En el punto de calor del Barrio de las Flores, los usuarios no pueden entrar si han bebido alcohol, es una de las normas que se les pone para que no se produzcan problemas de convivencia y el buen ambiente no se rompa. El trabajador social del programa Sísifo (Programa de Intervención Precoz con Drogodependientes en Situación de Emergencia Social), de la Fundación Érguete, Jacobo Gómez, defiende que las entidades sociales tienen que estar allí donde sus usuarios las necesiten, a su alcance, para que sus problemas puedan ser solucionados o, cuando menos, que no se multipliquen.

El bajo del bloque 48 de la calle Azahar sirve de oficina, de punto de encuentro, de lavandería, de biblioteca y de aseo para, aproximadamente, sesenta o setenta personas cada día. Gómez asegura que, "la mayoría, entre cuarenta y cincuenta", residen en el barrio, porque las drogas dejaron una profunda huella en su población, pero también los hay que llegan desde Eirís y la Sagrada Familia en busca de la ayuda que les presta el programa cada día. No se trata solo de un café caliente o de un bocadillo para pasar el tiempo en el que la persiana metálica está cerrada, desde Sísifo hacen también recogida de jeringuillas allí donde saben que los drogodependientes se inyectan, reparten dos veces al mes bolsas de comida que les entrega el Banco de Alimentos y les dan asesoramiento tanto laboral como social y judicial a sus usuarios. "Cuando abrimos la oficina de nuevo, en septiembre de 2016, no solo teníamos que recuperar a los usuarios sino que tuvimos que hablar con los vecinos para decirles qué íbamos a hacer y nos llevamos muy bien, nos quieren bastante en el barrio", comenta Gómez. Gómez señala que, para evitar que se generen conflictos en esta esquinita de la ciudad o en el seno de la entidad, realizan, entre otras actividades, talleres de técnicas de autocontrol entre sus usuarios, que cargan con una maleta llena de recuerdos maridados con las drogas.