegarse en todas las paradas y de que la doble fila que tanto reivindican los comerciantes les supone un peligro a los que, como ellos, tienen que pedir ayuda para bajar del bus porque se interponen entre la acera y la puerta del coche.

Tienen problemas para ir a algunos mercados municipales, no cuentan con servicios públicos adaptados en el paseo marítimo y, aunque no culpan al pequeño comercio, saben que su entrada está casi vetada en muchos lugares porque siempre hay un escalón o una baldosa rota que se interpone, pero sus grandes barreras las encuentran en las aceras, en las bajadas que, sobre el papel, se han hecho para ellos, pero que no tienen utilidad por peligrosas.

"Si vas despistada, te caes porque la rampa hace triángulo", explica Patiño, de las bajadas de las sillas de la reformada plaza de España y de la plaza de Pontevedra. Otra de las nuevas obras de la ciudad, la apertura del parque de Oza, trae por la calle de la amargura a los discapacitados porque, para entrar en sus garajes tienen que dar toda la vuelta con el agravante de que la calle Joaquín Galiacho no cuenta con pasos de peatones por los que puedan cruzar con seguridad.

Quieren ser independientes, luchan por ello, no están de acuerdo con que la silla les haga más vulnerables, pero se encuentran, cada día, con la realidad de una ciudad que no está pensada para ellos ni para sus necesidades. "Están gastando el dinero dos veces porque primero lo hacen mal y, después, lo arreglan", explica Patiño como portavoz de todos los discapacitados de la asociación.

Si hay un momento del año en el que las dificultades se agravan este es el invierno y es que la lluvia y el frío les sienta mal y las visitas al hospital son, cada vez, más frecuentes, pero lo de subir y bajar al Universitario, para los que van en silla es más que una aventura, porque no todos los autobuses que les llevan tienen la rampa para poder subirse, así que, algunas veces, tras haber esperado más de cuarenta minutos, se dan cuenta de que no pueden subir o de que un coche ha aparcado en doble fila y es imposible desplegar la rampa.