La última decisión de los alcaldes de A Coruña es cómo quieren pasar a la historia. Recomponen de manera personalísima el puzzle de su paso por el Ayuntamiento o de su periplo vital y enmarcan su inmortalidad en una pintura para María Pita. Célebres son el ajedrez en dimensión surrealista de Domingos Merino o la horizontalidad y el cigarro a medio consumir de Picadillo, con mayor capacidad para retener unos segundos la mirada del paseante municipal entre otros retratos más sobrios e invisibles. Las dos pinturas que se cuelgan mañana, aunque diferentes, son de la primera clase. El hiperrealismo de Losada con su cara más amable y una característica pose dactilar. Y sobre todo, Francisco Vázquez, más Paco que nunca, más embajador que regidor para, emperejilado con traje de gala y todas sus medallas, no dejar indiferente a nadie.

El retrato de Vázquez se ha retrasado diez años. La relación con su delfín se fue consumiendo con el pacto con el BNG y aunque el mandato de Carlos Negreira comenzó con un abrazo entre ambos, no finalizó ni mucho menos en amor incondicional. Los cuatro años populares expiraron sin que el exembajador pendiese sobre sus cabezas, al tiempo que a nivel estatal arreciaban las críticas por la pintura de 82.000 euros para el también socialista José Bono como ex presidente de la Cámara Baja.

Al igual que la cuidada selección de la gramola de su fiesta de despedida en 2006 -incluido La, la, la-, Vázquez se ha esmerado en escoger cada uno de los detalles de la composición, firmada por el pintor de origen vigués Rafael Cidoncha, cuyos pinceles han retratado rostros de infinidad de personalidades, como Ana Pastor, Isabel Tocino, Vargas Llosa, Jorge Edwards o Sergio Ramos.

Sobre un sobrio fondo grana y en plano americano, deja un buen muestrario de elementos en los que fijarse. El primero, las galas de embajador, con todas y cada una de las puntadas de sus bordados de oro sobre la henchida pechera oscura y las mangas carmín. El segundo, más de una decena de medallas. Y una por encima de todas, claro está, la de la Orden del Imperio Británico que le concedieron en el año 2000. En una mano, el bastón asido con unos guantes blancos y en vertical hacia el suelo; en el otro brazo, un bicornio plumado para completar la estampa.

El aderezo diplomático teje un fino hilo con el retrato de otro regidor-emisario político y mito del coruñesismo, Alfonso Molina. Ambas creaciones estarán cerca, en la primera planta, frente a Domingos Merino y López Menéndez. En el mismo lugar se ubicará el de Javier Losada, que se inaugurará en un acto separado en sesión vespertina, horas después de la matiné que ha programado Vázquez con invitados como Abel Caballero.

Aunque desposeída de todo adorno, a la pintura del sucesor socialista só lle falta falar. Frente a la orfebrería vazquista, hiperrealismo. Frente al rostro aristocrático, mayor relajación corporal. Traje negro, corbata verde y su pequeña enseña de alcalde en la solapa, casi imperceptible. Y mano sobre mano a la altura del diafragma, uno de los ademanes más característicos de su repertorio gestual.

El último regidor socialista de la ciudad se puso en manos del coruñés Jano Muñoz. Lo hizo también otro político socialista de la provincia, Francisco Caamaño, que apostó por sus pinceles para el retrato de exministro en los salones de Justicia. Losada quedará suspendido en la planta noble sobre un fondo negro y una frase que se descompone en palabras tras su figura: "Todas las personas seremos iguales en nuestra sociedad".