Le hacía gracia que se le considerase miembro de la llamada Escuela de Londres. Decía que eso era una reunión de amigos, en un momento dado, en el Soho londinense y que él, verdaderamente, era miembro de la escuela coruñesa. Lo que ya no le gustaba era que se le considerase un pintor de lo cotidiano, y solía insistir en la dimensión onírica de sus lienzos, en el elemento de ensoñación y de imaginación de su obra. Sin embargo, los cuadros de Behrens resultan cercanos: retratos, muchos retratos; escenas de amigos en torno a una mesa, en la piscina o en una fiesta y, también, desnudos o inquietantes camas revueltas y vacías... Hay algo de irreal en todos ellos, como en un cuadro de una procesión o de una niña de primera comunión.

Tim Behrens no volverá a insistir. Ni podrá cumplir el próximo junio los 80, porque ayer murió de una trombosis consecuencia de una flebitis en el Hospital Universitario de A Coruña, donde había ingresado la víspera aquejado de fuertes dolores. Llegó casi in extremis. Le espantaban los médicos y los hospitales. El corazón y los pulmones no le dieron más de sí y falleció a las siete de la mañana. Sus restos mortales son velados desde ayer en el tanatorio de Servisa y serán incinerados mañana.

Procedente de una familia de banqueros judíos de origen alemán, llegó a España en los años sesenta huyendo de Londres y en busca de una atmósfera propicia, tras pasar unos años en la Toscana italiana y una temporada en La Alpujarra. Finalmente, encontró acougo en A Coruña, donde vivía desde hace casi treinta años con su mujer, la grabadora Diana Aitchison, madre de su hijo menor.

Animado por Lolo, el mayordomo de Cambre que trabajaba en casa de sus padres en Londres, viajó a Galicia y se instaló en Celas de Peiro, en Culleredo, donde se compró una casa, que pronto se convirtió en refugio de pintores. En ese nuevo ambiente, logró que cicatrizasen sus profundas heridas. Él mismo decía que era un superviviente en medio de una familia de suicidas. Su hermano menor se había matado siguiendo el ejemplo de su mujer. Behrens dejó testimonio de su tragedia en una estremecedora novela titulada El monumento, que Ediciones del Viento recuperó para los lectores españoles. También se suicidaron su mujer y una de sus hijas.

Había crecido en un palacete rodeado de obras de arte de pintores como Corot o Baltus, entre ellas el célebre cuadro La partida de naipes. "Me costó 50 años reconocer esa deuda con mi padre, aunque parezca mentira", decía en una entrevista después de reconocer la imposible relación con su progenitor:"Alguien me dijo que los expatriados, especialmente los hombres, son chicos que se llevan muy mal con su padre, y en mi caso es verdad. El país representa al padre".

Tim Behrens en su juventud | National Portrait Gallery.

Los tres hermanos Behrens rechazaron seguir los pasos de su padre banquero. Tim ingresó en la escuela de artes, lo cual de dio ocasión de relacionarse con los grandes pintores figurativos del momento, lo que después se llamaría la Escuela de Londres: Francis Bacon, Lucian Freud, Michael Andrews, Frank Auerbach o el norteamericano Ronald Kitaj, un grupo de jóvenes pintores que se reunía en el Colony Room Club y que, frente al expresionismo americano optó por una nueva figuración.

Behrens es el chico de aire tímido que aparece a la izquierda en una conocida foto tomada en 1965 en el restaurante Weeler's del Soho. A su lado está Freud, seguido de Bacon, Auerbach y Andrews. Es la imagen que lo encasilla en la escuela londinense y que lo vincula expresamente al nieto del fundador del psicioanális, con el que mantuvo una relación difícil. Tim nunca llegó a desvelar el motivo de sus diferencias con el pintor, de origen judío como él, que había renegado y para el que solía posar.

Uno de esos retratos es el Hombre pelirrojo en una silla (1962-1963). Debió de ser cosa de justicia poética porque el cuadro fue subastado en la sala Christie's de Londres en febrero de 2005 y batió el récord de una obra de Freud, 6,2 millones de euros, frente a otro cuadro suyo que todos daban por favorito, un desnudo de la modelo Kate Moss embarazada.

Behrens también pintó a Lucian en varias ocasiones. Y a Andrews, cuyo retrato guardaba en su casa a la espera de que alguien se lo reclamara para que figurase en el Museo Thyssen de Madrid, junto al de Tim retratado por su colega: "Deberían estar juntos porque ilustran una época".

Tim Behrens celebrando un gol del Deportivo en un bar de la calle de la Alameda. | Concheta Facal.

Expuso en A Coruña. Madrid, Lisboa, pero el reconocimiento de su obra fue tardío. El Kiosco Alfonso hizo en la pasada década una gran retrospectiva de Behrens, que haces unos meses colgó en la galería de Cosme y vendió todos los cuadros de su colección en un par de días. Había dejado de pintar hace algunos años, debido a la pérdida de visión -llevaba un parche negro en un ojo como el político israelí Moshé Dayán o el cineasta Nicolas Rey- y sus lienzos eran cada vez más cotizados.

Ahora llenaba sus días con la escritura, otro palo que dominaba, como demostró en el citado El monumento o en Poniéndose ya el abrigo (Ediciones del Viento ), una hilarante narración de su peripecia española con su mujer y su hijo pequeño hasta establecerse definitivamente en A Coruña. O sus poemarios con fotografías de su gran amigo Federico García Cabezón.

Hasta sus últimos días se le podía ver en el bar Calipso, cercano a su casa, escribiendo en su cuaderno ante un vaso de vino. Porque una de las cosas que más le gustaba a Tim era ir a bares y restaurantes. Para beber y charlar con los amigos, porque comer, lo que se dice comer, comía poco. Pero también para eso era exquisisto, y le encantaba el rosbif del Rivera, decía -siendo inglés- que era el mejor que había comido nunca.

Tim Behrens, el pintor Julio Sanjurjo y el editor Xoan Arias. | Concheta Facal.

Su salud había empezado a declinar en el último lustro y caminaba renqueante, primero con ayuda de muletas y al final en silla de ruedas. Pero seguía animado. Este otoño, con ocasión del cumpleaños de Diana, la pareja dio una pequeña fiesta en su casa de la calle Huertas. Estaba encantado y feliz, rodeado de pintores y de amigos ingleses y coruñeses.

La muerte sorprendió a Behrens mientras Diana exponía su obra en Betanzos y cuando estaba a punto de ser bisabuelo. Sus cinco hijos, todos en el extranjero; sus nietos y su único hermano llegarán hoy a A Coruña para despedir a Tim, que se resistió hasta el último memento a ir al hospital: "No, porque si no me moriré allí", decía a su mujer el pasado martes.

Y tenía razón. Nos deja sus cuadros, su literatura y el recuerdo de su figura larguirucha y elegante. Su voz cálida y su acento inglés, su aspecto aristocrático, su aire afable y seductor, su gusto por la conversación y su enorme ironía. Siempre será el jovencito rubio de la foto del Weeler's y, para su regocijo, del cotizadísimo retrato de Freud.