Nací en Santiago, en una familia humilde y numerosa, formada por mis padres, Manuel y María, y mis siete hermanos: Mercedes, Amador, Maricarmen, Raimundo, Manuel, Ángel, Pepe y Teresa. Mi padre fue muy conocido en Santiago por haber sido cobrador desde los años veinte de la empresa Castromil, época en las que los desplazamientos en las zonas rurales eran un lujo porque España estaba muy atrasada y el transporte se hacía con las pocas empresas que había entonces, ya que aún se usaban los carros tirados por animales y se caminaba mucho.

Mi primer colegio fue el España, en el que estuve hasta los once años, ya que luego pasé al San Pelayo, donde hice el bachiller, tras lo que estudié Farmacia, aunque dejé la carrera a la mitad cuando a los veintidós años me casé con el exportador de pescados coruñés José Lendoiro Fernández, aunque finalmente pude terminar los estudios en 1964 y venirme a vivir a esta ciudad, donde nos instalamos en la calle Marqués de Amboage. Nuestro matrimonio nos dio la alegría de traer cinco hijos: José, Rosa, Celia, Ana y Miguel, quienes ya nos dieron siete nietos: Rosa, Ana, Paula, Raquel, Mónica, Alejandro e Ignacio.

Al empezar a vivir aquí mis primeras amigas fueron Manolita, Lolita, Carmiña, Rosario, María Jesús y Carmen Colmeiro, con quien me tocó hacer las prácticas de enfermería en la Cruz Roja en Labaca. Tampoco me olvido de Maruja, la de la panadería de mi calle en Cuatro Caminos, con quien hice una gran amistad y que me presentó a mucha gente.

Aunque no nací en esta ciudad, me considero coruñesa porque desde pequeña mis padres me traían a esta ciudad a pasar los veranos y las fiestas a la casa de mis tíos Juan y Pilar, que vivían al final de la avenida de Hércules, donde lo pasaba muy bien en compañía de mis primos Carmiña y Juan, con quienes salía a pasear y a ver películas en el cine Hércules, donde disfrutábamos de las sesiones infantiles. Recuerdo con mucho cariño los viejos carritos de madera que había a la entrada, en los que antes de entrar se podía comprar una perra o un patacón de pipas o chufas, pirulíes o palos de algarroba.

Los domingos, después de ir a misa, solíamos bajar a las ferias que había en el Campo de la Leña, que siempre estaban abarrotadas de gente. Siempre me acordaré de la cantidad de gente que paseaba por la calle Real, los Cantones y las calles de los vinos los domingos por la mañana, ya que casi no se podía andar. Ya siendo niña comenzó mi preocupación por la gente necesitada, ya que mis padres, a pesar de ser unas personas humildes y de tener ocho hijos, siempre se acordaban de todos los amigos y conocidos que tenían dificultades, a los que ayudaban y repartían comida en una época, los años treinta, en la que además había mucha tuberculosis.

Esa experiencia me marcó para toda la vida, por lo que desde muy joven colaboré con las monjas en Santiago para ayudar a dar de comer a los ancianos y a partir de los doce años comencé a impartir clases hasta que me casé. Después de terminar la carrera, y gracias al apoyo de mi marido y mi familia, abrí mi propia farmacia en la zona de Santa María de Oza cuando todavía era una zona casi rural, ya que estaba rodeada de campos y huertas. En las pocas casas que había la mayoría de la gente no tenía seguridad social, por lo que yo les ayudaba en la farmacia todo lo que podía como si fuera una casa de socorro.

Durante la carrera trabajé en laboratorios de análisis, lo que llevó a desarrollar esa actividad en el Hospital Labaca, en el que llegué a ocupar la plaza de farmacéutica titular durante varios años. Como aquel centro era de beneficencia, pude observar la necesidad que había de ayudar a los más débiles.

En 1972, con ayuda de un educador y un psicólogo, empezamos a visitar la cárcel coruñesa para tomar contacto con los jóvenes a los que la droga les había llevado allí. Tuvimos una gran colaboración de la dirección y los funcionarios, así como de los jueces y fiscales, lo que permitió la creación de la asociación Antonio Noche, nombre del párroco de Oza cuya misión fue siempre ayudar a los demás. También creamos la Asociación de Ayuda y Atención al Preso.

Desarrollamos un proyecto europeo con ayuda de la Xunta, la Diputación y el Ayuntamiento para erradicar los ocho asentamientos chabolistas que existían en la ciudad. Hoy continuamos nuestro trabajo con la misma ilusión, pero ya con un local social en el buscamos la integración y reinserción de todas aquellas personas que nos piden ayuda.