Parvenu es un término despectivo que los franceses utilizan para denominar a aquellas personas que poseen dinero para adquirir costosos bienes materiales de los que tradicionalmente han carecido. El sustantivo parvenu y nuestra expresión equivalente, nuevo rico, presupone un prejuicio clasista que identifica el dinero viejo con la cultura, la elegancia y eso que se llama el saber estar. Esta idea rancia ha generado auténticos monumentos del humor, como la película dirigida por Woody Allen en el año 2000, Small Time Crooks, que aquí conocimos como Granujas de medio pelo, con el inolvidable personaje de Ray Winkler interpretado por el mismo Allen. Pues eso somos, parvenus y parvenues, que desprecian lo anterior para exhibir, pomposamente, nuevos signos de riqueza. Adoramos estrenar, retirar por primera vez el envoltorio, enseñarles a los demás nuestra nueva adquisición, y si brilla, mucho mejor.

Las ciudades se construyen a lo largo del tiempo y sus espacios públicos y su arquitectura expresan con una sinceridad descarnada lo que fuimos y, sobre todo, lo que somos. Una ciudad habitada por nuevos ricos está llena de los restos abandonados de un pasado que sus habitantes desprecian, mientras celebran la novedad efímera de los nuevos edificios que pronto serán abandonados.

Hace mucho tiempo que conocemos las ventajas de rehabilitar, reparar, reutilizar y conservar. Mantener nuestras construcciones, mejorándolas y adaptándolas a nuevos usos, nos permite hacer más fuerte la identidad de la ciudad, mejorar la calidad de vida de sus habitantes, evitar los problemas de la dispersión, preservar el patrimonio y, desde luego, contribuir notablemente a la salud medioambiental de nuestro entorno.

Poseemos una cultura propia que, entre otras muchas cosas, implica que habitamos de una determinada manera. Vivimos en estructuras urbanas con características propias, reconocemos como nuestros ciertos elementos, espacios, materiales, colores? No estoy reivindicando nostálgicamente la tradición, la modernidad y el progreso no exigen la aniquilación del pasado, sino su superación preservando lo que tiene de valioso e introduciendo los cambios que satisfagan las nuevas necesidades de confort, comunicación, higiene?

La arquitectura requiere cuidados, no sólo las piezas de reconocido valor patrimonial. Si mantenemos adecuadamente nuestros edificios, estarán en un estado óptimo por mucho tiempo. Esto es responsabilidad de todos los ciudadanos, a través de sus iniciativas y de su exigencia a los poderes públicos para que prevalezca el valor de uso de la ciudad frente a un mercantilista valor de cambio. La conservación del tejido urbano es un problema arquitectónico, pero también social y económico. Es necesario establecer los mecanismos para que los vecinos con menos medios puedan acceder a la financiación y ayudas adecuadas para mantener sus viviendas y negocios.

La cárcel, la residencia para oficiales en el baluarte de los Pelamios, o numerosos edificios de la calle San Andrés, esperan una solución reparadora. La desaparición de la iglesia de los jesuitas en la calle Juana de Vega, o el asilo de Adelaida Muro, y los edificios por los que fueron sustituidos, son un ejemplo de lo que no debe ocurrir nunca más. Cada buen edificio abandonado, cada nueva construcción innecesaria, nos acerca a una ciudad habitada por nuevos ricos, satisfechos de su propia ignorancia.