Un gran aficionado madrileño que se ha hecho gallego consorte y, para nuestra fortuna, vive entre nosotros, comentaba admirado al final del concierto: "Ya no hay pianistas como éste; es un pianista de los de antes".

Un profesor de la orquesta, que ocupa un lugar privilegiado dentro de ella, se expresaba con enorme entusiasmo: "Es el mejor pianista que he oído en mi vida". Hablaban, uno y otro, de Nelson Freire; de su inolvidable versión del dificilísimo segundo concierto de Brahms y del maravilloso bis con que correspondió a las aclamaciones del público: Danza de los espíritus celestes, de la ópera Orfeo y Eurídice, de Gluck, en transcripción del pianista, director de orquesta y compositor Giovanni Sgambati (1841-1914).

Freire es un grande del teclado; pertenece a esa soberbia estirpe de los que ya no quedan.

El maravilloso concierto, de Brahms, alcanzó una versión excelsa no solo por la parte del piano, sino también por la de una orquesta soberbia que su titular, Dima Slobodeniouk, condujo con mano maestra.

El maestro brasileño destacó a varios instrumentistas y en especial a la chelista, Ruslana Prokopenko, espléndida en ese asombroso tercer tiempo de la partitura. No se puede decir lo mismo -y bien que lo lamento- de la interpretación de la preciosa sinfonía de Haydn.

Al menos, en algunos -bastantes- pasajes, cuyas violentas sonoridades provocan desmesurados contrastes de volumen que parecen fuera de lugar en la música de Haydn.