Sorpresas hasta en la entrada. Hasta en la verja que da paso a los secretos del nuevo Museo Nacional de Ciencia y Tecnología. El mensaje de bienvenida, Welcome to Muncyt, se esconde en sus barras metálicas en código morse. Pero el saludo encriptado en puntos y rayas es para todos. Para los Príncipes, que hoy inaugurarán el nuevo centro divulgativo coruñés. Y para los vecinos, que podrán disfrutar de una jornada de puertas abiertas el sábado antes de que vuelva a cerrar al público general hasta el 1 de junio.

Y si de ciencia se trata, pitagóricamente, el edificio es todo número. Para empezar, su superficie acristalada, de 6.500 metros cuadrados, está conformada por 3.750 láminas de vidrio impreso dispuestas en dos capas. El complejo se estira sobre una altura máxima de 28,5 metros para hacerse visible en la fachada marítima del barrio de Labañou, en un cara a cara científico con su compañero noventero del otro lado de la bahía, la Domus de Isozaki. En su construcción se empleó una cantidad de hormigón que corresponde a 333 camiones cisterna y más de un millón de kilos de acero para dar forma al edificio. Hasta 15 kilómetros de cables atraviesan su estructura, en cuyo techo interior cuelgan un millar de cilindros multicolores.

Son las cifras del premiado diseño exterior de los arquitectos Victoria Acebo y Ángel Alonso, cuya primera piedra puso la Diputación coruñesa en 2003, cuando todavía iba a ser el Centro de las Artes, función que nunca llegó a tener. Se convirtió entonces en uno de esos millonarios continentes sin contenido. Así hasta que dos años después se habló de transformarlo en un brazo descentralizado del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de Madrid, ahora dependiente de la Secretaría de Estado de Investigación. Fue el Gobierno de Rodríguez Zapatero y el exministro de Cultura, César Antonio Molina, quienes le dieron el impulso definitivo en 2007, promovido por el fundador de los Museos Científicos Coruñeses, Ramón Núñez Centella, ahora director del nuevo complejo.

Después de una década, el Prisma de Cristal tiene al fin razón de ser. Seis de sus siete salas, cada una adaptada por un arquitecto diferente, dejarán ver a partir de hoy sus tesoros, patrimonio histórico de la ciencia y la tecnología. Lo primero que llamará la atención de los visitantes será una avioneta de acrobacias suspendida del techo. Para algunos, será muy parecida a la que perseguía a Cary Grant en Con la muerte en los talones. Para otros, será igual al aparato de exhibición con el que el príncipe Cantacuceno volaba los cielos de la ciudad para asombro de quien, como el director del museo, fue niño en A Coruña en los años cincuenta.

Está en la Sala Miscelánea, que tiene, tal y como define su nombre, un poco de todo. Desde el primer coche fabricado en serie en Europa, un Citröen de 1922, a un Rincón de los chapuzas para que los visitantes puedan destripar aparatos. Es además la habitación donde viven Pepexán y Marilú, los dos robots encargados de explicar a los curiosos muchas de las piezas que forman parte de la colección del Muncyt coruñés. Pepexán tendrá además una página de Facebook desde la que actualizar las novedades que haya en su científica casa.

Tras la recepción, se sube a la primera planta, la Sala Mayúsculas, con las piezas de mayor tamaño que exhibe el museo. Como la primera linterna eléctrica que alumbró la Torre de Hércules en la primera mitad del siglo XX o el primer ordenador que funcionó en España, un IBM comprado a Renfe en el año 1959, cuyas dimensiones son inversamente proporcionales a su capacidad, de un único Kb. Entre estos gigantes también está el proyector del antiguo Cine París de la calle Real, restaurado y cedido por Inditex, y el primer acelerador de partículas de España. A juicio del director, esta es la pieza más importante que se puede ver en el Muncyt, realizada en 1954 por la Junta de Energía Nuclear.

Otra estrella es el jumbo Lope de Vega de la Sala Iberia, que durante 20 años sobrevoló el Atlántico y otros mundos, la distancia de ir a la Luna y volver 200 veces. Su carga más famosa fue la que portó en 1981, desde Nueva York a Madrid: el Guernica de Picasso. Tal y como describe el museo, los visitantes podrán "tocar, pensar, sentir y soñar" mientras suben sus escaleras, simulan pilotarlo o inspeccionan su tren de aterrizaje delantero, el interior de su caja negra, una sección de ala, el radar o una de sus cuatro turbinas.

Pero los mayores tesoros no son tan voluminosos. Están cuidados como oro en paño en la Sala Patrimonio, con riguroso control de temperatura y humedad. Son las joyas más valiosas, de los siglos XVI, XVII y XVIII, que viajarán desde Madrid e irán cambiando anualmente. En la Sala Innovación Española, los inventores e investigadores del país son protagonistas. Un muro de 20 metros de altura contiene una galería de retratos con científicos españoles, de Arzaquiel a Ángela García Robles.

La sexta de las salas que abre hoy albergará exposiciones temporales. La primera de ellas -Qwerty: Evolución de una especie tecnológica- repasa la historia, a modo de evolución darwiniana, de los teclados. Habrá que esperar para acceder al último de los espacios, un cuarto para los nostálgicos del cambalache siglo XX, con objetos de toda época, desde una lavadora de 1900, a un Seat 600 o un portátil ochentero.