Después de una versión espléndida de la sinfonía de Bruckner, cuya dificultad de interpretación es bien conocida, ejecutada por un puñado de jóvenes alumnos, el veterano maestro que los dirigía, hubo de salir a saludar hasta cuatro veces, entre las aclamaciones de un público cuyo entusiasmo compensaba sobradamente su número.

Lástima para los aficionados que se dejaron intimidar por la noche desapacible o para aquellos otros que, sin duda por las fechas en que nos encontrábamos, se hallaban ausentes de la ciudad. Porque una vez más se produjo el milagro.

Alberto Zedda, tan grande maestro como querido e ilustre conciudadano, al modo de un verdadero taumaturgo, transformó a un grupo de jóvenes estudiantes en una soberbia orquesta capaz de abordar con plena dignidad el gran repertorio sinfónico.

En Brahms, la batuta logró transmitir a los muchachos y al público su visión intensa y apasionada de esta preciosa obra. Silvia Rozas resolvió de modo impecable el encantador concierto de Nielsen, sin duda ayudada por la eficaz concertación del maestro.

Unas semanas antes, había tocado con la Banda Municipal y ya entonces se pudo advertir el enorme talento que posee esta joven flautista, a la que auguramos un esplendoroso porvenir. En esta obra, realizó un trabajo perfecto; y después, ante la reiteración de los aplausos y las exclamaciones de aprobación, ofreció un bis impresionante: la interesante y difícil Chacona, último número de Treinta Estudios, para flauta sola, opus 107, de Sigfrid Karg-Elert.

En el preconcierto, habitual durante las juntanzas de esta orquesta juvenil, Néstor Martínez Jara, interpretó con su tuba en Fa, Capriccio, de Penderecki, obra de notable virtuosismo que el joven astorgano resolvió con verdadera maestría.