Nací en la calle Santa María, frente a la plaza de las Bárbaras, en la Ciudad Vieja, donde viví con mis padres, Lolo y Maruja, y mis tres hermanos: Carlos, Elena y Beatriz. Mi padre fue muy conocido en el barrio, ya que se dedicaba a arreglar y confeccionar dentaduras, trabajo que aprendió de su padre, quien fue dentista y tuvo consulta en la calle Caballeros, aunque mi padre también trabajó en la fábrica de armas.

Mi primer colegio fue el llamado El Califa, en la calle Herrerías, en el que estuve hasta los siete años. Allí nos ponían finos si nos portábamos mal, ya que la profesora Carmen nos calentaba el culo por cualquier tontería, aunque nosotros también las hacíamos de campeonato. Luego me pasaron a la academia Vázquez, en Orillamar, dirigida por don Carlos, al que le llamaban el de la leña por la mucha que daba a los alumnos. En ese centro estuve hasta los catorce años, edad a la que me puse a trabajar, ya que me gustaba más que estar con los libros.

Mi primer empleo fue de chaval de los recados en una farmacia de Fernández Latorre, donde estuve casi diez años, por lo que me recorrí la ciudad de arriba a abajo, unas veces andando y otras en bicicleta. Después trabajé como auxiliar de farmacia, actividad que desarrollé el resto de mi vida, lo que me permitió conocer a mucha gente.

Mis juegos de la infancia transcurrieron en la Ciudad Vieja y sus alrededores, donde cualquier cosa nos valía, como los carritos de madera con rodamientos con los que bajábamos por las cuestas de Panaderas, Sinagoga o Príncipe. También alquilábamos bicicletas para hacer carreras por el barrio o con un palo y unas gomas fabricábamos tirachinas, en los que yo era un gran especialista, por lo que me apuntaba a todas las batallas y siempre me nombraban jefe de grupo.

Los partidos de fútbol los hacíamos en la plaza de las Bárbaras, que era nuestro campo preferido. Allí tuve como compañeros a Nano, Bony, Lalo, Pepe y Milucho por citar a algunos. En el verano nuestra playa era la del Parrote, aunque también alquilábamos una lancha en la Dársena para dar un paseo por los muelles y llegar hasta el castillo de San Antón. Al igual que muchos amigos de mi pandilla, me hice con el carné de los Dominicos para ir al cine que daban los domingos en ese colegio, que casi siempre eran películas del Oeste.

Al empezar a trabajar hice nuevos amigos entre los empleados de las farmacias, casi todos ellos de Monte Alto y la Sagrada Familia, con los que fui a los bailes de la ciudad y los alrededores, a los que iba en una moto Torrot de segunda mano que compré en Cachaza por 6.500 pesetas y con la que también acudía al trabajo.

Todos mis compañeros también se compraron motos, con las que salíamos juntos y llegamos a ir hasta Vigo para ver correr a Ángel Nieto en el circuito de Barreiros. Tras casarme dejamos de salir con las motos, aunque yo mantuve esta afición y cuando mis hijos se hicieron mayores volví a formar una pandilla motera a la que llamamos Motard Perillo, con la que hacemos excursiones por toda Galicia, Asturias y León.

Me casé con Rosa María Maceiras Barral, a quien conocí con la pandilla en la heladería Italiana, donde empezó nuestro noviazgo. Tenemos tres hijos, Rosa María, Marta y Fernando, y una nieta llamada Mía que es la alegría de sus abuelos.