Picasso quiso volver. Quiso volver físicamente, pero la guerra se lo impidió. Deseó volver a través de sus obras, pero nadie en A Coruña se las pidió. Picasso puede regresar ahora, más coruñés que nunca, en una exposición con 200 piezas donde se ahonda en el despertar del genio y en cómo esta esquina húmeda del mundo en la que cayó entre 1891 y 1895 se asomó durante toda su vida y obra. Catorce piezas nunca expuestas, otras diez que salen por primera vez del Museu Picasso de Barcelona, nueve obras del museo de París. Son algunas de las cifras de la muestra El primer Picasso. A Coruña 2015, que se podrá ver entre el 20 de febrero y el 24 de mayo en el Museo de Belas Artes.

Este es el segundo gran viaje de las obras coruñesas de Picasso tras una exposición de la Barrié en 2002. Vuelve con motivo de aquella primera muestra del mocito de los Ruiz Picasso hace 120 años en el escaparate de una mueblería en el número 20 de la calle Real, en cuyos escaparates mostraban sus obras los pintores coruñeses de la época, incluido el padre de Picasso y sus maestros en la escuela de Bellas Artes. Las críticas en los periódicos le auguraban a un asombroso e inquieto niño "días de gloria y un porvenir brillante".

Picasso le aseguraba a Olano, el gallego con el que más contacto tuvo en sus últimos años de vida, que A Coruña, a la que llegó a días de cumplir los 10 años, le parecía "bellísima en el recuerdo". Evocaba Los Cantones, el Relleno, el jardín de San Carlos, la Torre y el Instituto da Guarda, donde estudió y pasó horas encerrado en un calabozo en el que disfrutaba dibujando en los castigos que le imponían. Allí cerca, en Payo Gómez, se había instalado con su familia por el nuevo puesto de trabajo de su padre como profesor en la Escuela de Artes y Oficios, cerca de la plaza en la que compartió juegos con sus amigos de su última niñez y primera juventud.

Conservó con él hasta el último momento gran parte de su apuntes de genio incipiente. Algunas de las obras realizadas durante su estancia de tres años y medio en la ciudad lo acompañaron mudanza tras mudanza, colándose en las huellas fotográficas de sus casas y estudios. Así lo captó el fotógrafo David Douglas Duncan en la villa de La Californie en 1957, en la que, acompañado por Jacqueline Roque, revisa con feliz mirada aquellas hojas sueltas que había garabateado siendo un niño coruñés (una imagen que estará expuesta en Belas Artes). Entre los papeles que revuelve Picasso ante los ojos de su pareja está un ejemplar de los periodiquillos -el titulado Azul y Blanco -que configuraba a la moda de las publicaciones periódicas de entonces y que tendrán su parte de protagonismo en la muestra que se inaugura la próxima semana.

Los regresos frustrados

Luis Seoane se refiere a los regresos frustrados de Picasso a A Coruña en un artículo de 1956, donde narra cómo el malagueño se encuentra con el pintor pontevedrés Arturo Souto en el año 1935 y le comunica su intención de viajar a la urbe de su primera mocedad. "Se produjo la Guerra Civil y no se realizó tal viaje de Picasso", escribe Seoane.

Un viaje frustrado al igual que el de su obra, fruto de un error histórico de la ciudad. En 1949 Picasso mantiene una breve conversación con Seoane y Manuel Colmeiro en París. "Nos enseñó algunos pequeños óleos de su primera época gallega; nos dijo que los tenía destinados para donar al Ayuntamiento de esa ciudad, que así lo había decidido en vísperas, que de todas maneras, cuando las cosas cambiasen, lo haría", dejó escrito en otro artículo.

En 1969, en una cita con otro coruñés, Fernando Rey, y en presencia de Buñuel, abunda en esta intención que le ronda la cabeza. Lo cuenta el actor al periodista Santiago Romero en 1992: "Picasso me dijo que en esa ciudad se habían despertado sus sentidos y eso era algo que el tiempo y la distancia no podían borrar. Se sentía dolido por no haber recibido ninguna petición para que parte de su obra se quedase en A Coruña".

