Cuando al sumar dos elementos, el resultado de la adición es superior al que se obtendría si cada uno de ellos actuase por separado, se produce una sinergia. Así sucede cuando se añaden las potencialidades artísticas de una orquesta de primer nivel y de un director de altísima categoría: el resultado de los sumandos no es dos, sino mucho más; por lo menos, tres. La OSG y el director Juanjo Mena han sido los dos elementos que han producido una sinergia, un resultado con valor de tres, como mínimo.

Ante un programa tan hermoso y de tan enorme compromiso, orquesta y director han rayado en la excelencia. Mena lleva este mismo planteamiento a su concierto de la próxima semana con la Filarmónica de Berlín. No seré tan chovinista como para imaginar que el resultado con la gran orquesta alemana va a ser inferior al obtenido con la agrupación coruñesa. Pero sí me atrevo a afirmar que, aunque nuestra Sinfónica no la aventaje en perfección sonora, sí la sobrepasará en el calor, en la pasión, en la fuerza arrolladora que se consiguió aquí, sobre todo con El sombrero de tres picos, esta música genial, hondamente española, de Manuel de Falla. Esplendorosa lectura, con una dirección colmada de brío, de garbo, de intención gestual. Raquel Lojendio aportó su bello timbre en las dos breves canciones de carácter popular.

Un gran aficionado, lleno de entusiasmo, comparaba esta soberbia versión con otra, legendaria: la de Argenta en Londres por los años cincuenta. Espléndida interpretación del magnífico Concierto, de Ginastera; destacó la arpista francesa, solista en la Filarmónica de Berlín, Marie-Pierre Langlamet, que ofreció como bis una delicada transcripción del Preludio en Do mayor, opus 12 nº 7, para piano, de Prokofiev. Completó el acto musical otra arrebatadora versión: Iberia, de Debussy. ¡Que vayan preparando las palmas los alemanes!