El concierto del pasado viernes ha puesto de manifiesto que público y músicos tienen en muy alta estima a Dima Slobodeniouk. Bajo su batuta, móvil y expresiva, la versión de la partitura del compositor compostelano, Octavio Vázquez, fue espléndida. La orquesta se mostró en plenitud, con capacidad para los amplios contrastes dinámicos y para evocar paisajes sonoros al servicio de una música que tiene mucho de sugerencia visual, como si se tratase de ilustrar un filme. La obra es a veces tenebrosa; Octavio muestra una especial predilección por describir "el lado oscuro". Recuérdense Styx (la Laguna Estigia) o Lethe (el Leteo, el río del olvido). Pero, temática aparte, la pieza es muy notable y se escucha con interés: no es extraño que haya merecido en su día el Premio Gaos. Fue también espléndida la interpretación de la Séptima Sinfonía de Prokofiev, desplegada ante el público como un amplio lienzo donde la cambiante inspiración del autor -ora amable, ora paródica; por momentos lírica y a veces violenta- sugiere también imágenes sonoras, aunque en este caso sin ese pronunciado carácter oscuro; al contrario, en muchos pasajes, el músico se muestra ingenuo para evocar el mundo infantil. No se alcanzó el mismo nivel en los lieder de Wagner a pesar de la alta calidad vocal y del bello timbre de la soprano lírica, Juntunen; faltó un mejor equilibrio sonoro para que la orquesta no ahogase los bellos pianísimos con que expresaba la cantante esta música intimista y colmada de una reprimida pasión.