Nací y me crié en la calle Francisco Mariño, frente al colegio de los Maristas, donde hice todos mis estudios. La familia la formaban también mis padres, Javier y Emilia, y mis hermanos Emilia y Javier. Mis padres eran muy conocidos en el barrio porque él trabajaba en el Banco Central y mi madre porque su familia era la propietaria de la farmacia Vidal Macho, situada en la Estrecha de San Andrés.

Mis amigos de infancia y juventud, con los que formé mi pandilla de siempre, fueron Carlos García Ramos, Juan Mateo Sevilla, Ramiro Prego y Raimundo Montes. También tengo que destacar a mis compañeros de los Maristas, como Paco Vázquez, Augusto César Lendoiro y Carlos Doménech, con quienes jugaba en el patio del colegio, mientras que con mi pandilla solía hacerlo en el desaparecido Leirón del Casino en Juan Flórez, donde me llevaba mi abuela, que era quien nos vigilaba siempre.

Allí nos reuníamos muchos familiares, sobre todo primos, por lo que en aquellos días de niñez lo pasé fenomenal jugando a las bolas, la bujaina y el corre que te pillo. También solíamos jugar con las niñas, ya que no teníamos prejuicios para hacerlo y además lo pasábamos muy con ellas, quienes también nos pedían jugar con nosotros.

Guardo un buen recuerdo de los Maristas, de cuyo equipo de baloncesto formé parte, y de los profesores que me dieron clase allí, como Luis Díez, José Domínguez, Jesús Yebra y Arturo Parada, este último el único que vive en la actualidad. De esos años recuerdo el entierro del alcalde Alfonso Molina, que conmocionó a toda la ciudad, que salió a la calle a acompañar el féretro durante su recorrido hasta el cementerio.

En la edad de bachilleres solíamos ir a jugar a los billares al centro, así como a las primeras máquinas electrónicas que llegaron a ciudad y que se instalaron en una sala que se abrió en los Cantones junto al cine Avenida. También íbamos a otra sala conocida como El Cerebro, sitiada frente al cine Coruña, en la que había futbolines, billares y máquinas recreativas, por lo que estaba abarrotada de gente los domingos y festivos.

Otra forma de divertirnos eran los bailes de estudiantes de los Maristas, así como los del Náutico y Magisterio. Tampoco me puedo olvidar de los cines a los que iba de niño, como el Doré y el Equitativa, así como de las películas de aventuras que veíamos. Ya de jovencito íbamos al Kiosko Alfonso, al que entraba gratis con mis amigos porque mi tío Mariano de Paz fue el gerente de esa sala. Todavía me acuerdo de las primeras películas para mayores que pude ver, como Esplendor en la hierba, Fedra y El manantial de la doncella, ya que para poder entrar al cine teníamos que estirarnos o ponernos un abrigo o una gabardina para parecer mayores porque los porteros nos pedían el carné y siempre había un policía de paisano controlando para que los menores no pasaran. Recuerdo que esperábamos fuera del cine porque primero echaban el NODO, ya que al poco de empezar la película el policía se iba y el portero nos dejaba pasar.

Festivales de España

En verano mi pandilla y yo éramos fanáticos de los Festivales de España, que se realizaban en la plaza de toros durante los años sesenta y que incluían zarzuelas y obras de teatro clásico. También solíamos ir a los conciertos de la Banda Municipal, que estaba dirigida por Rodrigo A. de Santiago. Otro acontecimiento al que acudíamos eran los concursos hípicos y las competiciones de traineras cuando Franco venía a veranear a la ciudad, momento en el que también íbamos a ver las motos y coches americanos que conducían los escoltas, así como el Rolls Royce blindado del propio Franco.

Cuando terminé el bachiller marché a Santiago a estudiar Medicina, por lo que solo venía algunos fines de semana a la ciudad para estar con la familia y los amigos, aunque tuve que estudiar mucho para sacar buenas notas, por lo que tan solo me quedó tiempo para salir por Santiago con los compañeros de facultad.

Al concluir los estudios hice la mili en Montelarreina y después hice un año de MIR en Barcelona y tres más en la clínica Puerta de Hierro de Madrid. Más tarde estuve en el Hospital Clínico de Zaragoza en Medicina Nuclear, una especialidad que entonces era pionera en España y a cuyo desarrollo contribuí, ya que fui el primer jefe de servicio de la misma en el país.

Durante mi estancia en Zaragoza conocí a mi mujer, Julia Jorqui, con quien vine a mi ciudad en 1990 para ocupar la cátedra de Radiología y la dirección de la recién inaugurada Escuela de Fisioterapia. Años después fui vicerrector de la Universidad durante el mandato de José Luis Meilán y terminé mi vida laboral como decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, así como vicepresidente de la Real Academia de Medicina.