Mi nombre es Consuelo, aunque todos me conocen por Chelo. Nací en Loio, en el Concello de Paradela, en Lugo, en la casa materna, muy cerca de Portomarín; a los pocos días nos fuimos para Lugo donde residían mis padres, cerca de La Puerta de Santiago, una de las puertas de La Muralla.

Estudié en el colegio de la Madres Josefinas párvulos y bachillerato. Luego, ingresé en La Normal, y al acabar, hice la oposición, pero solamente ejercí un año porque al casarme pedí la excedencia y me vine para A Coruña, de donde era mi marido. Le conocí en la fiesta patronal del Santo Cristo, que se celebra el primer domingo de septiembre, en el Portomarín antiguo, que quedó cubierto por el embalse de Belesar. Llegué a A Coruña en el año 1962 y me fui a vivir a la casa de mis suegros a la calle Andrés González, que hoy se llama Pascual Veiga, ubicada en el Agra del Orzán, al lado del Observatorio meteorológico. Recuerdo la ropa tendida al clareo y a las mujeres cargadas con sus enormes tinas y es que lo que ahora conocemos como la calle Páramo y la zona de O Peruleiro no estaba edificada, así que había huertas, campo y unas casitas muy humildes.

La casa de Andrés González se hizo en el año 1940 y dice mi marido que la calle era de tierra y que el agua llegaba a un grifo del portal de la casa desde un depósito que estaba en el Observatorio. A la calle paralela le puso mi suegro, el nombre. Se llama Páramo porque él nació en esa localidad de Lugo y el Ayuntamiento le puso una placa haciéndolo oficial, así que se sigue llamando igual más de setenta años después.

Al principio, en el barrio apenas había coches y los niños y niñas jugaban en la calle, tranquilamente; sólo peligraban los cristales de algunas viviendas, cercanas al campo de fútbol.

Después, vinieron los hijos, José Antonio y Loreto. Dedicación exclusiva a la familia y alguna que otra clase particular a niños de la zona. Al llegar la edad escolar de mis hijos, tenía más tiempo y como el gusanillo de la enseñanza era muy fuerte y tenía más tiempo, pedí permiso para montar un parvulario Nuestra Señora de Loreto y una academia de recuperación de EGB. No me equivoco si digo que la mayoría de los niños y niñas de la zona en esos años pasó por mis manos y por las pasantías que allí se daban.

Tuve la oportunidad de hacer la especialidad de Educación Infantil y pedí el reingreso como maestra. Estuve dos años en Ordes, otros dos en Cambre y, después, A Coruña. Por proximidad a mi casa pedí plaza en el colegio María Barbeito. Tuve suerte y allí ejercí mi profesión maravillosa de maestra con niños y niñas de Infantil, durante 26 años, hasta que me jubilé. Estando ya en ese colegio nació Eduardo, nuestro tercer hijo. ¡Qué recuerdos de mi paso por los distintos colegios! Padres colaboradores, compañeros maravillosos, disfraces, concursos, premios y magostos, éramos como una familia bien avenida, compartiendo siempre los buenos y los malos momentos, que de todo hubo, pero siempre ayudándonos.

¿Y qué decir de los alumnos? Las lágrimas se asoman a mis ojos al recordarlos y que satisfacción y orgullo también, ¿por qué no?, cuando nos vemos en la calle, cuando en las redes sociales dicen que se acuerdan de la profe Chelo, y cuando te enseñan a sus hijos y te dicen que no se olvidan de ti y de sus años en el colegio. Yo recuerdo mucho a Pablo, uno de los dos alumnos con Síndrome de Down que tuve en mi carrera. Llegó al centro haciendo un poco lo que quería y todavía me emociono al pensar en el día en el que rompió a leer. Es impresionante ver cómo los niños se ayudan y lo mucho que nos enseñan.

No quise que mi vida al jubilarme se quedara vacía de actividades. Empecé por matricularme en la Universidad Sénior. Cuatro años geniales, con clases magistrales impartidas por profesionales fenomenales. Me comentaron que en el Centro de Mayores de Caixa Galicia había un abanico de actividades a escoger para todos los gustos. Allí me fui. Me hizo la entrevista de rigor, María Dolores, directora del centro entonces, y a quien tantas cosas tengo que agradecer por su buen hacer. Me inscribí en la rondalla, en dramatización y en teatro. Nueva etapa, nuevos compañeros, sin olvidar nunca a los anteriores, sería imposible porque nos seguimos reuniendo un día cada mes.

Colaboro también con la parroquia de San Francisco Javier como catequista y en lo que haga falta y estoy muy contenta de poder hacerlo. Participo en el grupo de teatro Portasabertas donde preparamos obritas cortas y divertidas que, después, llevamos allí donde nos solicitan y siempre de manera gratuita.

Quiero terminar dando las gracias, primero a mi familia, que es maravillosa y después a todas y cada una de las personas que a lo largo de estos años tuve la suerte de conocer y que hicieron posible lo que viví, estoy viviendo, y espero vivir hasta que Dios quiera.

Mi barrio, ahora, poco se parece al que me acogió cuando llegué a la ciudad. Ha cambiado mucho y tiene todo tipo de servicios desde colegios, iglesias, centro de salud, autobuses, plaza y buenas avenidas, hasta cafeterías y comercios y, por supuesto, el centro cívico Ágora.