Mercedes Vargas pasa de la sonrisa a la lágrima con esa facilidad que solo tienen las madres que se obligan a ser fuertes cuando el mundo se tambalea a su alrededor. Toda su vida está ligada a la fábrica de armas y, ahora, cuando ya no queda nada para que Santa Bárbara cierre sus puertas para siempre, ella sigue pensando que no todo está perdido y que, muy pronto, las máquinas volverán a funcionar, como si nada hubiese pasado.

Su fe es mitad real mitad careta que se convierte en inyección de optimismo para los que están a su alrededor. Habla de la fábrica como si fuese de su familia, no en vano, su casa materna está en Palavea y recuerda todavía cómo los hombres subían la cuesta para ir a la fábrica, con su fiambrera en la mano, cuando sonaba la sirena. Ella tendía la ropa y pensaba, en silencio, en qué duro trabajaban aquellos "chicos". Sin saberlo, estaba viendo, entre otros, a su futuro suegro.

La fábrica le dio todo lo que tiene y se puede comprar con dinero, pero también le quitó cumpleaños y vacaciones en familia, porque la vida de los operarios de la factoría no se entiende sin las manifestaciones, los encierros, las protestas y la incertidumbre de qué será de ellos mañana.

En su memoria, Vargas guarda las historias que contaba el abuelo de su marido, practicante en la fábrica de armas, y también su suegro, de trabajadores obligados a cultivar lechugas y tomates en los terrenos de la empresa cuando el trabajo escaseaba; de la venta ambulante en la carretera de Eirís, de las humillaciones, pero también de los convenios que garantizaban que sus hijos pudiesen estudiar en Santa Bárbara y, más tarde, trabajar en la factoría. Así lo hizo su marido, José Manuel Ulla, y, más tarde, su hijo, que fue contratado para hacer ruedas de tanques durante seis meses.

"Llevamos toda la vida manifestándonos. Yo ya pensaba que era el final cuando Defensa le vendió la fábrica a los americanos (General Dynamics) y no lo fue, así que, ahora, a lo mejor tampoco, a lo mejor liquidan a estos trabajadores para contratar a otros más jóvenes", elucubra Mercedes Vargas, que se acuerda cómo, hace unos veinte años, fue a buscar a sus hijos a la escuela para que la acompañasen a una protesta y cómo se quedó paralizada cuando la policía les recibió en María Pita, con sus porras en alto y con órdenes de cargar.

No quiere ni oír hablar de protestas más contundentes. "La violencia solo trae más violencia", sentencia una mujer cuyo pasado y presente están ligados al armamento, aunque tampoco se rinde. "Yo le dije a mi marido, que en septiembre cumpliría 37 años de trabajo en la fábrica, que no firmase (el plan de rentas), que nosotros nos hundíamos con la fábrica pero nuestra situación es la que es y, al final, tuvo que aceptar", comenta, aún con pesar Vargas, porque no piensa tanto en ella como en los que vienen detrás y en las posibilidades que esconden esas cuatro paredes llenas de tecnología.

Asegura que los trabajadores se plantearon la posibilidad de juntar sus indemnizaciones para hacerse con la fábrica, pero la propiedad de los terrenos -que son de Defensa- se interpone en su sueño de dejar una industria en la ciudad a sus hijos y nietos.

"Yo siempre supe que había gato encerrado, porque la empresa era americana, pero a mi marido le pagaba el Estado y al director de la fábrica, que en su tiempo libre iba a buscar carga de trabajo, le dijeron que parara, que eso no era cosa suya", lamenta Vargas, con ese desencanto de los que saben que han sido engañados. "A esta gente les tienen que explotar todas las mentiras que nos están contando en la cara", confía Mercedes, con un brillo esperanzador en los ojos que se niega apagarse todavía.

"Los americanos están asombrados con esta gente que, aunque está encerrada en la fábrica, no ha dejado nunca de trabajar ni de entregar sus pedidos", explica esta mujer que ahora que su marido acaba de cumplir 59 años y que se encontrará desempleado se tiene que plantear, de nuevo, su vida. "Si cierran la fábrica, lo que pasó de ayer para atrás ya no me importa, solo voy a pensar en el día de mañana", sentencia una mujer que nunca bajará los brazos.