"El estadio más bello del mundo". "El Guggenheim de A Coruña". "Como la catedral de Santiago pero con mar". Con esta grandilocuencia descriptiva y comparativa se calificaba en mayo de 2003 el proyecto del nuevo Riazor que el entonces presidente del Deportivo, Augusto César Lendoiro, había encargado al arquitecto norteamericano Peter Eisenman, autor de la polémica Ciudad de la Cultura. El sueño, presentado a lo grande ante diversos sectores del tejido social coruñés pero ignorado por el alcalde Francisco Vázquez -más tarde Javier Losada recibió a Lendoiro-, se quedó en maqueta.

El espectacular diseño dejaba ver la prolongación de las gradas laterales hacia la playa y la plaza de Portugal como tentáculos e incluía zonas de paseo y ocio, comercios, restaurantes y aparcamiento. Desaparecían el Palacio de los Deportes y la torre de la grada de maratón.

"Será un reclamo para el turismo y los ingresos, un centro de peregrinación", vendía Lendoiro, que evitaba explicar cómo se financiaría el estadio. El Dépor deslumbraba entonces en la Champions. Ni eso sirvió para sacar el sueño del cajón.