Como a todas las bombillas, a la de la calle La Galera también le ha llegado la hora de fundirse. Después de más de setenta años de cañas, cortos, vinos, refrescos, chorizos y tortillas, el 30 de diciembre, el bar echará el cierre. La falta de acuerdo con los propietarios del bajo por el precio del alquiler propicia este cambio al frente del bar. La renta que los actuales gestores no están dispuestos a pagar la abonarán otros que retomarán el negocio a partir del próximo año.

No es que se apague para siempre sino que le ha llegado el día de la renovación, de las nuevas caras. El negocio seguirá abierto el próximo año, pero lo explotarán otras personas y, un día antes de que se acabe 2013, los once empleados -que son la esencia de La Bombilla- se irán y no volverán sino es como clientes al lugar en el que han pasado gran parte de sus días de trabajadores, bien entre masa de croquetas gigantes y planchas de huevos, bien entre zumos de frutas, platos de plástico y vasos de tubo.

Ya no es un secreto ni un proyecto en el aire, aunque hay quien todavía se niega a aceptar que La Bombilla, tal y como ha sido hasta ahora, desaparecerá el próximo 30 de diciembre. Puede que los que cojan el traspaso mantengan la filosofía de los precios baratos, de las tapas abundantes y de las servilletas metidas en los botes de Cola-Cao, o que opten por otro modelo de negocio. "Pero la carne asada, por muy bien que la hagan, nunca sabrá como esta", dice uno de los empleados, del otro lado de la barra y uno de sus clientes asiente con la cabeza.

Los once empleados de La Bombilla -cocineras, alguna con 38 años en el bar, y camareros- se irán el 30 de diciembre y algunos piensan ya en seguir con lo que han estado haciendo durante décadas, dar de comer y de cenar a sus vecinos y a los que llegan nuevos a la ciudad. En su horizonte está el encontrar algún local cercano que puedan pagar para volver a encender la bombilla, aunque sea en otro sitio, pero con la misma esencia, con los filamentos que la mantuvieron viva hasta 2013. Otros, sin embargo, piensan en el descanso, en esperar antes de seguir adelante.

Para los que se van no es momento de ponerse tristes, no llegaron a un acuerdo económico con los dueños del local y éstos decidieron alquilárselo a quien accedió a pagar lo que ellos pedían. "Aún os voy a echar de menos", bromeaba ayer uno de los camareros con sus clientes, que comían y se enteraban del cierre del que ha sido la prolongación de sus salones durante años.