-¿Existe una conciencia real sobre en qué consiste el patrimonio arquitectónico?

-Si nos referimos a edificios con un largo pasado histórico creo que se puede contestar afirmativamente. Ahora bien, si hablamos de edificios del siglo XX entonces la respuesta cambia, porque una cosa es que algunas instituciones, historiadores, arquitectos, periodistas y en general quienes contribuyen a crear opinión pública tengan conciencia del valor de determinados edificios modernos y otra, bien distinta, que esto sea entendido así, automáticamente, por eso que se llama opinión pública.

-Pero con respecto a edificios más recientes, digamos del siglo XX, no ocurre lo mismo.

-Lo primero que hay que entender es que la formación de un patrimonio es un largo proceso que no termina porque algunos medios de comunicación o expertos digan que algún edificio merece conservarse. Este es solo el primer paso, el despertar de una inquietud. El proceso solo culmina cuando la opinión pública hace suyo este criterio, cuando convierte a esos edificios en objeto de veneración. Cuando los ve como sus catedrales, palacios o pequeñas iglesias modernos; cuando entiende que el hierro, el vidrio o el hormigón son medios para producir buena arquitectura como la piedra, el ladrillo o la madera y que una fábrica o un conjunto de viviendas pueden dar lugar a tan buenos edificios como los palacios renacentistas o las capillas barrocas.

-¿No es difícil inculcar esta idea en los ciudadanos?

-Es difícil porque es una labor a desarrollar en el tiempo, requiere un trabajo constante. Siempre digo que crear patrimonio es una larga batalla en la que no hay que desesperarse, sino que hay que afrontarla con sólidos argumentos y con la seriedad y tenacidad que merece. La labor continuada debe dirigirse a fomentar el conocimiento y reconocimiento de sus valores.

-¿No resulta más difícil hacer comprender el valor de un edificio cuando tiene un uso que está al margen de su carácter monumental?

-Sí, pero que tengan utilidad es la mejor garantía de su continuidad. Los edificios deben usarse, entran en crisis cuando pierden su función. En este caso, la sociedad debe encontrarles una nueva. Pero se trata, desde mi punto de vista, de difundir sus valores, contribuyendo a que sean apreciados. No es complicado. Pensemos en el Mercado de San Agustín, por ejemplo, ¿por qué no colocar en su interior una pantalla con un vídeo en el que se explique su historia y lo que significó para la ciudad cuando empezó a construirse allá por 1931? Se trataría de ilustrar sobre el asombro de los coruñeses ante aquel liviano artefacto de hormigón, de cómo surge en comparación con otros similares que se construyeron en Europa, del por qué aún sigue siendo tan útil como el primer día después de su inauguración.

-¿Cuándo hay un propietario privado es difícil pedirle que evite su abandono, como en el caso del cine Avenida?

-En primer lugar, conviene decir que los precios de compra y de venta deben ajustarse a las rentabilidades que cabe esperar. No vale comprar barato sabiendo de las limitaciones y luego intentar forzar aquellas circunstancias para que los beneficios sean mayores. Digo esto, no hablando específicamente del cine Avenida. Pero yendo más allá, los propietarios de estos edificios tienen que saber que si son capaces de ponerlos en valor, adecuadamente, no tienen un problema sino una oportunidad, digamos un valor añadido, el reconocimiento público y, con ello, la publicidad hecha. Algunas empresas de altos vuelos están comenzando a introducir en las valoraciones de los edificios su condición patrimonial e histórica. Saben cómo tratar estas cuestiones mirando en profundidad, atendiendo a las nuevas circunstancias que tienen que ver con la opinión pública, las razones culturales, el turismo?

-También la Administración tiene patrimonio en estado de abandono.

-Cierto. Pero, afortunadamente cada vez menos. Cuando así actúa, si no es por carencia justificada de recursos, hay que atribuirlo a la miopía en estas cuestiones. Como fueron mal intencionados y muy miopes algunos alcaldes y en general las administraciones, allá por los años setenta cuando empezó a plantearse la cuestión de la conservación de los cascos históricos de nuestras ciudades. Se inclinaban por asumir los intereses inmobiliarios más burdos, sin preocuparse por los valores culturales y económicos que destruían. Sí, económicos, hay que decirlo muy alto. Las ciudades que supieron actuar, conservando y rehabilitando adecuadamente, hoy están recuperando con creces aquella inversiones, al haber impedido torpes y despilfarradores negocios. Si A Coruña, por ejemplo, no hubiera actuado razonablemente en la conservación de su patrimonio urbano y arquitectónico ¿a que vendrían los miles de turistas que inundan nuestras calles y que llegan aquí por tierra, mar y aire? En cuestiones de patrimonio conservar es, siempre, rentable desde muy diversos puntos de vista.

-¿Le parecen bien los nuevos usos de los edificios históricos?

-El nuevo uso, con frecuencia, es la única manera de seguir conservando la vida de los viejos edificios. Por tanto es una opción válida. Pero es una opción que impone unas condiciones, porque no todos los edificios históricos se adaptan bien a cualquier nuevo uso. No es una cuestión menor. Una mala decisión en este sentido puede resultar muy negativa, tanto para la pervivencia de los valores del viejo edificio como para el buen funcionamiento de los nuevos usos.