Nací en la que entonces era Primera Travesía de la avenida de Finisterre, al lado de la antigua plaza de toros, donde viví con mis padres, Julio y Concepción, y mi hermano Julio. Mi padre fue muy conocido en la ciudad, especialmente entre los niños, porque durante muchos años fue el responsable de la tienda de juguetes El Arca de Noé, situada en San Andrés y cuyos escaparates sirvieron para que todas las generaciones de niños desde los años cuarenta se deleitaran con los artículos que allí se exponían, sobre todo el famoso tren Payá, que durante todo el mes de diciembre recorría sin parar uno de sus grandes escaparates.

Mi primer colegio fue El Ángel, en la plaza de Lugo, en el que estuve hasta los nueve años, tras lo que pasé al Instituto Masculino para hacer el bachiller y luego a la Escuela de Maestría Industrial, en la que estudié Electrónica, aunque terminé esta formación en la Escuela de Formación Profesional Virgen de la Paloma, en Madrid, donde también hice mis primeras prácticas profesionales en la empresa Eliasa. Al regresar, aprobé unas oposiciones para entrar en Fenosa, en la que he desarrollado toda mi vida profesional desde los años sesenta.

Mis primeros amigos los hice en la calle y tuve la suerte de ir con casi todos ellos al mismo colegio. Entre ellos destaco a Genito, Manete, Luis, Santi y Nene, con quienes sigo manteniendo la amistad. Nuestros juegos los hacíamos casi siempre en nuestra calle, ya que aprovechábamos que estaba cerrada y sin asfaltar, por lo que en invierno se llenaba de barro y charcos y podíamos jugar allí al che y la bujaina. Teníamos la suerte de que Nene era el nieto del conserje de la plaza de toros, que vivía en una vivienda dentro del coso, lo que aprovechábamos para jugar allí cuando la plaza estaba cerrada.

Recuerdo que allí se guardaban los biscúter que llegaban a la ciudad para su venta, por lo que andábamos en ellos cuando tenían gasolina o los empujábamos para conducirlos, ya que aquellos coches pesaban muy poco. Los cines a los que solíamos ir eran el Equitativa, Doré y Kiosko Alfonso. Recuerdo que una de las primeras películas que vi fue Látigo negro en una sesión infantil en el Doré. Otro de mis recuerdos es el carrito de Casal en el instituto, ya que tenía una mona llamada Casilda con la que nos metíamos todos los chavales. Casal vivía en una chabola de madera en la antigua explanada de Riazor, donde tenía una perra llamada Chispita a la que lanzaba amarrada a un pequeño avión que tenía un petardo en la punta y que iba por una vía hasta alcanzar un blanco.

Uno de nuestros mayores entretenimientos era hacer carritos de madera con rodamientos de bolas que nos daban en el taller de Jacinto Ramos, quien en los años setenta fue presidente del Club del Mar. Con aquellos carritos nos lanzábamos por la avenida de Finisterre y por las cuestas hasta la plaza de Lugo. También hicimos grandes partidos de fútbol contra muchos equipos en la explanada de Riazor, en cuyo estadio recuerdo haber visto en aquel tiempo una exhibición de aviación del piloto llamado Príncipe Cantacuceno, que pasaba en vuelo rasante por encima del campo, abarrotado de público para ver las filigranas de aquel aviador. De chaval jugué en los equipos de baloncesto y hockey sobre patines del Club Deportivo y en los años setenta me aficioné a la pesca submarina, en la que gané varios premios con el Club del Mar, del que fue presidente, así como delegado de la federación de pesca submarina durante veinte años.

Tras hacer la mili como voluntario en el Parque de Artillería, comencé a trabajar. Me casé en 1971 con mi novia, María, que había llegado aquí desde Ciudad Real hacía seis años, y con quien tengo tres hijos: María Luisa, Beatriz y José. En la actualidad mi afición es la pesca en embarcación, que practico con amigos del Club del Mar como Miguel, Rogelio y Juan Carlos, así como reunirme con amigos de la federación en diferentes lugares de la ciudad todos los jueves para recordar los viejos tiempos.