Para Elena Carrera, Pablo Santiago e Irene Lois, sacar las mejores notas es un "reto y una satisfacción personal" y tener buenos expedientes, una "cuestión de prestigio" y de puertas que se pueden abrir cuando acaben de estudiar y se enfrenten al mundo laboral. Los tres han recibido un premio extraordinario de Bachillerato, valorado en mil euros, por un examen realizado en verano al que asistieron jóvenes de toda Galicia.

Los tres crecieron en el colegio Santa María del Mar pero sus caminos se separaron al llegar a la Universidad. Elena eligió el doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual, en Santiago, Pablo estudia Químicas en A Coruña e Irene, Bioquímica, en Madrid. Aseguran que salir de los muros del colegio les ha abierto la mente a otras realidades, de jóvenes para los que las buenas notas son algo más que calificaciones, son el salvavidas que les permite seguir en la facultad.

Relatan que, cuando se presentaron al examen del premio lo hicieron ya "sin presión", sabiendo que no se jugaban nada más que esa ayuda económica y un galón más que colgarse en el currículum, sin embargo, recogieron "el fruto" de su "esfuerzo", una recompensa que saben que no todos los estudiantes reciben, a pesar de que pasen muchas horas frente a los libros.

"Para mí el cambio fue a mejor, son menos horas de clase y los profesores dan muchas cosas por sabidas, así que se nos exige más que en el colegio", explica Elena Carrera. A Pablo también le gusta la Universidad, aunque creía que iban a dar más contenidos relacionados con la Química. "Yo prefiero este sistema al del colegio, porque tienes más libertad y porque ya estudias solo lo que te gusta", comenta Pablo, a quien le ha sorprendido descubrir que hay más de un método para dar clase de Química y que cada profesor tiene uno diferente.

"En el colegio estábamos más mimados. En la Universidad eres un número más, es cierto que hay tutorías con los profesores, pero es otra cosa", resume Pablo esta nueva etapa de su vida.

Algo parecido le pasa a Irene en Madrid. "Los primeros días noté mucho el cambio, te tienes que espabilar, si no no consigues nada y, aunque son menos horas de clase, las que tenemos libres las necesitamos. Ahora somos más independientes y tenemos que saber qué tenemos que hacer, porque en la Universidad no te esperan", dice Irene.

En su clase son 64 compañeros y le llama la atención que todos, siendo tan diferentes entre ellos, hubiesen coincidido en la elección de la carrera.

Tienen como objetivo sacar buenas notas, sí, pero no quieren que el expediente les aleje de vivir, así que, combinan las clases con la experiencia universitaria que va más allá de las aulas y que empieza y acaba en fiesta.

Todavía no han tenido exámenes de evaluación, así que no saben cómo les irá, aunque confían en mantener la misma tendencia que en el colegio. Los tres están preparados para enfrentarse a una hoja de calificaciones que no esté repleta de matrículas, ya que creen que necesitarán también "un tiempo de adaptación" antes de dar su mejor nivel de estudio.

Comenzaron la carrera con un Gobierno en funciones en el Estado y, en teoría, su graduación terminará con esta recién nacida legislatura que mantiene a Mariano Rajoy en la Presidencia. Sobre el futuro, tienen claro que, en algún momento de su vida tendrán que emigrar. A Pablo le gustaría trabajar en A Coruña. Irene, el primer día de clase, ya le escuchó decir a un profesor que, si alguno de los presentes quería investigar, tendría que ir pensando en hacerlo fuera de su país.

"Nosotros ya tenemos muy asimilado que, si queremos profundizar en un campo y el mejor investigador está en Australia, tenemos que ir allí", comenta Irene, aunque afirma que le da "rabia" que, habiendo buenos investigadores y profesionales en España, el futuro esté más allá de sus fronteras. A Elena no le importaría vivir en otro país, aunque no le gustaría verse forzada a ello por no tener oportunidades de desarrollar su profesión aquí.