Tardó un poco el público de la Filarmónica en entrar en un concierto peculiar, no sólo por la composición instrumental sino también por un repertorio de transcripciones, de gran interés, pero al que siempre parece faltar algo. Porque el oyente tiene registrados en su memoria auditiva múltiples pasajes de las conocidas óperas que no pueden recogerse en estas selecciones; y, además, porque escucha en su interior una orquesta que no existe y un cantante que no actúa. Tras la fantasía de La traviata, llegaron las ovaciones y los bravi. Sobre todo, después de la adaptación de una de las más bellas arias escritas para barítono, ofrecida como bis: Eri tu che macchiavi, de Un ballo in maschera, donde el violonchelista hizo cantar de modo maravilloso al noble instrumento. Concluida la extraordinaria ejecución de la pieza, que se disuelve en un pianísimo, la sala pareció contener el aliento y dejó correr esos segundos de suspensión del tiempo, ese conmovedor silencio elocuente -que tanto valoran los grandes músicos, y que define a un público inteligente y sensible-, antes de prorrumpir en aplausos y exclamaciones de entusiasmo. Lamento no disponer del nombre de este gran artista, así como del resto de componentes del Quinteto porque son verdaderos solistas: tanto los que ejercieron un notable protagonismo (clarinete, en las variaciones sobre Rigoletto; flauta, en la fantasía sobre La Traviata), como quienes tuvieron a su cargo el violín y el piano. Un concierto singular, diferente, de muy alta calidad.