Nací en la calle Juan Castro Mosquera, en el barrio de A Falperra, aunque a los pocos meses de mi nacimiento la familia -formada por mis padres, Eugenio y Manuela, y mi hermano Eugenio- se trasladó a la calle Juan Canalejo, frente a la antigua Fábrica de Gas. Allí estuvimos hasta 1958, año en el que nos fuimos a vivir a la Sagrada Familia, donde a mis padres les concedieron un piso de protección oficial, por lo que acabaron conociéndome como Pilis el de la calle Vizcaya.

Mi padre fue un conocido trabajador de la factoría Genosa, situada en el polígono de A Grela, donde se jubiló. Mis primeros amigos fueron de la calle Juan Canalejo, como Manolo Segade, Esparza, Tonecho, Antonio, Paco Longo, Moreno, Fernando Cruz, Fernando Mejuto, Fernando Gregasa, Tino y Chito. Ya en la calle Vizcaya conocí a nuevos amigos, como Carlos Muiños, Veloso, María Elena, Juan Pena, Paco Pena, Paco Arias, Lolo Gantes, Cabezal, Pepe Abelenda, Roberto, Ignacio Gago, Suso Gayofa y los hermanos Emiliano y Juan Tomé.

También en esta zona conocí a mi mujer, Matilde Ferreiro, con quien tengo dos hijas, Mónica y María Eugenia, quienes ya nos dieron tres nietos, Alberto, Marta e Ignacio.

Mi primer colegio fue el de don Marcelino, situado en la calle Fita, conocida como la cuesta de la Mula, del que pasé años después a la academia Saldaña, en la calle Panaderas, aunque el bachillerato lo terminé en el Hogar de Santa Margarita, donde tuve como compañeros a los hermanos Antonio y José Bretón, Monchito, Juan Carlos y Pedrito, quien fue mi compañero de pupitre.

De los juegos de aquellos años recuerdo utilizábamos el muro de la Fábrica de Gas para jugar al frontón y que toreábamos las olas en las murallas de la fábrica de muebles de Cervigón que daban al Orzán, mientras que en el antiguo parque de bomberos lo hacíamos a la pelota y al escondite. Allí trabajaba como conductor mi abuelo Bernardo, quien nos dejaba sentarnos en los viejos camiones Renault que tenían. También jugábamos en el antiguo lavadero del Caramanchón, que estaba en un lateral del cine Goya. Recuerdo con mucha nostalgia las sesiones del cine Hércules, donde nos metíamos con el conocido acomodador Chousa, quien era todo un personaje. Para ir a este cine, muchas veces recorríamos las ruinas y las obras para recoger chatarra a la que llamábamos la pitada y que luego vendíamos en la ferranchina de Luis, junto a la Fábrica de Gas, donde conseguíamos los patacones necesarios para el cine.

En verano íbamos a las playas del Orzán y Matadero, donde nos poníamos en la llamada Pena do Can, en la que casi todos los de la pandilla aprendimos a nadar. Ya en la juventud empezamos a ir a todas las fiestas y verbenas, como la de San Pedro de Visma, donde conocí a mi mujer. También acudíamos al Centro Santa Lucía, donde veíamos los combates de boxeo que se organizaban allí y los entrenamientos del equipo de baloncesto femenino que tenía como capitana a Maribel, quien luego se casaría con el periodista deportivo José Triave. Nuestro punto de reunión era el bar Vizcaya, al que acudimos durante cuarenta años hasta que cerró y donde tuvimos como compañero muchas veces al conocido Cañita Brava.

Empecé a trabajar con mi padre en Genosa, donde estuve hasta 1972, año en el que me ofrecieron llevar la delegación de la empresa Negra Reprografía junto con mi amigo Alfredo, trabajo en el que estuve ocho años hasta que pasé a la división de oficinas de Tecam, donde me jubilé.

En la actualidad me reúno con frecuencia con mis amigos y formo parte de un grupo musical llamado Los Ilustres, con el que tocamos para nuestros conocidos, y del coro de la Sagrada Familia junto con mi amigo Carlos Muiños.