Los temores de los responsables de la excavación arqueológica y la restauración efectuadas en el llamado castillo de Eirís, que concluyó solo hace un mes, se confirmaron esta semana con la aparición de una enorme pintada sobre uno de los muros del caserón. El grafiti ocupa una amplia superficie del paramento y, según el primer análisis realizado por la empresa Argos, la autora de los trabajos en este enclave arqueológico del parque de Eirís calificado como Bien de Interés Cultural (BIC), su eliminación es casi imposible debido a la cantidad de pintura aplicada.

Al tratarse de un BIC, los autores de este hecho pueden ser sancionados de acuerdo con el artículo 323 del Código Penal, que prevé pena de prisión de 6 meses a 3 años o una multa de 12 a 24 meses para quien cause daños en bienes de valor histórico, artístico, científico, cultural o monumental, o en yacimientos arqueológicos, terrestres o subacuáticos.

Los técnicos de Argos, que fue contratada por el Concello para las sucesivas fases de la recuperación del edificio -conocido popularmente como castillo, pero que en realidad es una casa rural de gran tamaño- recuerdan que durante la restauración se limpiaron de los muros otras pintadas anteriores de mucho menor tamaño, para lo que fue necesario un trabajo intenso y muy delicado con el fin de no dañar la piedra.

El castillo de Eirís figuraba hasta ahora en la documentación arqueológica con el nombre de fuerte de Valparaíso, ya que se creía que era la fortificación levantada en el siglo XVII por el marqués de ese nombre que fue capitán general de Galicia. Las excavaciones revelaron que el edificio en realidad es una mansión nobiliaria del siglo XVI y que estuvo directamente relacionado con hechos históricos tan destacados como el cerco de la ciudad por los ingleses en 1589 y la Batalla de Elviña en 1809.

La restauración permitió sacar a la luz un importante tramo de los muros que había quedado sepultado por los escombros y la vegetación, así como estructuras de la edificación que permanecieron ocultas desde su abandono en los años sesenta. Al término de los trabajos, el Ayuntamiento optó porque el conjunto quedase integrado en el parque sin ningún cerramiento que impidiese entrar. "No tiene sentido invertir dinero público en un espacio de todos que está integrado en un parque y dejarlo cerrado", explicó entonces el director de Argos, David Fernández Abella, quien era consciente del riesgo de actos vandálicos, aunque consideraba que debían ser los propios vecinos quienes con el uso del edificio evitasen la utilización marginal que había tenido antes de la restauración.