El proyecto Mi Casita ha generado en las últimas semanas un incómodo debate que afecta a distintas áreas de intervención social y se traslada a terrenos de alcance personal como la educación o la tolerancia: desde las políticas públicas asistenciales a las acciones privadas de entidades sociales, desde la enseñanza de valores a la solidaridad ciudadana. Estos ámbitos y actitudes fueron abordadas ayer en la mesa redonda que los promotores de Mi Casita, el Hogar de Sor Eusebia, organizaron en la primera de las jornadas convocadas para explicar desde diferentes enfoques el plan diseñado para crear en una parcela del parque de Eirís módulos residenciales para personas sin hogar que rechazan acudir a albergues, una iniciativa que ha sido mal recibida por parte de vecinos del barrio.

Profesionales de las entidades sociales coinciden en señalar que proporcionar un techo temporal a personas que, por las más diversas razones, han tomado la calle como lugar de residencia y no se adaptan a la convivencia ni pretenden incluirse socialmente es un reto muy complejo en el que las asociaciones e instituciones trabajan desde hace mucho tiempo, pero en el que falta mucho por conseguir. Sensibilización social, respeto y tolerancia y sobre todo articulación de recursos como estrategia de un trabajo en red entre las entidades y las administraciones deben ser, según los expertos, los motores que ayuden a llevar a cabo proyectos como Mi Casita.

El presidente de la asociación Renacer, José Fernández Pernas; el trabajador social de la Cocina Económica Pablo Sánchez; el responsable del albergue de Padre Rubinos, Jorge Sampedro; y la directora de la unidad técnica del programa municipal de inclusión social, María Teresa Regueiro, expusieron desde sus ámbitos de trabajo diversas reflexiones sobre las personas sin hogar.

Regueiro se apoyó en la coordinación de profesionales como factor de "fuerza" contra la exclusión social, advirtió del peligro de la reincidencia y la pérdida de autoestima de quienes tienen la calle por hogar y resumió su drama con una invitación colectiva: "Pónganse en los zapatos de alguien que pasa por esta situación para entenderlo".

"La exclusión es una violación de los derechos humanos", dijo con énfasis Pernas, que calificó de "injusto", de "algo que no se puede permitir", que una iniciativa solidaria como la promovida por el hogar benéfico cuente con oposición. "El alojamiento es siempre el primer paso para la inclusión y a partir de ahí hay que trabajar con las personas, según unas normas de convivencia", añadió el presidente de Renacer, quien aludió a casos concretos de personas que con ayudas superaron situaciones de exclusión y largos periodos de dificultades, para hacer un llamamiento al trabajo social en equipo.

Sampedro, defensor de un modelo de intervención definido, resaltó que la falta de un hogar "no es una expectativa de vida" y dio la mayor importancia a la necesidad de trabajar con los sin techo "para recuperar vínculos y motivaciones" a través de acompañamientos efectivos, "una orientación sin imposiciones".

Pablo Sánchez, que explicó que los tiempos de espera en la recepción de prestaciones sociales de las administraciones condicionan la duración de las estancias de las personas sin hogar en la calle, abogó por implantar "alojamientos normalizados con dignas condiciones de higiene y habitabilidad" a través de trabajos coordinados y con equipos especializados.

El turno de preguntas de los asistentes hizo aflorar aspectos como la "mayor dureza" por la que pasan las mujeres sin hogar -mucho menos numerosas que los hombres- para sobrevivir en la calle o el llamamiento de los profesionales a un esfuerzo en la "educación en valores" para que cambie la mentalidad en las escuelas y no exista discriminación hacia los sin techo.

En la conclusión, la moderadora del coloquio, Teresa Facal, alertó de la falta de información como elemento perturbador de las iniciativas loables: "El miedo es producto del desconocimiento".