En A Coruña, quien más quien menos es puchista. Justo tres décadas y un año después de su fallecimiento, el 26 de enero de 1986, la voz de Boedo sigue presente en el corazón de muchos vecinos. Un símbolo de barrio, un símbolo de la otra Coruña, de la cultura popular y también de momentos difíciles para la ciudad. No solo dos estatuas lo atestiguan. Todavía hay quien, al caer la noche o en una cálida sobremesa, entona espontáneamente el Chessman entre amigos o familia en casa o en un bar. Es por eso que a Moncho Vázquez, desde O Birloque a Os Castros, muchos le llaman Pucho. Por su gran parecido en la forma de cantar y por su pasión cultivada durante años por el crooner de A Silva, en cuya sepultura en San Amaro deja, siempre que puede, dos claveles rojos en su honor de forma anónima.

"Está muy cerquita de mis padres", señala José Ramón Vázquez, Moncho, o Pucho, que explica que la admiración por el artista coruñés viene de muy lejos pero que fue más o menos a partir de mediados de los setenta, cuando estuvo emigrado en Alemania, que no pudo dejar nunca de cantar sus temas. Natural de O Birloque, se sabe de memoria su historia, la de su familia, y tiene dos copias del documental de Xurxo Souto, además de fotos enmarcadas del día que lo pudo conocer y saludar.

"Es mi ídolo, siempre me fijé en cómo cantaba, cómo dejaba caer las palabras", dice Moncho. Cuando canta por Boedo no se olvida de aquellos fraseos tan característicos ni tampoco de sus gestos de poderío en el escenario.

Y es por eso que le llaman Pucho en O Birloque y le llaman también Pucho en Os Castros, donde no es la primera vez que se monta un recital improvisado en templos hosteleros de toda la vida, como en el Minín, el concurridísimo rincón secreto de todos los que tienen pasaporte de Os Castros. Porque en A Coruña todavía se canta en los bares.

Moncho Vázquez recuerda perfectamente cuando, además de verlo en muchas de sus actuaciones en la ciudad y la comarca, pudo conocerlo personalmente. Fue en El Indio, el café de La Marina de nombre Saloon, pero rebautizado por la talla de madera de un nativo americano que presidía su puerta. Se lo presentó un amigo de A Silva, Molowny. Fue un año antes de morir. Al saber que era admirador, subió a cantarle dos canciones y se tomó una fotografía con ellos. Lo vio en muchas fiestas, como "las de Feáns en el 81", aunque aún lamenta no haber podido ir a su concierto en el Palacio de los Deportes "porque estaba fuera trabajando". Recuerda, sobre todo, "su saber estar, la seguridad en el escenario, que no tienen otros cantantes aunque tengan mejor voz". "No se le dio la importancia que realmente tenía", concluye.