Lo que Picasso aprendió

La exposición es también un estudio de su formación, posible gracias al "afán conservador" del artista y de su familia, como señala la comisaria de la exposición, Malén Gual, conservadora del Museu Picasso de Barcelona. Porque no solo sus grandes obras coruñesas tienen hueco en la exposición, sino que uno de sus ejes se centra en cómo, también a las órdenes de su padre o de tutores como Brocos, Román Navarro y Antonio Amorós, el niño Picasso se forma académicamente en la Escuela de Artes y Oficios, que compartía sede con el Instituto da Guarda y que hoy lleva el nombre del artista en Os Pelamios.

Del archivo de la institución se han recuperado los cuadernos de calificaciones del adolescente y aquel material de finales del XIX que usaban los docentes para que los alumnos dominasen el dibujo. Es el caso de los yesos que dormían en los desvanes de la escuela, que en el montaje aparecen en diálogo con los trabajos escolares de Picasso e incluso con obras adultas en las que su mente desentierra los recuerdos académicos. Como su primer fauno, una figura que, al igual que los toros y toreros, se incorpora a la creación picassiana en A Coruña (1894) y nunca abandonará -un vínculo que desgranan Elena Pardo y Rubén Ventureira en el libro Picasso. Azul y Blanco.

Paisaje, humanidad y eclosión

Orzán, Santa Margarita, Camino Nuevo, Torre de Hércules, son algunos de los primeros paisajes que pinta el hijo del profesor Ruiz Blasco, primero rudimentariamente y con mayor calidad a medida que el pintor va abandonando con pasos rápidos su infancia.

Estarán en Belas Artes acompañados de las obras mayores de la etapa, principalmente, los retratos de mecenas, amigos y modelos como La muchacha de los pies descalzos, Hombre de la Gorra, Retrato de Pérez Costales (el médico fue su primer mecenas) o Modesto Castilla como moro. Picasso solía decir que estas creaciones eran mejores que sus obras de juventud de Barcelona. Retratos en los que Palau ve al Picasso que siempre fue, con una representación de la figura humana "sorprendida en su misma humanidad, un poco dolorida, un poco desamparada, un poco maltratada por la vida. Es ya el Picasso de siempre, el que reaparecerá en formas diversas en todas las etapas de su carrera".

Recoge Palau que "en realidad, el milagro que se produce durante los tres años y medio de residencia en A Coruña es el de la eclosión de su genio de artista con el consiguiente traspaso de poderes de padre a hijo, de los atributos y el material de pintor", escenificado en un episodio en el que, supuestamente, Picasso podría haber rematado el cuadro de un palomar del padre haciendo las patas a las aves con tal maestría que Ruiz le entregaría legendariamente sus pinceles. Un cuadro que intentó buscar Picasso ya mayor sin éxito. Había sido vendido a una familia coruñesa y hoy está custodiado en la Casa Museo desde su remodelación. Creció así Picasso hasta la marcha a Barcelona. El padre, decisivo en su formación, nunca se adaptó a la pluviosa A Coruña, hostil para un pintor con reuma articular, que acabó por pedir el traslado a otro lugar.

El adiós a Conchita

Meses antes, Picasso sufre el hecho más significativo de los que vivió en la ciudad, la muerte de su hermana pequeña, Conchita, a causa de la difteria, cuyo remedio llegó malhadadamente trece días después. Un suceso "que lo traumatizará toda su vida", escriben Pardo y Ventureira, que en 2013 realizaron un descubrimiento clave de cómo el pintor reflejó este doloroso episodio: una ignorada tablilla que había sido bautizada de diferentes formas (En la sacristía, Grupo de niños, Bautizo). En su envés apareció "un mensaje en una botella": "Jueves 10 -95". El 10 de enero fue la fecha en la que murió Conchita. "Jamás Picasso se refirió a esta tablita, o al menos no consta que lo hiciese, lo que sorprende dado su simbolismo", escriben los investigadores, que por la configuración del espacio sitúan la escena en la capilla de San Amaro. La obra es ahora Responso por la muerte de Conchita. La familia la conservó en una casa de Barcelona hasta donarla en 1970 al Museu Picasso. "Es la obra en la que el niño, a sus 13 años, ajusta cuentas con Dios por la muerte de su hermana", señalan sobre una de las piezas destacadas de la muestra del Museo de Belas Artes.