Cuando Mónica Pérez se quedó en el paro hace trece años, decidió participar en un curso de conducción de autobuses que ofrecía el Ayuntamiento a mujeres, pero lo hizo sin convicción, ya que nunca había pensado que esta podía ser su ocupación laboral, después de haber trabajado como administrativa, carnicera y cajera. "No le veía mucho futuro, pero encontré la profesión de mi vida porque es un trabajo que me encanta, me apasiona".

A pesar de su inexperiencia en esta actividad, Mónica Pérez no se arredró y comenzó su carrera conduciendo autobuses escolares y de líneas discrecionales. Desde hace seis años trabaja en la Compañía de Tranvías, donde hay otras dos mujeres al volante y en la que ella ahora presta servicio en la línea 12A. "No tienen absolutamente nada que ver, en lo único en que se parecen es en que conduces un autobús", explica acerca de las diferencias entre el transporte urbano y el discrecional, para lo que detalla que en este último "no se cobra a los viajeros y lo primordial es la conducción, que en la ciudad exige una concentración distinta". Mónica Pérez añade que en los autobuses urbanos "hay un trato continuo con el cliente" que le costó mucho tiempo adaptarse a cobrar.

Su experiencia le dice que la actitud de los viajeros cambia cuando ven una mujer al volante, pero en su caso "para mejor", ya que cree que la felicitan por cosas que considera su trabajo, como conducir suave o no coger las curvas con brusquedad, mientras que entre los conductores "siempre hay el típico que dice: 'Mujer tenías que ser". Pese a que estar ocho horas al volante no suponen un gran cansancio físico, cree que sí lo es psicológico. "Para dedicarte a esto tiene que gustarte, si no, lo dejas", afirma.