Los políticos que visitaron el día del vertido la ría de se contaban por manadas. Representantes del Gobierno central, de los Ayuntamientos y la Xunta quisieron mostrar su preocupación tras el desastre ecológico, uno de los más graves que se recuerdan. Pero los atentados contra las aguas de O Burgo son diarios, lo han sido durante años y, aunque se han disminuido los puntos de derrame, la presión urbanística y, antaño, industrial, y la falta de conciencia del valor, también económico, de un entorno natural limpio, convirtieron algunas zonas de la ensenada en un estercolero de difícil erradicación y en una de las rías más contaminadas de Europa.

Pero, aunque ya pocos lo recuerden, no siempre fue así. Había gente que imaginó ese entorno de una manera muy diferente, que incluso hasta podría haber cambiado la relación de la ciudad con el entorno metropolitano. Un ejemplo es un desconocido plano de 1930 firmado por el arquitecto Antonio Tenreiro -Banco Pastor, mercado de San Agustín, edificio Atalaya, la Ciudad Escolar-, que el Colegio de Arquitectos sacó a la luz hace cinco años con motivo de una exposición monográfica en torno al diseñador coruñés.

En la virginidad de un terreno que era poco más que fincas y arenales, Tenreiro soñó una ría de O Burgo ideal, al lado de un concello de Oleiros convertido en villa de vacaciones con casinos, grandes hoteles y exclusivas zonas residenciales. Es un entorno moderno y ordenado con criterio urbanístico y respetuoso con el entorno natural.

En los años previos a la II República, momentos de transformación y de fe en el desarrollo y en la modernidad, nacieron personalidades creativas como los diez arquitectos que fundaron el colegio oficial hace exactamente ochenta años. Entre ellos, Antonio Tenreiro, que diseñó el Banco Pastor para cambiar el lenguaje arquitectónico en la ciudad y proyectarla hacia un futuro urbanístico que, como ocurrió con la ría de O Burgo, también se vio truncado por la compulsión constructiva.

Uno de los testimonios documentales de aquello, ocultos hasta el momento de la exposición de 2006, es un detallado y coqueto plano que, a modo de lido italiano (villa de vacaciones típicamente mediterránea), dibuja un borde marítimo con edificios monumentales (un casino, un gran hotel...) en las áreas de terreno más elevadas. El proyecto no está limitado a la arena de la playa de Santa Cristina. Se extiende desde la ría de O Burgo y se adentra en el interior, hasta lo que hoy es Montrove.

Según el plano de Tenreiro, dos puentes cruzarían la ría, con paseos a uno y otro lado, comunicando el núcleo urbanizado con una estación de tranvía. El arquitecto respeta los núcleos rurales existentes en aquel momento, como el de Perillo, y diseña un trazado geométrico con muchos desarrollos curvos, que guardan mucho sentido con la topografía del lugar.

Grandes avenidas y múltiples zonas ajardinadas comunican los centros de ocio y las residencias, pocas y muy respetable. Esto es, baja densidad residencial y mucha calidad. Los responsables de la exposición se preguntaban entonces si esta transformación hubiese podido marcar una pauta de crecimiento que se extendería al resto de los alrededores coruñeses. "El proyecto habría jugado un papel muy importante en esto tan reclamado hoy que es la relación sensata con el área metropolitana", indicó el entonces responsable de Cultura del COAG, el arquitecto Fernando Agrasar.

Pero tras la Guerra Civil la apuesta no fue, ni mucho menos, por el sueño de Tenreiro. El futuro pasó por un desarrollo industrial de la ría, en vez de la propuesta elegante vinculada al ocio y al turismo del arquitecto del Banco Pastor. Desarrollo industrial y presión urbanística, con toda la población flotante de la metrópolis coruñesa de exigua superficie, la economía del ladrillo y la obsesión por la propiedad vertical.

Desde entonces, las aguas de O Burgo, excepto a quienes vivían de ella y a algunos vecinos, preocuparon más bien poco a su entorno y se convirtieron en "una vergüenza a la entrada de la ciudad", como siempre señalan desde la plataforma por la defensa de la ría, sobre la que se derramó durante años toda clase de basura y residuos con total impunidad, que suman, seguro, muchos más litros de los 37.000 de queroseno que han dado unaç estocada más al lugar.