El público que asiste a los conciertos que organiza el Museo de Bellas Artes los domingos por la mañana suele ser muy distinto del que acude a la Banda Municipal -con la que a menudo coincide-, a la Sinfónica, a la Temporada Lírica, a los actos musicales que organizan la Filarmónica o el Teatro Colón, a la Ópera, al Ballet, a la Zarzuela? Y a tantos otros como se promueven en esta ciudad cuya alma es la música: la de la naturaleza -el mar, el viento- y la que el hombre crea con su arte. No tendrá Carmen Subrido en su trayectoria artística un público tan comprensivo y cariñoso como éste de La Coruña; capaz de aplaudir una por una las obras del programa, sin respetar, como suele ser habitual, agrupaciones o ciclos (Falla, Rodrigo), con el fin de rendir homenaje una y otra vez a la intérprete y también a su acompañante; y cubrir con aplausos de renovada intensidad un repetido error, un lapsus, de la soprano en las canciones de Falla que, finalmente, acaso motivada por la asombrosa actitud del público, pudo ella resolver de manera satisfactoria. Aunque no es exactamente el mismo caso, el hecho me recordó aquella ocasión (1972) en que un joven Carreras tuvo un fallo importante al final del dúo del primer acto de La Bohème y el público, consciente de la calidad vocal del prometedor artista, cubrió con una cerrada ovación la desafortunada circunstancia. Sea esta crítica ante todo un homenaje a un público -el coruñés- muy especial: especial, por entendido y especial por su característica sensibilidad artística y humana.