Tal vez ninguna Misa de difuntos sea más adecuada que el Réquiem, de Fauré, para despedir a nuestro ilustre conciudadano y excepcional músico, Alberto Zedda, con todo el cariño que merece.Y ello, debido a la visión consoladora que propone el compositor francés sobre el tránsito definitivo del ser humano que en esta obra concluye, de modo inhabitual, con su ida al Paraíso.

En realidad, se dedicó a su memoria todo un espectacular concierto sinfónico-coral con dos solistas, dos orquestas y tres coros, bajo la batuta de Víctor Pablo Pérez, titular que fue de la Orquesta Sinfónica de Galicia durante veinte años y que nos dejó esta admirable herencia que hace de nuestra ciudad un verdadero referente en la música española. Por eso, siempre que se pone al frente de la OSG, el público lo recibe y lo despide con grandes manifestaciones de afecto y simpatía.

El acto musical estuvo signado por la más alta calidad artística. Comenzó con una versión bellísima de esa encantadora obra, de Ravel, sobre los cuentos infantiles de Perrault. La OSG, en uno de sus grandes momentos con asombrosos pianísimos de los arcos. Le siguió una partitura de Juan Durán, especie de rapsodia sobre temas gallegos ( Rosa de Abril, de Gaos; Arrolín, arrolán; O galopín). Brillante, de rica orquestación, interpretada por las dos orquestas y los tres coros, fue largamente aplaudida. Durán, presente en la sala, subió al palco escénico a saludar.

En fin, en el Réquiem, de Fauré, los coros y la OSG ofrecieron una versión muy perfecta, bella, intimista. Destacó el timbre aterciopelado de la soprano lírica, Mª Eugenia Boix. El barítono Neal Davies actuó con notable profesionalidad, aunque el color de su voz resulte un poco desvaído.

Víctor Pablo Pérez, magnífico, en un repertorio sinfónico-coral, que tantos éxitos le ha proporcionado con esta misma orquesta y este mismo público.