Nací en Sigrás, en la localidad de Aian, en una familia humilde de la que solo formábamos parte mis padres, Ricardo y Lola, y yo. Mi padre, ya fallecido, era una persona muy conocida en la zona de O Burgo y A Barcala, lugar adonde se trasladó mi familia hasta que cumplí doce años y nos mudamos a A Coruña. Pese a que ya vivíamos en la ciudad, mi padre se jubiló siendo empleado a la fábrica de harinas, conocida en la época de la guerra como el Molino de A Barcala. Empezó siendo un simple molino, donde se llevaba la harina de todos los alrededores para después, en el año 1948, convertirse en la fábrica de harinas de O Burgo. Mi madre siempre se dedicó a las labores del hogar.

Mi primera escuela fue la pública de Sigrás, donde estudié hasta los 10 años, pasando después a la escuela de O Burgo, llamada MDM. Allí hice mis primeros amigos: José, Pacucho, Manolo, Panizo, Teresa, Fina y Marisa. Con todos ellos lo pasé muy bien en unos años de niñez en los que no había casi nada. Los chavales de mi generación, hasta casi comienzos de los años 60, tuvimos que inventarnos casi todos los materiales necesarios para jugar, como espadas de madera, pistolas, tirachinas o pelotas. Si querías algún juguete de los de verdad, por así llamarlos, tenías que esperar a los Reyes Magos y tener la suerte de que te trajera alguno de los que habías pedido en la famosa carta que se le daba a nuestros padres durante el mes de diciembre y hasta la víspera del día 5. Soñábamos constantemente con lo que habíamos pedido y cuando llegaba a nuestras manos el regalo era para nosotros como un sueño que nos hacía felices durante mucho tiempo. Tengo que decir que los pocos juguetes que se tenían se mimaban con todo el cariño del mundo y algunos duraban generaciones. Hoy, aquellos juguetes, que solían estar construidos con lata, son objetos muy cotizados entre los coleccionistas.

En este tiempo de chaval, los domingos solíamos venir a A Coruña de vez en cuando para cambiar de aires, porque venir desde O Burgo era toda una aventura. Quedaba lejísimos y los transportes eran escasos y costaban mucho dinero. Esta situación nos obligaba a elegir entre ir caminando e ir al cine o solo llegar hasta A Coruña. Otra opción era ir en tren desde el apeadero de O Burgo y tener la suerte de que no te detectara el revisor y, así, no pagar el billete. Además del ferrocarril, había los autocares de la compañía A Nosa Terra o Cal Pita y las conocidas tartanas llamadas La Pachanga y La Cucaracha, que hacían el recorrido de Sigrás y Carral. Ir en estos viejos autocares, que salían de la plaza de Portugal, convertían el trayecto en toda una aventura porque en infinidad de ocasiones solían averiarse y como los conductores y revisores los arreglaban en la carretera, no había más remedio que esperar o no pagar el viaje e ir a pie. Y siempre esperar que no lloviera. En este camino , por las carreteras de San Pedro de Nós y Sigrás, siempre había por el camino puestos que vendían cerezas, manzanas o peras, que hacían más llevadero el hambre y el cansancio.

Con 15 años vine a A Coruña a estudiar a la Academia Nebrija, cerca del Papagayo. Lo pasé bastante mal, porque era como el servicio militar. Los profesores tenían un control sobre los estudiantes como si fuera el Ejército. De esta época tengo buenos amigos como Jorge, Orbait y José Luis, con los que solía ir a los bailes de O Seixal y Rey Brigo y a todas las fiestas que se podían y al cine, a los que tenían las localidades más baratas, como el Rosalía o el Hércules. Cuando los de la pandilla no teníamos dinero, uno de nosotros se ponía ropa vieja y se ponía a pedir en las calles, como un pobre. Muchas veces hicimos este papel y pudimos conseguir las limosnas que nos ayudaban a salir del apuro y tener algo de dinero para divertirnos.

Mientras estuve en esta escuela empecé a prepararme para opositar a la banca y conseguí entrar de botones en 1965 en el Banco Exterior de España. Un año después me mandaron a Barcelona. Era la primera vez que salía de la ciudad y me pareció impresionante, acostumbrado a lo pequeña que era A Coruña. Tenía la suerte de poder venir frecuentemente a mi ciudad en el tren Correo el Catalán, que casi necesitaba dos días para llegar, pero el viaje valía la pena para estar de nuevo con los amigos y poder recorrer las calles de los vinos y parar en el Siete Puertas o en el Otero.

Mientras estaba en Barcelona me llamaron para hacer la mili en el Parque de Automóviles de A Grela, donde tuve como compañeros a Cabarcos, Riobó, Novo El Asturiano, Aquilino, Chuco y Pirulo el pintor. Lo pasé muy bien con todos en el cuartel y además tuvimos la suerte de obtener el carnet de conducir del Ejército, que te valía para pilotar todo tipo de vehículos, solo tenías que canjearlo. Al acabar la mili dejé el banco y me vine a trabajar con mi padre en la Fábrica de Harina y con el tiempo me empezó a gustar la idea de dedicarme a la numismática, una afición que conocí en Barcelona. En A Coruña, apenas se conocía, pero me arriesgué y poco a poco también abarqué libros antiguos, arte y todo tipo de coleccionismo de calidad. Una afición y profesión con la que continúo. Solo me queda destacar que me casé con Berta, una catalana que conocí en Barcelona y con la que tengo dos hijas: Yolanda y Olalla.

Ahora, como uno más de la quinta del Búfalo Bill, sigo reuniéndome con mis antiguos y nuevos amigos, los últimos todos afines a mis aficiones y pasiones de coleccionistas y con el resto recordando los viejos tiempos, lo bien que se pasaba en A Coruña con nuestros primeros bailes en Los Porches, Capri, Lumar, Pon Pon Casely y As Xubias donde conocimos nuestros primeros guateques.