El escritor Fernando Sánchez Dragó presentó ayer en Portas Ártabras el primer volumen de sus memorias, Esos días azules. Memorias de un niño raro.

-Su infancia está muy ligada a Galicia.

-El primer capítulo de este libro transcurre en Galicia, concretamente en Neda. La primera hazaña bélica de mi existencia se produjo ahí, donde robé una vaca a los tres años (risas); aparecí en casa tirando de ella, y mi tío Jorge se puso contentísimo y me dijo 'Esto es lo que tienes que hacer todos los días', porque eran épocas de hambruna, aunque venía detrás el labrador, que recuperó la vaca rápidamente.

-Ha investigado mucho la historia y las tradiciones gallegas.

-Claro. Uno de los cuatro volúmenes de La España Mágica está dedicado íntegramente a Galicia, el Camino de Santiago, Prisciliano y tantas otras leyendas. Soy hijo póstumo de un periodista asesinado al principio de la Guerra Civil, y en aquellos primeros años de infancia la figura del padre la desempeñó mi tío Jorge, hermano menor de mi madre, que se había casado con una gallega, y por eso vinimos a pasar la guerra con ellos. Eso me convirtió en un gallego de adopción.

-¿Su interés por la Galicia intangible viene solo por esa vía o aquí las fuerzas telúricas son especialmente intensas?

-Este libro son memorias de un niño raro, y Galicia es zona rara, y lo digo como elogio, de forma que yo me adjudico también el adjetivo de raro, porque significa singular, distinto; una persona rara es alguien que tiene personalidad, que no es clónica. Galicia, dentro de Europa, es muy extraña, singular y distinta, y eso es algo que se percibe inmediatamente. Si te pones a investigar como hice yo para Gárgoris y Habidis, naturalmente vas cobrando una conciencia superior y vas entendiendo algunos porqués de esa singularidad gallega.

-Gárgoris y Habidis, su obra más popular, se editó el 28 de diciembre de 1978.

-Exactamente, fue una inocentada que le gasté a todos los españoles (risas).

-¿Su libro marcó un antes y un después en el interés sobre los temas de la España mágica?

-Tuvo un impacto formidable. Salió justo cuando tenía que salir, con el país iniciando una nueva andadura histórica, y había un interés creciente por meditar sobre lo español y averiguar quiénes éramos, de dónde veníamos y a dónde íbamos. Luego, con la entrada en Europa, la globalización, internet y todas estas cosas, el país se ha uniformizado con el resto de la humanidad, y vivimos en un mundo clónico. Ha habido un proceso que se ha llevado por delante el interés por la España mágica, en el sentido de que ha vuelto a la clandestinidad de la que yo la saqué en 1978. Sin ir más lejos, el Camino de Santiago era una ruina entonces, y ahora se ha convertido en un gran camino turístico, y eso ha pasado con todo. Se ha frivolizado, se ha uniformizado, y cuando dedico este libro escribo que es una 'crónica de un país que ya no existe'.

-Le noto muy pesimista.

-Claro, más que con pesimismo, lo digo con dolor de corazón, porque para un niño raro como yo, que lo que le gusta la singularidad, esta uniformización es una catástrofe.

-¿No cree que tantos siglos de historia y tradiciones han dejado un sustrato imborrable?

-Soy una persona muy pesimista y creo que el fin del mundo ya ha llegado. Creo que internet, por ejemplo, es el fin del mundo; es la desaparición de la literatura, el fin de la música, de los periódicos, del cine, de la televisión, del kiosco, del pequeño comercio e incluso de las relaciones entre los seres humanos. El planeta no va a desaparecer, pero creo que el ser humano es una especie en extinción, entre otras razones porque no pueden vivir 7.000 millones de personas en el planeta, porque hay una inflexible ley zoológica que dice que cuando una especie animal se reproduce por encima de lo que el hábitat consiente, esa especia se extingue. Y eso es implacable. Es una previsión pesimista, pero no lo digo con pesimismo porque como escritor, todo me interesa y presenciar el fin del mundo me llena de interés.

-¿Cree que lo va a presenciar físicamente?

-El fin del mundo no es un telón que cae, ni la batalla de Armagedón en la que se enfrentan el bien y el mal, ganan los unos, pierden los otros y el público aplaude (risas). El fin del mundo en un proceso que está en marcha. He visto al mundo ir retrocediendo poco a poco a partir de los años sesenta, que fue un momento formidable. Es posible que embellezca esa época por ser mis años de juventud perdida, pero creo tener la capacidad de discernimiento necesaria para darme cuenta de que hay un deterioro que se palpa.

-¿Pero ese proceso lo inició algún acontecimiento en concreto?

-La naturaleza humana. El problema de la humanidad son los hombres. El hombre es un error en escala biológica, porque según las leyes de la evolución biológica, no debería haber surgido. Este animal que es el peor de los depredadores, el único que es capaz de matar no para comer, sino para hacer daño gratuitamente. Está inscrito en nuestros genes. El ser humano lleva en sí mismo la destrucción, al mismo tiempo que la inteligencia y la capacidad de alterar el mundo de la naturaleza. Al fin y al cabo, lo que llevamos de historia universal no es más que el proceso de introducción de lo artificial en lo natural. Eso durante siglos se mantiene y puede producir la ilusión de que se va para adelante, pero a la larga es insostenible.

-Volviendo a sus memorias, afirmó que en ellas se quita todas sus máscaras. ¿Cuáles son las máscaras de Dragó?

-Las que me han puesto los demás. Le aseguro que si pudiera volver al 27 de diciembre de 1978 no publicaría Gárgolis y Habidis (risas). A partir de ese momento, la fama te convierte en un personaje, y la gente olvida que el personaje es una persona. Te convierten en un ser artificial, lleno de etiquetas y disfraces. Tú a veces colaboras, consciente o inconscientemente, pero la responsabilidad es de los otros, por lo menos en mi caso, y le aseguro que yo me siento constantemente falsificado por la imagen, da igual si buena o mala, que tiene la gente de mí.

-Pero pese a renegar de la fama, tiene usted un gran dominio de los medios.

-Pero es una habilidad que no aprecio. Llevo 35 años haciendo televisión, y no me gusta hacer televisión. No le doy ninguna importancia. Yo lo único que soy es escritor, soy una persona huraña, solitaria y esquiva, pero tengo una especia de condena kármica por la que parece ser que lo de la televisión y la radio me sale bastante bien, pero no me gusta hacerlo.