Dice Fernando Puga que, si no está ocupado, los días se le hacen eternos, que los cigarros se consumen uno tras otro pero que los minutos no pasan por muchas vueltas que dé o muchos cafés que se tome. Como sus "compañeros", no piensa demasiado "ni en el futuro ni en el pasado", solo en el "día", en las 24 horas que tiene por delante. No se imagina cómo sería su vida fuera de las paredes del Hogar de Sor Eusebia, si podría enfrentarse al día a día en solitario, sin la rutina que le marca la institución, sin los horarios y la convivencia. "Sé que estoy bien aquí, que tengo mi trabajo, que estoy habituado y, si aparece algo, bienvenido sea, pero si estoy pensando en el futuro, al final, se me descontrola el trabajo que estoy haciendo", resume.

El director del Hogar de Sor Eusebia, Diego Utrera, destaca la conducta "ejemplarizante" de muchos de los usuarios. Y es que, la institución es como un pequeño ecosistema en el que hay personas de todo tipo, más y menos dependientes, desde los veinte años a más de sesenta, por lo que no es raro ver a un usuario empujando la silla de ruedas de otro que se ha quedado atascado en el pasillo.

Fernando Puga y Joaquín López residen en la institución y, además, colaboran en su funcionamiento, lo hacen desde la cocina, ayudando a la chef Encarna. Antes de entrar en Sor Eusebia, ninguno de los dos sabía freír un huevo y ahora, aseguran, ya no se morirían de hambre, ni ellos ni sus sesenta compañeros, porque no se les escapan los secretos de hacer una buena pasta con tomate y atún ni una tortilla de patatas, porque la francesa ya la tienen más que controlada.

Fernando Puga, que lleva en la institución cuatro años, buscó primero un hueco ayudando en la limpieza del edificio, después pasó "a hacer camas" y, más tarde, "al ropero", pero su sitio preferido es la cocina. "Se engorda más", bromea. Tiene un horario, de siete de la mañana a 14.30 horas y de 18.00 horas hasta que sus compañeros terminan de fregar. Dice que lo que más le gusta es "estar activo", sentirse "valorado en la casa" y que esa ocupación le permite "no pensar en el alcohol, en lo de antes".

Andrés Abuín y Marino Fernández tienen una ocupación diferente, ceden su tiempo al servicio de recepción. A Andrés siempre le "gustó trabajar" y, aunque empezó ayudando en la cocina, finalmente, vio que no le "iba mucho", que se desenvolvía mejor cogiendo el teléfono y recibiendo a la gente que flanquea la puerta de la institución.

"Los días buenos, ¿cuáles son esos?", se pregunta Marino, que lleva seis meses en la institución y que piensa que "estar muy ocupado cansa, pero no tener nada que hacer, aburre", así que, aboga por el "término medio". Joaquín López vivía en la calle, pero una trabajadora social de Monte Alto lo derivó a Sor Eusebia, donde lleva ya tres años. "Aquí estoy de maravilla y alcohol fuera", resume su día a día Joaquín. Todos ellos saben que "no es fácil" pasar de una vida en la que ellos decidían en todo momento qué hacer a formar parte de una institución que tiene unas normas, pero en la que se sienten seguros. "Cuando entras te acuerdas de lo de antes, del alcohol y tienes el mono y te sube la adrenalina, no puedes salir en quince días y, después, tienes que salir acompañado para controlar si bebes o no", explica Fernando Puga, aunque "ese problema" lo tuvieron en mayor o menor medida "todos" los que se sientan a la mesa.

Joaquín ha empezado a recuperar a su familia, estuvo en julio una semana con ellos en Madrid y tiene el objetivo de juntar las piezas de un puzzle, el de su familia, que se habían separado. Andrés Abuín dice que tener una ocupación le "ayuda mucho" y que le gusta. Él trabajó diez años de mecánico de coches, aunque dice que ya tiene "olvidado" el oficio, así que se vio obligado a reinventarse como recepcionista para llenar sus días junto a su nueva "familia".