Se llama Concepción Mouzo García, aunque desde siempre todo el mundo la conoce como Lela. El oído no le responde tan bien como la cabeza, que a sus cien años recién cumplidos funciona todavía como una máquina perfecta en la que los engranajes apenas se atascan.

Sus nietos y su cuidadora, Rosa de Carballo, aseguran que lleva una vida muy controlada, con las comidas a la misma hora y sin excesos. Ahora, como está en silla de ruedas, asegura que se pasa "mucho tiempo en casa" aunque, algunas veces, hace una excursión hasta el portal y se queda viendo "a la gente pasar". Para cuando no puede hacerlo en directo, como tantos otros, la televisión le ofrece compañía.

Le gustan los documentales de animales, pero también Mariló Montero y Hombres, mujeres y viceversa y sigue de cerca la historia de la Pantoja. ¿Está en la cárcel? "Por lo que dicen en la televisión, ahora sí", dice muy segura.

La música no le "entusiasma", eso sí, recuerda muchas canciones, sobre todo antiguas, y su familia le dedica, cuando está de cumpleaños, Chiquitita, de Abba.

A sus cien años dice que le parece que todavía no sabe nada, pero en su cabeza atesora la memoria del último siglo de la ciudad. Primero, desde la avenida de Navarra, después desde Durán Loriga.

Eso sí, le sigue gustando ir arreglada, aunque no pueda salir de casa, así que la cuidadora le pinta las uñas y le atusa el pelo y le pone crema hidratante, "porque le encanta". Para Rosa, Lela es "todo bondad", por eso, dice convencida, "la quiere tanto todo el mundo". Ella no lo duda, sus nietos, del uno al diez, la quieren "un diez".

No hay una fórmula secreta para vivir cien años ni para mantener la cabeza lúcida, cuando el resto del cuerpo ya no responde igual. Para Concepción, la clave está en "dormir la siesta" y en otros pequeños trucos.

De beber alcohol o fumar, no quiere ni hablar, Lela se echa las manos a la cabeza y se ríe. "No me gusta", sentencia, pero ni para ella ni para la gente que puede ver, aunque no la conozca, desde el otro lado del cristal de su portal.

Dice Lela que la ciudad, desde que ella se vino a vivir a A Coruña -nació en Santiago el 22 de octubre de 1915- ha cambiado "un abismo". Se lamenta de que el surtidor de gasolina que atendió su padre durante años, en la plaza de Mina, ya no exista y de que de la otra gasolinera en la que trabajó solo quede la estructura y no la actividad, la de Alférez Provisional. Y es que ese primer surtidor, ahora olvidado, fue el que provocó que la familia se trasladase a la ciudad.

Recuerda Concepción que vivían en la avenida de Navarra, aunque después se fueron a vivir al centro. La Guerra Civil enterró a su hermano, Miguel, que era muy joven, pero estaba allí, en Zaragoza, cuando estalló la bomba que acabó con su vida. A la pequeña Carmen, su otra hermana se la llevó enseguida una enfermedad, "de las de antes", dice Blas Pestaña, uno de los dos nietos de Lela, así que se quedó sola. Para él y para su hermano Miguel, Concepción es algo más que su abuela. "Nos crió, así que es como nuestra madre", recuerda Miguel y es que ella aún se refiere a ellos como "estos chicos" y explica que su única hija, Pilar, se murió dos años atrás.

Dice Concepción, casada "poco tiempo" con Eduardo -él se murió antes de cumplir los 70-, que era militar y llegó a capitán, que su vida fue siempre "muy normal", que le gustaba ir a la calle Real a pasear y al cine, pero que no podía hacerlo mucho porque "había pocas perras".